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I<br />
MUERTE DE UN ABUELO<br />
El cielo era negro, y hombres con antorchas venían de la puerta del sur. Estaban envueltos en<br />
abrigos de piel y marchaban levantando los pies a causa de la nieve que cubría las calles.<br />
¡Llegaba el hombre santo! ¡Llegaba el hombre santo!<br />
El joven Laintal Ay estaba escondido en la galería del templo en ruinas, con la cara brillante<br />
de excitación. Miraba la procesión que pasaba entre las viejas torres de piedra, cubiertas ambas,<br />
en el lado este, por la nieve caída más temprano. Observó que sólo había color en el<br />
chisporroteante extremo de las antorchas, en la punta de la nariz del padre santo y en las lenguas<br />
del tiro de seis perros. En todos los casos, el color era rojo. El cielo pesadamente cargado, de<br />
donde había desaparecido el centinela Batalix, había desteñido los demás colores.<br />
El padre Bondorlonganon, de la distante Borlien, era grueso, y el abrigo de enormes pieles,<br />
de un tipo que no se usaba en Oldorando, lo hacía aún más grueso. Había venido solo a<br />
Oldorando: los hombres que lo acompañaban eran cazadores locales, y Laintal Ay los conocía a<br />
todos. El muchacho miró con atención la cara del padre, porque pocas veces recibían<br />
extranjeros. El había sido más pequeño y menos fuerte durante la última visita del hombre<br />
santo.<br />
La cara del hombre santo era oval, y estaba profusamente cubierta de arrugas horizontales,<br />
donde las facciones, como los ojos, se situaban como podían. Las líneas de las arrugas parecían<br />
comprimirle la boca y alargarla en una mueca cruel. Detuvo el trineo y miró alrededor con<br />
suspicacia. Nada en su actitud sugería que le gustara estar nuevamente en Oldorando. Volvió los<br />
ojos al templo: esta visita era necesaria porque Oldorando había matado a los sacerdotes algunas<br />
generaciones antes, como él sabía. La mirada incómoda se detuvo un instante en el muchacho<br />
de pie entre dos pilares cuadrados.<br />
Laintal Ay devolvió la mirada. Le pareció que los ojos del sacerdote eran crueles y taimados;<br />
pero por supuesto, no esperaba nada bueno de un hombre que venía a cumplir los últimos ritos<br />
junto a un abuelo agonizante.<br />
Sintió el olor de los perros mientras pasaban, y el de la brea de las antorchas encendidas. La<br />
procesión giró y continuó por la calle principal, alejándose del templo. Laintal Ay no se decidía<br />
a seguirla. Se quedó en los escalones, abrazándose a sí mismo, mirando cómo la llegada del<br />
trineo atraía a la gente de las torres, a pesar del frío.<br />
La procesión se detuvo en la oscuridad, al final de la calle, bajo la gran torre donde vivía la<br />
familia de Laintal Ay. Los esclavos salieron a ocuparse de los perros —serían alojados en el<br />
establo, al pie de la torre— mientras el padre santo bajaba rígidamente del trineo y entraba sin<br />
ceremonias.<br />
Al mismo tiempo un cazador se acercó al templo desde la puerta sur. Era un hombre de barba<br />
negra y porte desafiante llamado Aoz Roon, a quien el muchacho admiraba grandemente. Detrás<br />
de él, con unos grillos cerrados sobre los córneos tobillos, caminaba arrastrándose un viejo<br />
phagor esclavo, Myk.<br />
—Veo, Laintal, que el padre ha llegado de Borlien. ¿No irás a darle la bienvenida?<br />
—No.<br />
—¿Por qué? Lo recuerdas, ¿no es verdad?<br />
—Si él no hubiera venido, mi abuelo no estaría ahora agonizando. Aoz Roon le dio una<br />
palmada en el hombro.<br />
—Eres un buen muchacho; sobrevivirás. Un día, tú mismo gobernarás Embruddock. —<br />
Embruddock era el antiguo nombre de Oldorando, el nombre habitual antes de que llegara el