aldiss, brian w - heliconia primavera.pdf

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08.05.2013 Views

de Batalix, cada vez más pequeño. Esos veinte ocultamientos señalarían el principio del cruel período de dominio de Freyr. A partir del vigésimo, las colonias que componían la raza de dos filos caerían bajo el poder de los Hijos de Freyr. Ésa era la advertencia; pero había alguna esperanza. Los pobres e ignorantes Hijos se espantarían ante los ocultamientos de Freyr, que los había parido. El tercer ocultamiento sería el más desmoralizador. Ese era el momento de golpear; ése era el momento de acercarse a la ciudad donde el gran kzahhn, Hrr-Tryhk Hrast, había sido destruido. Ésa era la hora de la venganza. La hora de quemar y matar. Recuerda. Sé valiente. Sostén los cuernos en alto. ¡La guerra ha comenzado! Hrr-Brahl Yprt reaccionó como si hubiese recibido por primera vez la corriente de la sabiduría. La había recibido varias veces, siempre idéntica a sí misma. Para él, era como el pensamiento. Todos los miembros con antepasados en estado de brida habían recibido muchas veces las mismas imágenes en épocas anteriores. Las imágenes provenían del mundo conocido, del aire, de los antiguos muertos. Eran incontrovertibles. Todas las decisiones que se tomaban eran el resultado de esas corrientes de sabiduría emanadas de los antepasados queratinosos. Quienes habían construido el pasado superaban en número a los vivos. Los viejos héroes habían medrado en una edad heroica en la que Freyr era más pequeño. El joven kzahhn emergió de su trance momentáneo. El ejército que lo rodeaba se agitó, movió las orejas. Las aves se cernían sobre ellos. Nuevamente sonó el cuerno discordante, y las imágenes, semejantes a muñecas, fueron transportadas a la caverna, en la fortaleza natural. Era hora de avanzar. Hrr-Brahl Yprt montó de un salto en la alta silla de Rukk-Ggrl. El movimiento desalojó a Zzhrrk, el ave vaquera blanca, que remontó vuelo, giró, y volvió a posarse en el hombro de Hrr- Brahl Yprt. Muchos otros tenían sus propias aves vaqueras. Los disonantes graznidos agradaban a los phagors. Las aves eran realmente útiles pues libraban a los phagors de las garrapatas que les infestaban el cuerpo. Esas garrapatas —criaturas poco estimadas— eran un vínculo clave en la compleja estructura ecológica del mundo, y un nexo clandestino entre enemigos mortales. Mientras el joven kzahhn se comunicaba en brida con los antepasados, unas nubes descoloridas habían cubierto el nevado paisaje. La luz se reflejaba entre la bruma y el suelo. En esa luz no polarizada, en la que no había sombras y las cosas vivientes parecían espectrales, los seres humanos hubieran ido perdidos de un lado a otro. No había horizonte. Todo era gris perla. Poco significaba esa blancura para el ejército de dos filos, que se guiaba por las octavas de aire. Una vez terminada la ceremonia de comunicación, servidores de a pie se adelantaron con cuatro jóvenes kaidaws de talla menuda. La única giba de los animales estaba apenas desarrollada; todavía tenían manchas en el pelaje áspero. En cada uno de los kaidaws montaba una de las cuatro fillockas del kzahhn. Cada fillockas tenía, entretejidas en la crin, plumas de águila o pálidas flores papilionáceas de las rocas. Ese cuarteto de jóvenes bellezas había sido seleccionado por la colonia para acompañar al kzahhn Hrr-Brahl Yprt durante los años de la cruzada. Una fresca brisa de cuarenta grados bajo cero sopló desde las glaciales alturas del este y rizó los delicados filamentos pilosos de las doncellas ancipitales. Bajo esos filamentos estaba la gruesa piel phagor, casi impenetrable al frío, excepto empapada en agua. La brisa despejó la capa de nubes. Como si se hubiese abierto una celosía, retornaron las formas del mundo conocido. El ejército de criaturas y las paredes a pico del Hhryggt, en el fondo, se vieron claramente, así como las cuatro fillockas, al principio espectralmente blancas. La blancura se desvaneció. Aparecieron enfrente unos negros desfiladeros que los conducirían al punto de destino, doce mil metros más cerca del nivel del mar. Se elevó el estandarte Hrastyprt. El joven kzahhn alzó la mano y señaló hacia adelante. Clavó los córneos dedos del pie en el flanco de Rukk-Ggrl. La bestia alzó la cabeza y avanzó sobre los helechos quebradizos. El ejército se puso lentamente en marcha, con el andar extraño y bamboleante de los phagors.

