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farallones verticales de Nktryhk, que se alzaban a mil ochocientos metros de altura sobre el<br />
agua. Las olas se convertían en hielo al proyectarse hacia arriba, cubriendo los riscos de<br />
carámbanos o volviendo a caer entre las olas como granizo. De esto nada sabían las dispersas<br />
tribus humanas.<br />
Las generaciones vivían de la caza. La caza era el tema de la mayoría de las historias.<br />
Aunque los cazadores salían en grupos y se ayudaban mutuamente, en última instancia la caza<br />
siempre dependía del valor de un solo hombre enfrentando a la bestia salvaje que se volvía<br />
contra él. Vivía o moría. Si vivía, los demás, los niños y las mujeres que quedaban atrás,<br />
también podían vivir. Si moría, la tribu podía morir.<br />
De modo que la gente de Yuli, el pequeño grupo de la orilla del lago helado, vivía como<br />
tenía que hacerlo, tan comprometida con su propia existencia como los animales. A quienes oían<br />
la narración les encantaban los cuentos sobre el asentamiento del lago. Las artes que se habían<br />
empleado allí al principio se recordaban aún con tanta minucia que los mismos métodos se<br />
empleaban ahora en el Voral. Se colocaban cabezas de ciervo en agujeros abiertos en el hielo,<br />
junto a la costa, para atraer a las muy apreciadas anguilas, exactamente como había hecho Yuli<br />
antes.<br />
La gente de Yuli luchaba también contra gigantescos pinzasacos, mataba ciervos y jabalíes, y<br />
se defendía contra las incursiones de phagors. En ciertos períodos se cultivaban rápidas<br />
cosechas de centeno y cebada. Se bebía la sangre de los enemigos.<br />
Los hombres y mujeres producían pocos niños. En Oldorando, éstos maduraban hacia los<br />
siete años y envejecían a los veinte. Incluso cuando reían y eran felices, el hielo estaba cerca.<br />
El primer Yuli, el lago helado, los phagors, el frío intenso, el pasado que era como un sueño:<br />
todos conocían estos vividos elementos de la leyenda. Porque el pequeño rebaño de seres que<br />
vivía cobijado en Embruddock tenía límites que ellos ignoraban. En la pubertad, los vestían con<br />
pieles de animales; los animales estaban alrededor, en todas partes. Pero los sueños, y ese<br />
pasado parecido a un sueño, eran como una nueva dimensión, en la que todos podían vivir.<br />
Estrechamente apretujada en la torre de Nahkri y Klils, después del funeral de Pequeño Yuli,<br />
la tribu se complacía una vez más en compartir el pasado que era como un sueño. Para hacer el<br />
pasado más vivido —o quizás el presente más borroso— todos bebían rathel, servido por los<br />
esclavos de Nahkri. El rathel era, después de la roja sangre, el líquido más precioso de<br />
Embruddock.<br />
El funeral de Pequeño Yuli les había dado la oportunidad de romper la invariable rutina,<br />
dejando suelta la imaginación. Por eso volvían a contar la gran historia del pasado, de las dos<br />
tribus que se habían unido como se unen el hombre y la mujer. El relato pasaba de boca en boca,<br />
como la jarra de rathel; un narrador sucedía a otro casi sin pausa.<br />
Los niños de la tribu estaban allí; los ojos les brillaban a la luz del rescoldo mientras<br />
probaban sorbos de rathel de las jarras de madera de los padres. La narración que escuchaban se<br />
conocía como la Gran Historia. En todas las fiestas, en los entierros, en las iniciaciones, o en el<br />
festival del Doble Ocaso, era seguro que alguien exclamaría, cuando la oblicua oscuridad se<br />
acercara: —¡Oigamos la Gran Historia!<br />
Era la historia del pasado, y mucho más. Era todo el arte que tenía la tribu. No conocían la<br />
música, ni la pintura, ni la literatura, ni casi nada que fuera hermoso. El frío había devorado los<br />
primeros brotes. Pero quedaba el pasado que era como un sueño, y que sobrevivía para ser<br />
contado.<br />
Nadie escuchaba con más atención este relato que Laintal Ay, cuando lograba mantenerse<br />
despierto. Uno de sus temas era la unión de dos partes en conflicto; lo comprendía bien, pues el<br />
conflicto escondido en esa unión —para la tribu artículo de fe— era parte de la vida familiar.<br />
Sólo más tarde, cuando creció, descubrió que nunca había habido ninguna unión, sólo<br />
disensiones encubiertas. Pero los narradores que se habían reunido en esa habitación sofocante,<br />
en el Año Diecinueve después de la Unión, conspiraban complacidos contando la Gran Historia<br />
como si el tema principal fuera la unidad y el éxito. En eso consistía el arte de narrar.<br />
Los narradores se ponían de pie uno tras otro, declamando su parte con poca o mucha<br />
desenvoltura. Los primeros hablaron del Gran Yuli, y de cómo había venido desde los blancos<br />
desiertos del norte de Pannoval hasta el lago helado de Dorzin. Pero una generación da paso a<br />
otra, incluso en la leyenda, y pronto se alzaba otro narrador para recordar a aquellos, apenas