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aldiss, brian w - heliconia primavera.pdf

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ígidamente alejado de las caricias de su mujer. La ausencia del abuelo había dejado en la<br />

habitación un rincón negro en el que estaba agachada Loil Bry, volviéndose sólo para reprender<br />

a Loilanun.<br />

Todos los miembros de la tribu eran robustos, con una gruesa capa de grasa subcutánea. Loil<br />

Bry conservaba aún el renombrado porte de años atrás, aunque tenía el pelo gris y la cabeza<br />

hundida entre los hombros mientras miraba la cama fría del hombre a quien había amado<br />

durante media vida, desde que lo viera por primera vez: un invasor herido.<br />

Loilanun era de una materia más pobre. La energía, el poder de amar, la ancha cara con ojos<br />

inquisitivos como barcas negras, habían pasado de largo por Loilanun, directamente de Loil Bry<br />

al joven Laintal Ay. Loilanun era delgada y de piel amarillenta, y desde la muerte de su marido,<br />

muy joven, vacilaba al andar. Y vacilaba también, quizás, cuando intentaba emular la majestad<br />

con que la madre dominaba el mundo del conocimiento. Estaba irritada ahora, mientras Loil Bry<br />

se lamentaba casi continuamente en el rincón.<br />

—Basta, madre. Tu llanto me ataca los nervios.<br />

—Tú has sido demasiado débil para llorar a tu hombre. Yo lloraré y lloraré hasta que me<br />

muera. Lloraré sangre.<br />

—Mucho bien te hará. —Loilanun le ofreció pan a su madre; ella lo rechazó con un gesto<br />

desdeñoso. — Lo ha hecho Shay Tal.<br />

—No comeré.<br />

—Yo lo quiero, mamá —dijo Laintal Ay.<br />

Aoz Roon llegó a la puerta de la torre y llamó; traía de la mano a su hija Oyre. Oyre, un año<br />

menor que Laintal Ay, lo saludó alegremente cuando él y Loilanun se asomaron a la ventana.<br />

—Sube a ver mi perro de juguete, Oyre. Es un verdadero guerrero, como tu padre.<br />

Pero la madre volvió a meterlo otra vez en la habitación y le dijo secamente a Loil Bry: —Es<br />

Aoz Roon, quiere acompañarnos al entierro. ¿Puedo decirle que sí?<br />

Meciéndose ligeramente, y sin mirar, la mujer mayor respondió: —No confíes en nadie. No<br />

confíes en Aoz Roon. Es demasiado atrevido. Él y sus amigos esperan apoderarse de la<br />

sucesión.<br />

—Tenemos que confiar en alguien. Tú debes gobernar ahora, madre.<br />

Loil Bry rió amargamente y Loilanun miró a su hijo, que aferraba, sonriendo, el perrito de<br />

hueso.<br />

—Entonces lo haré yo, hasta que Laintal Ay sea un hombre. Él será el Señor de<br />

Embruddock.<br />

—Eres una necia si crees que Nakhri lo permitirá —respondió la anciana.<br />

Loilanun no replicó; en los labios se le dibujó una línea amarga, vio la cara expectante del<br />

hijo, y bajó los ojos a las pieles que cubrían el suelo. Sabía que las mujeres no gobernaban.<br />

Todavía no habían enterrado al padre, y ya el poder de la madre sobre la tribu se perdía<br />

alejándose corno las aguas del río Voral, nadie sabía hacia dónde. Dando una brusca media<br />

vuelta, gritó por la ventana, sin mas:<br />

—Sube.<br />

Tan avergonzado quedó Laintal Ay por esa mirada de su madre (como si ella hubiese<br />

advertido que él jamás podría compararse con el abuelo, y menos aún con el más antiguo<br />

portador del nombre de Yuli) que no se movió, demasiado herido para recibir a Oyre cuando<br />

entró en la habitación junto con el padre.<br />

Aoz Roon tenía catorce años; era un hermoso y arrogante cazador que luego de sonreír con<br />

simpatía a Loilanun y de tirar levemente del pelo a Laintal Ay, dio el pésame a la viuda. Era el<br />

año Diecinueve después de la Unión, y Laintal Ay ya tenía sentido de la historia. Se agazapaba<br />

en los rincones de olor indefinible de esa vieja y húmeda habitación, entre líquenes y telarañas.<br />

La palabra historia le recordaba los lobos que aullaban bajo las torres, con la grupa cubierta de<br />

nieve, mientras algún héroe viejo y huesudo exhalaba el último aliento.<br />

No sólo había muerto el abuelo Yuli. También Dresyl. Dresyl, primo hermano de Yuli, tío<br />

abuelo de Laintal Ay, padre de Nahkri y de Klils. El sacerdote había sido llamado, y Dresyl se<br />

había hundido rígidamente en el polvo, el polvo de la historia.<br />

El muchacho recordaba con afecto a Dresyl, pero temía a sus belicosos tíos, los hijos de<br />

Dresyl, Nahkri y el menor, Klils. Por lo que había entendido pensaba que, a pesar de lo que

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