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aldiss, brian w - heliconia primavera.pdf

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cierta medida había tomado el lugar del padre de Laintal Ay, muerto durante una cacería de<br />

pinzasacos.<br />

Un pinzasaco era la causa del olor a miel fétida de la habitación. El monstruo había sido<br />

cazado recientemente, y trasladado a la vivienda pedazo a pedazo. El caparazón, cortado a<br />

hachazos, ayudaba a alimentar el fuego y mantener el frío a distancia. La seudo-madera ardía<br />

con una llama amarilla, crepitando.<br />

Laintal Ay miró la pared del oeste. Allí estaba la ventana de porcelana de la abuela. La débil<br />

luz exterior le daba un sombrío fulgor anaranjado, que apenas podía competir con la luz del<br />

fuego.<br />

—¡Qué raro está todo! —dijo por fin.<br />

Subió otro peldaño, y los brillantes ojos del brasero lo iluminaron.<br />

El padre terminó sin prisa la plegaria a Wutra y abrió los ojos. Aprisionados entre las<br />

comprimidas líneas horizontales de la cara, no podían abrirse mucho, pero el padre los fijó<br />

afectuosamente en el muchacho y dijo sin previo saludo: —Ven aquí, hijo. Te he traído una cosa<br />

de Borlien.<br />

—¿Qué es? —Laintal Ay tenía las manos detrás de la espalda.<br />

—Ven a ver.—¿Es una daga?<br />

—Acércate. —El sacerdote no se movía en el asiento, Bry sollozaba, el anciano agonizante<br />

gemía, el fuego crepitaba.<br />

Laintal Ay se acercó al sacerdote. No entendía que alguien pudiera vivir en un sitio que no<br />

fuera Oldorando. Oldorando era el centro del universo, y más allá se extendía el infinito desierto<br />

helado de donde de vez en cuando brotaban invasiones de phagors.<br />

El padre Bondorlonganon sacó un perrito que puso en la mano del muchacho. Era apenas<br />

mayor que la palma de la mano. Estaba labrado en cuerno de kaidaw, observó Laintal Ay, y los<br />

detalles eran encantadores. Un grueso pelaje le cubría el cuerpo, y las patas tenían unas<br />

almohadillas diminutas. Lo examinó un rato antes de descubrir que la cola se movía. Si se<br />

empujaba hacia arriba y abajo, la mandíbula inferior del perro se abría y cerraba.<br />

Nunca había habido un juguete así. Laintal Ay corrió por la habitación excitado, ladrando, y<br />

su madre se precipitó a calmarlo, y lo abrazó.<br />

—Un día este muchacho será el Señor de Oldorando —dijo Loilanun al padre—. Heredará.<br />

—Mejor sería que amara el conocimiento y estudiara para saber —dijo Loil Bry, casi en un<br />

aparte—. Como hizo mi Yuli. —Volvió a sollozar cubriéndose la cara con las manos.<br />

El padre Bondorlonganon abrió un poco más los ojos y preguntó la edad de Laintal Ay.<br />

—Seis años y cuarto. —Sólo los extranjeros preguntaban esas cosas.<br />

—Bueno, ya casi eres un hombre. El año próximo serás un cazador, así que pronto tendrás<br />

que decidirte. ¿Qué prefieres, el poder o el conocimiento?<br />

Laintal Ay miró el suelo.<br />

—Las dos cosas, señor... O lo más fácil de conseguir.<br />

El sacerdote rió y se apartó del muchacho con un gesto, volviendo a sus responsabilidades.<br />

Ya se había mostrado cordial; ahora, al trabajo. El trato con la muerte le había afinado el oído, y<br />

había advertido un cambio en el ritmo de la respiración de Pequeño Yuli. El anciano estaba a<br />

punto de abandonar este mundo y emprender un peligroso viaje a lo largo de su octava de tierra<br />

hacia el mundo de obsidiana de los coruscos. Con la ayuda de las mujeres, Bondorlonganon<br />

extendió el cuerpo del jefe de costado, con la cabeza hacia el oeste. Complacido porque el<br />

interrogatorio había terminado, el muchacho rodó por el suelo luchando con el perro de hueso,<br />

ladrando en voz baja mientras el perro movía furiosamente la quijada. El abuelo de Laintal Ay<br />

murió durante una de las peleas de perros más encarnizadas de la historia del mundo.<br />

El día siguiente, Laintal Ay trató de mantenerse cerca del sacerdote de Borlien, por si tenía<br />

más juguetes ocultos entre las vestiduras. Pero el sacerdote estaba ocupado visitando a los<br />

enfermos, y, en todo caso, Loilanun no dejó de vigilar a su hijo.<br />

El carácter naturalmente rebelde de Laintal Ay encontró un obstáculo en las disputas que<br />

estallaron en seguida entre la madre y la abuela. Esto le sorprendió tanto más porque las mujeres<br />

se habían mostrado afecto cuando el abuelo vivía. El cuerpo de Yuli, llamado así en recuerdo<br />

del sacerdote que había venido de las montañas con Iskador, fue transportado en una carreta,<br />

tieso como un cuero helado, como si su último acto de voluntad hubiese sido mantenerse

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