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aldiss, brian w - heliconia primavera.pdf

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través de la niebla, hacia el helado Voral. Los gansos huían espantados mientras ella corría<br />

sollozando por la costa, una vieja loca de veintiocho duros inviernos. Unos niños rieron hasta<br />

que las madres, avergonzadas, los hicieron callar.<br />

La desatinada señora hacía cabriolas sobre el hielo, con movimientos rígidos y tambaleantes,<br />

como un títere. La oscura figura gris se destacaba sobre los grises, blancos y azules del desierto<br />

ante el que se representaban todos los dramas. Como Loil Bry, las otras gentes estaban<br />

balanceándose al borde de un gradiente de entropía. La risa de los niños, el dolor, la locura, el<br />

disgusto, eran las expresiones humanas de la guerra contra el frío perpetuo. Ninguno de ellos lo<br />

sabía; pero la guerra estaba decidiéndose a favor de los humanos. Pequeño Yuli, como su gran<br />

antepasado Yuli el Sacerdote, el fundador de la tribu, había venido del hielo y de la oscuridad<br />

eterna. El joven Laintal Ay era un precursor de la luz por venir.<br />

La conducta escandalosa de Loil Bry dio sabor al festejo celebrado después del funeral.<br />

Todos acudieron. Pequeño Yuli era afortunado, o así se decía, porque su padre le daría la<br />

bienvenida al mundo de los coruscos. Los que habían sido súbditos de Pequeño Yuli no sólo<br />

celebraban que hubiera partido sino otro viaje más terrenal: el regreso a Borlien del hombre<br />

santo. El sacerdote tenía que hartarse, para ese fin, de rathel y vino de cebada, que alejarían el<br />

frío durante el viaje de retorno.<br />

Los esclavos —también borlieneses, lo que no inquietaba al padre Bondorlonganon— fueron<br />

enviados a cargar el trineo y poner los arneses a los perros. Laintal Ay y Oyre acompañaron al<br />

trineo hasta la puerta sur junto con la alegre multitud.<br />

La cara del sacerdote se estrujó en una especie de sonrisa cuando vio al muchacho.<br />

Bruscamente se inclinó y lo besó en los labios.—¡Poder y conocimiento para ti, hijo!<br />

Demasiado impresionado, Laintal Ay no respondió, y alzó el perro de juguete a modo de<br />

saludo.<br />

Esa noche, en las torres, sobre la última botella, se volvieron a narrar historias de Pequeño<br />

Yuli, y de cómo él y su tribu habían llegado a Embruddock. Y de lo mal que los habían recibido.<br />

Mientras los perros arrastraban por la llanura al padre Bondorlonganon, en conserva,<br />

hacia Borlien, las nubes se entreabrieron. Allá arriba las estrellas pródigas enjoyaban el cielo<br />

nocturno.<br />

Entre las constelaciones y las estrellas Jijas había una luz que serpenteaba. No era un<br />

cometa, sino el Avernus, la Estación Observadora Terrestre.<br />

Desde el suelo, la estación se veía apenas como un punto luminoso, contemplado<br />

casualmente por algunos viajeros o tramperos. De cerca era un conjunto irregular de distintas<br />

unidades, con ciertas Junciones especializadas.<br />

El Avernus llevaba a bordo cinco mil hombres, mujeres, niños y androides; todos los adultos<br />

estaban especializados en algún aspecto del planeta que tenían debajo. Heliconia. Un planeta<br />

semejante a la Tierra, y de particular interés para los habitantes de la Tierra.

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