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aldiss, brian w - heliconia primavera.pdf

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principal, donde la hierba crecía densa en el cieno. El alba de Freyr era del color del barro, y<br />

Pequeño Yuli vio cómo un perro vagabundo se alejaba, con la panza llena, del cadáver de un<br />

cazador. Se apoyó contra una pared en ruinas, respirando profundamente.<br />

Frente a él estaba el templo, tan arruinado entonces como ahora. Contempló, sin comprender,<br />

los adornos grabados en la piedra. Recordad que en aquellos días, antes de que Loil Bry lo<br />

civilizara, Yuli estaba a punto de convertirse en un bárbaro. Las ratas correteaban en los<br />

portales. Yuli se encaminó al templo, oyendo sólo que le rugían los oídos. En la mano tenía una<br />

espada arrebatada a un adversario, un arma mejor que todas las que había tenido en su vida,<br />

hecha aquí, en nuestras forjas, de buen metal oscuro. La empuñó mientras pateaba la puerta.<br />

Dentro se movían las cabras y las cerdas lecheras, atadas. Allí se guardaban también, en<br />

aquel tiempo, los aperos de labranza. Yuli miró alrededor, vio una puerta trampa en el suelo y<br />

oyó unos susurros.<br />

Tirando de la anilla de hierro, alzó la puerta. En el lago de oscuridad que se abrió a sus pies,<br />

una lámpara ardía y humeaba.<br />

—¿Quién es? —preguntó alguien. Una voz de hombre, y espero que sepáis de quién era.<br />

Se trataba de Wall Ein Den, entonces Señor de Embruddock, bien recordado por todos<br />

nosotros. Podéis imaginarlo, alto y erguido, aunque ya había dejado atrás la juventud, largos<br />

bigotes negros y sin barba. Todos le observaron los ojos, que podían hacer bajar la vista al más<br />

osado, y la hermosa cara salvaje, que en un tiempo hacía llorar a las mujeres. Este fue el<br />

histórico encuentro entre el viejo líder y Pequeño Yuli.<br />

Pequeño Yuli bajó lentamente los escalones, casi como si lo hubiera reconocido. Algunos de<br />

los maestres de las corporaciones acompañaban al señor Wall Ein, pero no osaron hablar<br />

mientras Yuli descendía, muy lentamente, blandiendo la espada.<br />

El señor Wall Ein dijo: —Si eres un hombre incivilizado, entonces tu trabajo es matar, y<br />

mejor será que lo hagas de una vez. Te ordeno que me mates en primer término.<br />

—¿Qué otra cosa te mereces, escondido en un sótano?<br />

—Somos viejos, e inútiles para la batalla. Antes era distinto.<br />

Los dos hombres se enfrentaron. Nadie se movió.<br />

Yuli habló con gran esfuerzo; le pareció que su propia voz venía desde muy lejos.<br />

—¿Por qué, anciano, tienes esta gran ciudad tan mal guardada?<br />

El señor Wall Ein respondió con su habitual autoridad: —No siempre ha sido así, y tú y tus<br />

hombres podríais haber tenido un recibimiento muy distinto, con esas armas tan rudimentarias.<br />

Hace muchos siglos la Tierra de Embruddock era grande y se extendía por el norte hasta los<br />

Quzint y por el sur casi hasta el mar. Reinaba entonces el Gran Rey Dennis; pero llegó el frío y<br />

destruyó lo que él había creado. Ahora somos menos que nunca, porque el año pasado, en el<br />

primer cuarto, fuimos atacados por los phagors blancos que llegan volando como el viento en<br />

gigantescas monturas. Muchos de nuestros mejores guerreros, incluso mi hijo, murieron<br />

defendiendo Embruddock, y ahora se hunden hacia la roca original. —Suspiró y agregó: —<br />

Quizá hayas leído la leyenda labrada en este edificio, si sabes leer. Dice: «Primero los phagors,<br />

después los hombres». A causa de esa leyenda, y de otras cosas, hace dos generaciones nuestros<br />

sacerdotes fueron perseguidos y muertos. Los hombres han de ser los primeros siempre. Sin<br />

embargo, a veces me pregunto si esa profecía no se cumplirá.<br />

Pequeño Yuli oyó el discurso de Wall Ein como en un trance. Cuando intentó responder, las<br />

palabras no le vinieron a los labios descoloridos, y se sintió sin fuerzas en el eddre interior.<br />

Uno de los ancianos, mitad compasivo, mitad burlón, comentó: —El joven está herido.<br />

Cuando Yuli trastabilló hacia adelante, ellos retrocedieron. Más allá había un arco bajo y un<br />

pasaje apenas iluminado por una reja instalada en la parte superior. Incapaz de detenerse, Yuli<br />

continuó andando por el pasaje, arrastrando los pies. Ya conocéis esa sensación, amigos; la<br />

tenéis cada vez que estáis borrachos... Como ahora.<br />

El pasaje era húmedo y caliente. Yuli sintió el calor en la mejilla. A un lado había una<br />

escalera de piedra. No podía comprender dónde estaba, y perdía los sentidos.<br />

Y una mujer joven apareció en esa escalera, sosteniendo una vela. Era más bella que los<br />

cielos. La cara de la joven parecía flotar ante los ojos de Yuli.<br />

—¡Era mi abuela! —chilló Laintal Ay, con orgullo. Había estado escuchando, muy excitado,<br />

y se sintió confundido cuando todos se echaron a reír. En ese momento, la mujer no tenía

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