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II<br />

EL PASADO QUE ERA COMO UN SUEÑO<br />

Laintal Ay, dominado por el calor y la fatiga, se durmió mucho antes de que el festejo<br />

terminara. Las historias se sucedían por encima de él, así como soplaban los vientos sobre el<br />

planeta, con una helada furia posesiva.<br />

Las historias hablaban de las actividades de los hombres, y por encima de todo, de su<br />

heroísmo; de cómo los enemigos habían sido derrotados, y en particular esta noche, después del<br />

entierro, de cómo el primer Yuli había descendido de las tinieblas en busca de un nuevo modo<br />

de vida.<br />

Yuli se apoderaba de la imaginación de los hombres porque había sido sacerdote, y sin<br />

embargo, había abandonado la fe en favor de la gente. Había combatido y derrotado dioses que<br />

ahora no tenían nombre.<br />

Una cualidad elemental del carácter de Yuli, algo que se encontraba entre la crueldad y la<br />

honestidad, despertaba una respuesta en la tribu. La leyenda crecía. Y por eso incluso su<br />

bisnieto, otro «Pequeño» Yuli, podía preguntarse en momentos de crisis «¿Qué habría hecho<br />

Yuli?». El primer lugar que llamó Oldorando, al que había ido desde las montañas con Iskador,<br />

no prosperó. Estaba precariamente situado a orillas de un lago helado, el lago Dorzin, y apenas<br />

conseguía sobrevivir, doblegado ante las furias elementales del invierno, ignorando que esas<br />

furias estaban a punto de agotarse. De todo esto no hubo la menor señal durante la vida de Yuli<br />

y quizá por ese mismo motivo la generación que residía en las torres de piedra de Embruddock<br />

se complacía en recordarlo una y otra vez: era el antepasado que había vivido en el profundo<br />

invierno. Representaba la supervivencia de todos. Esta leyenda prologaba la posibilidad de un<br />

cambio en el clima.<br />

Como las colmenas de ciudades de la vasta cadena montañosa de Quzint, aquella primera<br />

Oldorando de madera estaba próxima al ecuador, en el centro del extenso continente tropical de<br />

Campannlat. Nadie, en tiempos de Yuli, tenía idea de ese continente: el mundo se limitaba al<br />

asentamiento y al territorio de caza. Sólo Yuli había visto las tundras y estepas que se extendían<br />

al norte de la cordillera de Quzint; sólo él conocía las estribaciones inferiores de ese enorme<br />

accidente natural que formaba el extremo occidental del continente y recibía el nombre de las<br />

Barreras. Allí, entre las heladas, los volcanes situados por encima de los cuatro mil metros sobre<br />

el nivel de mar añadían su propio tipo de intransigencia a la temperatura, desplegando un manto<br />

de lava sobre las antiguas rocas de Heliconia.<br />

El primer Yuli no había conocido los espantosos territorios de Nktryhk.<br />

Al este de Campannlat asomaba la Cordillera Oriental. Oculta a los ojos de Yuli y todos los<br />

demás hombres por nubes y tormentas, la tierra se abrazaba a sí misma en una serie de enormes<br />

cadenas de montañas que culminaba en un escudo volcánico por el que se abrían paso los<br />

glaciares, que descendían de unos riscos de catorce mil metros de altura. Allí los elementos, el<br />

fuego, la tierra, el aire, coexistían en estado casi puro, contenidos por una furia helada<br />

demasiado grande para permitir que se fundieran en aleaciones menos opuestas. Sin embargo,<br />

incluso allí, en una época algo posterior —la de la muerte de Pequeño Yuli— y hasta en las<br />

laderas de hielo que ascendían casi a la estratosfera, se podía observar la presencia de phagors,<br />

que se aferraban a la vida y disfrutaban de las tempestades. Los phagors conocían el aullante<br />

desierto blanco del Escudo Oriental. Lo llamaban Nktryhk; creían que era el trono de un mago<br />

blanco que expulsaría del mundo a los Hijos de Freyr, esas odiadas cosas humanas.<br />

Extendiéndose de norte a sur a lo largo de casi seis mil kilómetros, Nktryhk separaba la zona<br />

interior del continente de los glaciares mares del este. Aquellos mares rompían contra los

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