El suelo de pizarra crujía, el hielo resonaba. Las aves vaqueras remontaban a gran altura con las corrientes ascendentes. La cruzada había comenzado. La consumación llegaría como lo habían pronosticado las imágenes ancestrales, cuando Freyr se escondiera detrás de Batalix por tercera vez. Entonces, el ejército del kzahhn atacaría a los Hijos de Freyr que residían en la ciudad maldita, donde habían matado al noble abuelo de Hrr-Brahl Yprt, el gran kzahhn que había sido obligado a saltar de la cima de una torre a la muerte. La venganza estaba en camino: la ciudad sería arrasada. Quizá no era sorprendente que el pequeño Laintal Ay llorara en el regazo de su madre. Año tras año, la cruzada progresaba. Los habitantes de Oldorando ignoraban esa distante némesis. Se ocupaban de las tareas de su propia historia. Dresyl no era ya el enérgico jefe de antes. Cada vez se quedaba más tiempo en la ciudad, atendiendo detalles nimios de asuntos que marchaban perfectamente antes que él interviniera. De los asuntos de caza se ocupaban los hijos. El aroma del cambio inquietaba a todos. Los jóvenes querían abandonar las corporaciones y dedicarse a la caza. Los jóvenes cazadores mismos eran poco formales. Un cazador que servía a Dresyl había tenido una hija natural con la mujer de un hombre mayor. Esta conducta se hacía común, así como las consiguientes peleas. —Nos comportábamos mejor cuando yo era joven —se quejó Dresyl a Aoz Roon, olvidando sus proezas juveniles—. Pronto nos mataremos unos a otros, como los salvajes de los Quzint. Dresyl estaba indeciso entre provocar y aplastar a Aoz Roon o aplacarlo con elogios. Se inclinaba a esto último, porque Aoz Roon estaba ganando fama de buen cazador; pero indignaba a Nahkri, hijo de Dresyl, que no simpatizaba con Aoz Roon por ese tipo de razones que sólo los jóvenes conocen. Dly Hoin, la poco satisfactoria esposa de Dresyl, enfermó y murió cuando concluía el año 17 después de la Unión. El padre Bondorlonganon acudió a sepultarla de costado, en su octava de tierra. Y con esta ausencia se abrió un vacío en la vida de Dresyl, quien sintió que la amaba por primera vez. A partir de ese momento, llevó siempre una pena en el corazón. A pesar de su edad, aprendió el arte de la comunicación con los padres y buscó el pauk para poder hablar con la desaparecida Dly Hoin. La encontró a la deriva en el mundo inferior. Ella le reprochó falta de amor, temperamento frío, la forma en que habían desperdiciado la vida en común, y muchas otras cosas que le dolieron. Huyó de los vituperios y de aquella dura lengua y fue desde entonces un hombre silencioso. A veces hablaba con Laintal Ay. El muchacho tenía una mente más brillante que Nahkri o Klils. Pero se mantuvo alejado de su anciano primo el Pequeño Yuli; aunque anteriormente lo había desdeñado, ahora lo envidiaba. Yuli tenía una mujer viva a quien amar y hacer feliz. Yuli y Loil Bry continuaban en la torre, tratando de no tomar en cuenta que habían encanecido. Loilanun vigilaba a Laintal Ay observando cómo él entraba más a fondo en los rudos placeres de una nueva generación. Muy lejos, debajo de los Quzint, vivía una secta religiosa llamada de los Apropiadores. Una vez, el primer Yuli había alcanzado a verlos un instante. Segura, en una caverna enorme protegida por el calor de la tierra, la secta era virtualmente invulnerable a los gradientes de temperatura de la alta atmósfera. Pero mantenían una relación secreta con Pannoval; y esa secta tuvo una percepción que, a su manera, condujo a cambios tan importantes como cualquier gradiente de temperatura. Aunque era una percepción perversamente errónea, contenía una cierta belleza para las rígidas mentes de los Apropiadores, y parecía manifestar la verdad que acompaña a la belleza. Los Apropiadores, tanto varones como mujeres, llevaban una vestidura adornada que los cubría desde el mentón hasta los pies. Vistos de perfil, parecían flores semiabiertas vueltas hacia abajo. Sólo usaban esta ropa exterior, llamada charfral. El charfral podía interpretarse como un emblema del pensamiento apropiador. Los conocimientos de la secta habían sido codificados a lo largo de muchas generaciones, en innumerables ramificaciones teológicas. Eran puritanos y lascivos a la vez. Aún en la estratificación represora del sistema eclesiástico había contradicciones y paradojas, que habían conducido a un hedonismo neurótico. La creencia en el Gran Akha no era incompatible con la concupiscencia organizada, por una razón básica: Akha no prestaba atención a la humanidad. Luchaba contra la luz destructora de

de Batalix, cada vez más pequeño.<br />

Esos veinte ocultamientos señalarían el principio del cruel período de dominio de Freyr. A<br />

partir del vigésimo, las colonias que componían la raza de dos filos caerían bajo el poder de los<br />

