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aldiss, brian w - heliconia primavera.pdf

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grupo de Yuli, dos generaciones antes del actual Yuli, que ahora yacía aguardando los ritos del<br />

sacerdote.<br />

—Preferiría ver vivo al abuelo a ser un jefe.<br />

Aoz Roon movió la cabeza.<br />

—No digas eso. Cualquiera gobernaría, si tuviera la ocasión. Yo lo haría.<br />

—Serías un buen jefe, Aoz Roon. Cuando crezca, seré como tú: lo sabré todo y lo cazaré<br />

todo.<br />

Aoz Roon rió. Laintal Ay pensó que tenía una hermosa figura, con dientes que<br />

relampagueaban entre los labios barbados. Veía en él ferocidad, pero no falsedad, como en el<br />

sacerdote. Aoz Roon era un ser heroico por muchos motivos. Tenía una hija natural llamada<br />

Oyre, casi de la edad de Laintal Ay. Y usaba un traje de pieles negras como no se conocía otro,<br />

hecho con la piel de un gigantesco oso de las montañas que él mismo había matado.<br />

Aoz Roon dijo: —Ven, tu madre querrá que estés allí en este momento. Súbete a Myk, que te<br />

llevará.<br />

El gran phagor blanco ofreció las manos córneas a Laintal Ay, que subió por los brazos a los<br />

hombros inclinados. Myk había servido en Embruddock durante largo tiempo; los phagors<br />

vivían más que los hombres. Le habló a Laintal Ay con una voz pastosa y sofocada: —Vamos,<br />

muchacho.<br />

Laintal Ay se aferró a los cuernos del dos filos. Aunque, como símbolo de esclavitud, los<br />

agudos dobles filos habían sido pulidos y aserrados.<br />

Las tres figuras avanzaron a lo largo de la calle gastada por los años, encaminándose al calor<br />

mientras la oscuridad se cerraba en otra de las incontables noches del invierno, un invierno que<br />

imperaba desde hacía siglos en ese continente tropical. La nieve pulverizada de las cumbres,<br />

arrancada por el viento, caía levemente. Apenas el padre santo y los perros penetraron en la gran<br />

torre, los espectadores desaparecieron en sus viviendas. Myk depositó a Laintal Ay sobre la<br />

nieve pisoteada. El muchacho saludó a Aoz Roon sacudiendo alegremente el brazo, mientras<br />

corría hacia las puertas dobles en la base del edificio.<br />

Un hedor a pescado lo recibió en la oscuridad. El tiro de perros había sido alimentado con<br />

peces gotas arponeados en el helado Voral. Los animales saltaron cuando entró el muchacho,<br />

ladrando con fiereza y mostrando los afilados dientes. El esclavo humano que acompañaba al<br />

padre gritaba sin éxito que no molestaran. Laintal Ay les respondió con un gruñido, las manos<br />

abrigadas debajo de los brazos, y subió las escaleras de madera.<br />

Se filtraba la luz desde lo alto. Sobre el establo había seis pisos. Él dormía en un rincón de la<br />

primera planta. La madre y los abuelos, en el piso superior. Y entre ambos residían varios<br />

cazadores al servicio del abuelo.<br />

Ocupados en empacar, le volvían la espalda. Cuando llegó a sus habitaciones, Laintal Ay se<br />

encontró con que habían subido allí las escasas pertenencias del padre Bondorlonganon. El<br />

hombre se había instalado, y allí dormiría. Roncaría seguramente; era la norma entre los adultos.<br />

Se quedó mirando la manta del sacerdote, asombrado por la extraña textura, antes de subir a la<br />

habitación donde estaba el abuelo.<br />

Laintal Ay se detuvo y asomó la cabeza por la puerta trampa, mirando todo desde la<br />

perspectiva del suelo. Ésa era realmente la habitación de la abuela, la habitación de Loil Bry<br />

desde los días de su juventud y desde los días del padre de ella, Wall Ein Den, que había sido<br />

señor de la tribu de Den y señor de Embruddock. Estaba llena de la sombra de Loil Bry. Ella se<br />

encontraba de espaldas al fuego que ardía en un brasero de hierro, junto a la abertura por donde<br />

su nieto espiaba. La sombra se erguía, amenazadora, en las paredes y el techo bajo. Del vestido<br />

de telar que la abuela llevaba siempre, sólo aparecía en las paredes un contorno incierto, con las<br />

mangas convertidas en alas. Loil Bry y su sombra parecían dominar a las otras tres personas del<br />

cuarto. En la cama, en un rincón, yacía Pequeño Yuli, con el mentón sobresaliendo de las pieles.<br />

Tenía veintinueve años de edad, y estaba consumido. El anciano murmuraba. Loilanun, la<br />

madre de Laintal Ay, estaba cerca de él, con las manos en los codos, y una expresión de hondo<br />

pesar en el rostro pálido. Todavía no había visto a su hijo. El hombre de Borlien, el padre<br />

Bondorlonganon, estaba sentado junto a Laintal Ay, con los ojos cerrados, rezando en voz alta.<br />

La plegaria y el resto de la escena habían detenido a Laintal Ay. Normalmente adoraba esa<br />

habitación, repleta de los misterios de la abuela. Loil Bry sabía muchas cosas fascinantes, y en

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