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El suelo de pizarra crujía, el hielo resonaba. Las aves vaqueras remontaban a gran altura con<br />
las corrientes ascendentes. La cruzada había comenzado.<br />
La consumación llegaría como lo habían pronosticado las imágenes ancestrales, cuando<br />
Freyr se escondiera detrás de Batalix por tercera vez. Entonces, el ejército del kzahhn atacaría a<br />
los Hijos de Freyr que residían en la ciudad maldita, donde habían matado al noble abuelo de<br />
Hrr-Brahl Yprt, el gran kzahhn que había sido obligado a saltar de la cima de una torre a la<br />
muerte. La venganza estaba en camino: la ciudad sería arrasada.<br />
Quizá no era sorprendente que el pequeño Laintal Ay llorara en el regazo de su madre.<br />
Año tras año, la cruzada progresaba. Los habitantes de Oldorando ignoraban esa distante<br />
némesis. Se ocupaban de las tareas de su propia historia.<br />
Dresyl no era ya el enérgico jefe de antes. Cada vez se quedaba más tiempo en la ciudad,<br />
atendiendo detalles nimios de asuntos que marchaban perfectamente antes que él interviniera.<br />
De los asuntos de caza se ocupaban los hijos.<br />
El aroma del cambio inquietaba a todos. Los jóvenes querían abandonar las corporaciones y<br />
dedicarse a la caza. Los jóvenes cazadores mismos eran poco formales. Un cazador que servía a<br />
Dresyl había tenido una hija natural con la mujer de un hombre mayor. Esta conducta se hacía<br />
común, así como las consiguientes peleas.<br />
—Nos comportábamos mejor cuando yo era joven —se quejó Dresyl a Aoz Roon, olvidando<br />
sus proezas juveniles—. Pronto nos mataremos unos a otros, como los salvajes de los Quzint.<br />
Dresyl estaba indeciso entre provocar y aplastar a Aoz Roon o aplacarlo con elogios. Se<br />
inclinaba a esto último, porque Aoz Roon estaba ganando fama de buen cazador; pero indignaba<br />
a Nahkri, hijo de Dresyl, que no simpatizaba con Aoz Roon por ese tipo de razones que sólo los<br />
jóvenes conocen.<br />
Dly Hoin, la poco satisfactoria esposa de Dresyl, enfermó y murió cuando concluía el año 17<br />
después de la Unión. El padre Bondorlonganon acudió a sepultarla de costado, en su octava de<br />
tierra. Y con esta ausencia se abrió un vacío en la vida de Dresyl, quien sintió que la amaba por<br />
primera vez. A partir de ese momento, llevó siempre una pena en el corazón.<br />
A pesar de su edad, aprendió el arte de la comunicación con los padres y buscó el pauk para<br />
poder hablar con la desaparecida Dly Hoin. La encontró a la deriva en el mundo inferior. Ella le<br />
reprochó falta de amor, temperamento frío, la forma en que habían desperdiciado la vida en<br />
común, y muchas otras cosas que le dolieron. Huyó de los vituperios y de aquella dura lengua y<br />
fue desde entonces un hombre silencioso.<br />
A veces hablaba con Laintal Ay. El muchacho tenía una mente más brillante que Nahkri o<br />
Klils. Pero se mantuvo alejado de su anciano primo el Pequeño Yuli; aunque anteriormente lo<br />
había desdeñado, ahora lo envidiaba. Yuli tenía una mujer viva a quien amar y hacer feliz.<br />
Yuli y Loil Bry continuaban en la torre, tratando de no tomar en cuenta que habían<br />
encanecido. Loilanun vigilaba a Laintal Ay observando cómo él entraba más a fondo en los<br />
rudos placeres de una nueva generación.<br />
Muy lejos, debajo de los Quzint, vivía una secta religiosa llamada de los Apropiadores. Una<br />
vez, el primer Yuli había alcanzado a verlos un instante. Segura, en una caverna enorme<br />
protegida por el calor de la tierra, la secta era virtualmente invulnerable a los gradientes de<br />
temperatura de la alta atmósfera. Pero mantenían una relación secreta con Pannoval; y esa secta<br />
tuvo una percepción que, a su manera, condujo a cambios tan importantes como cualquier<br />
gradiente de temperatura.<br />
Aunque era una percepción perversamente errónea, contenía una cierta belleza para las<br />
rígidas mentes de los Apropiadores, y parecía manifestar la verdad que acompaña a la belleza.<br />
Los Apropiadores, tanto varones como mujeres, llevaban una vestidura adornada que los<br />
cubría desde el mentón hasta los pies. Vistos de perfil, parecían flores semiabiertas vueltas hacia<br />
abajo. Sólo usaban esta ropa exterior, llamada charfral. El charfral podía interpretarse como un<br />
emblema del pensamiento apropiador. Los conocimientos de la secta habían sido codificados a<br />
lo largo de muchas generaciones, en innumerables ramificaciones teológicas. Eran puritanos y<br />
lascivos a la vez. Aún en la estratificación represora del sistema eclesiástico había<br />
contradicciones y paradojas, que habían conducido a un hedonismo neurótico.<br />
La creencia en el Gran Akha no era incompatible con la concupiscencia organizada, por una<br />
razón básica: Akha no prestaba atención a la humanidad. Luchaba contra la luz destructora de