Hijos de Freyr.<br />

Ésa era la advertencia; pero había alguna esperanza.<br />

Los pobres e ignorantes Hijos se espantarían ante los ocultamientos de Freyr, que los había<br />

parido. El tercer ocultamiento sería el más desmoralizador. Ese era el momento de golpear; ése<br />

era el momento de acercarse a la ciudad donde el gran kzahhn, Hrr-Tryhk Hrast, había sido<br />

destruido. Ésa era la hora de la venganza. La hora de quemar y matar.<br />

Recuerda. Sé valiente. Sostén los cuernos en alto. ¡La guerra ha comenzado!<br />

Hrr-Brahl Yprt reaccionó como si hubiese recibido por primera vez la corriente de la<br />

sabiduría. La había recibido varias veces, siempre idéntica a sí misma. Para él, era como el<br />

pensamiento. Todos los miembros con antepasados en estado de brida habían recibido muchas<br />

veces las mismas imágenes en épocas anteriores. Las imágenes provenían del mundo conocido,<br />

del aire, de los antiguos muertos. Eran incontrovertibles.<br />

Todas las decisiones que se tomaban eran el resultado de esas corrientes de sabiduría<br />

emanadas de los antepasados queratinosos. Quienes habían construido el pasado superaban en<br />

número a los vivos. Los viejos héroes habían medrado en una edad heroica en la que Freyr era<br />

más pequeño.<br />

El joven kzahhn emergió de su trance momentáneo. El ejército que lo rodeaba se agitó,<br />

movió las orejas. Las aves se cernían sobre ellos. Nuevamente sonó el cuerno discordante, y las<br />

imágenes, semejantes a muñecas, fueron transportadas a la caverna, en la fortaleza natural. Era<br />

hora de avanzar.<br />

Hrr-Brahl Yprt montó de un salto en la alta silla de Rukk-Ggrl. El movimiento desalojó a<br />

Zzhrrk, el ave vaquera blanca, que remontó vuelo, giró, y volvió a posarse en el hombro de Hrr-<br />

Brahl Yprt. Muchos otros tenían sus propias aves vaqueras. Los disonantes graznidos agradaban<br />

a los phagors. Las aves eran realmente útiles pues libraban a los phagors de las garrapatas que<br />

les infestaban el cuerpo.<br />

Esas garrapatas —criaturas poco estimadas— eran un vínculo clave en la compleja estructura<br />

ecológica del mundo, y un nexo clandestino entre enemigos mortales. Mientras el joven kzahhn<br />

se comunicaba en brida con los antepasados, unas nubes descoloridas habían cubierto el nevado<br />

paisaje. La luz se reflejaba entre la bruma y el suelo. En esa luz no polarizada, en la que no<br />

había sombras y las cosas vivientes parecían espectrales, los seres humanos hubieran ido<br />

perdidos de un lado a otro. No había horizonte. Todo era gris perla.<br />

Poco significaba esa blancura para el ejército de dos filos, que se guiaba por las octavas de<br />

aire. Una vez terminada la ceremonia de comunicación, servidores de a pie se adelantaron con<br />

cuatro jóvenes kaidaws de talla menuda. La única giba de los animales estaba apenas<br />

desarrollada; todavía tenían manchas en el pelaje áspero. En cada uno de los kaidaws montaba<br />

una de las cuatro fillockas del kzahhn. Cada fillockas tenía, entretejidas en la crin, plumas de<br />

águila o pálidas flores papilionáceas de las rocas. Ese cuarteto de jóvenes bellezas había sido<br />

seleccionado por la colonia para acompañar al kzahhn Hrr-Brahl Yprt durante los años de la<br />

cruzada.<br />

Una fresca brisa de cuarenta grados bajo cero sopló desde las glaciales alturas del este y rizó<br />

los delicados filamentos pilosos de las doncellas ancipitales. Bajo esos filamentos estaba la<br />

gruesa piel phagor, casi impenetrable al frío, excepto empapada en agua. La brisa despejó la<br />

capa de nubes. Como si se hubiese abierto una celosía, retornaron las formas del mundo<br />

conocido. El ejército de criaturas y las paredes a pico del Hhryggt, en el fondo, se vieron<br />

claramente, así como las cuatro fillockas, al principio espectralmente blancas. La blancura se<br />

desvaneció. Aparecieron enfrente unos negros desfiladeros que los conducirían al punto de<br />

destino, doce mil metros más cerca del nivel del mar.<br />

Se elevó el estandarte Hrastyprt.<br />

El joven kzahhn alzó la mano y señaló hacia adelante.<br />

Clavó los córneos dedos del pie en el flanco de Rukk-Ggrl. La bestia alzó la cabeza y avanzó<br />

sobre los helechos quebradizos. El ejército se puso lentamente en marcha, con el andar extraño<br />

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