aldiss, brian w - heliconia primavera.pdf

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08.05.2013 Views

Yuli miró hacia abajo: Marcado e Iskador apenas se veían del otro lado del abismo, con las caras vueltas hacia arriba. Examinó otra vez la fisura entre las rocas, pero la visión de aquel otro mundo había desaparecido, eclipsada por la espuma. Le temblaban los miembros. Logró dominarse y ayudar a los demás a subir. En silencio, se estrecharon unos a otros, agradecidos. En silencio, emprendieron la marcha entre las grandes rocas que rodeaban el torrente. En silencio continuaron. Yuli no habló de ese otro mundo que había creído ver. Pero pensó nuevamente en el padre Sifans. ¿No podía ser una fortaleza secreta de los Apropiadores que se había aparecido un momento entre las rocas? Fuera lo que fuera, no dijo nada. La cavidad de la montaña parecía infinita. Sin luz, los cuatro se adelantaban temiendo tropezar en las fisuras del suelo. Cuando les parecía que era de noche, buscaban un nicho adecuado para dormir, y se apretujaban buscando calor y compañía. En cierta ocasión, después de trepar durante horas por el lecho sembrado de cantos rodados de un río desaparecido mucho antes, encontraron un nicho alto casi como ellos donde pudieron descansar del viento helado que había soplado durante toda la jornada. Yuli se durmió inmediatamente. Fue despertado por Iskador que lo sacudía. Los otros dos hombres estaban sentados y murmuraban, temerosos. —¿Oyes? —preguntó Iskador. —¿Oyes? —preguntaron Usilk y Marcado. Yuli escuchó el viento que suspiraba en el cauce seco y un goteo distante y luego oyó lo que les atemorizaba. Un ruido de algo que raspaba o que se deslizaba rápidamente contra los muros rocosos. —¡El gusano de Wutra! —dijo Iskador. Yuli la asió con firmeza. —Es sólo una historia que se cuenta —dijo. Pero sintió un frío terrible y echó mano a la daga. —Aquí estamos seguros —dijo Marcado— si no hacemos ruido. Solo les cabía esperar que tuviera razón. Era evidente que algo se aproximaba. Acurrucados, miraban con nerviosidad el túnel. Marcado y Usilk esgrimían los bastones que habían robado a los guardianes de Castigo; Iskador tenía su arco. El ruido crecía, y parecía llegar junto con el viento. Ahora se oía también un rumor de rocas arrojadas con violencia a los lados. El viento se apagó, bloqueado quizás. Un olor los asaltó. Era un olor pesado, a peces podridos, a excrementos, a queso rancio. Una niebla verdosa invadía el túnel. La leyenda decía que los gusanos de Wutra eran silenciosos, pero esto, fuera lo que fuese, se acercaba ahora estrepitosamente. Movido más bien por el terror que por el valor, Yuli se asomó a mirar. Allí estaba, aproximándose con rapidez. Apenas se le veían las facciones, detrás de la nebulosa verde que empujaba hacia adelante. Cuatro ojos, dos arriba y dos abajo, y bigotes y colmillos gigantescos. Yuli echó atrás la cabeza, con horror y náuseas. El gusano se acercaba, inexorable. En el momento siguiente, los cuatro pudieron verle la cara de perfil. Los ojos brillaban enloquecidos. Las rígidas púas del bigote rozaron los abrigos de pieles. Luego un cuerpo hediondo, de escamas azules, pasó ondulando, cubriéndolos de polvo. Había millas de cuerpo. Al fin, apretados unos contra otros, miraron, asomándose. Al comienzo del túnel del río seco había una caverna algo mayor, por donde ellos habían pasado. Allí ocurría en ese momento una conmoción: la gran luminiscencia ondulaba, visible aún. El gusano los había descubierto. Pesadamente, se daba la vuelta para arremeter contra ellos. Iskador sofocó un grito cuando comprendió lo que ocurría. —Piedras, pronto —dijo Yuli. Había allí unas piedras sueltas que podían tirar. Se volvió hacia el fondo del nicho, alargó la mano contra el gusano y tocó algo velludo. Retrocedió. Golpeó la ruedecilla del pedernal. Una chispa brotó y se apagó, pero todos alcanzaron a ver íos restos enmohecidos de un hombre, del que sólo quedaban los huesos y las pieles en que se había envuelto. Y una especie de arma. Yuli encendió una segunda chispa. —¡Un peludo muerto! —exclamó Usilk, en la jerga de los prisioneros. Usilk tenía razón. El cráneo largo y los cuernos eran inconfundibles. Junto al cuerpo del phagor había un bastón que terminaba en una punta metálica curva. Akha había acudido a ayudar a los amenazados por Wutra. Tanto Usilk como Yuli tendieron k mano al astil del arma.

—Para mí. Yo he usado estas cosas —dijo Yuli, quedándose con el arma. De pronto regresaba a la vida de antes. Recordó cómo había enfrentado en el desierto a un yelk que cargaba contra él. El gusano de Wutra retornaba. Otra vez el estrépito. Más luz verde pálida. Yuli y Usilk se aventuraron a asomarse rápidamente. Pero el monstruo no se movió. Podían verle el borrón de la cabeza. Se había vuelto y miraba hacia ellos, pero no avanzaba. Aguardaba. Miraron nuevamente, pero en la otra dirección. Un segundo gusano se acercaba por donde había venido el primero. Dos gusanos... De pronto, en la imaginación de Yuli, en todo el sistema de cavernas bullían los gusanos. Aterrorizados, se aferraron unos a otros, mientras la luz se hacía más clara y el ruido más cercano. Pero las monstruosas criaturas sólo se preocupaban por el congénere que tenían delante. Detrás de una ola de aire fétido apareció la cabeza del monstruo, con cuatro ojos brillantes. Apoyando el cabo de la lanza recientemente adquirida contra el costado del nicho, Yuli sostuvo el asta con ambas manos. La lanza cortó el costado del gusano mientras cargaba hacia adelante. De la larga abertura le rezumó una sustancia densa como mermelada. Empezó a correr más lentamente antes de que la cola peluda llegara donde estaban los cuatro humanos. Nunca llegaron a saber si los dos gusanos intentaban luchar o aparearse. El segundo no alcanzó la meta. El movimiento se detuvo. Olas de dolor crudamente telegrafiado hicieron que el cuerpo se agitara y la cola azotara el suelo. Luego quedó inmóvil. Lentamente la luminiscencia murió. Todo estaba en silencio, excepto el viento que susurraba entre las rocas. No se atrevían a moverse. Apenas cambiaban de posición. El primer gusano esperaba todavía en la oscuridad: un leve brillo verde apenas discernible, más allá del cuerpo del monstruo muerto. Más tarde estuvieron de acuerdo en que ése fue el peor momento de la ordalía. Todos creían que el primer gusano sabía dónde estaban, que el gusano muerto era la pareja del sobreviviente, que sólo esperaba a que echaran a correr para lanzarse contra ellos y vengarse. Por fin el gusano se movió. Oyeron cómo frotaba las cerdas contra las rocas. Se adelantó con cuidado, como si temiera una trampa, elevó la cabeza por encima del cuerpo del otro, y se puso a comer. Los cuatro humanos no podían quedarse donde estaban. Los ruidos eran demasiado terroríficos. Saltaron por encima del líquido espeso que el dragón había derramado, y huyeron precipitadamente en la oscuridad. Continuaron por dentro de la montaña. Ahora se detenían con frecuencia a escuchar los ruidos de la oscuridad, y cuando tenían necesidad de hablar lo hacían en voz baja y trémula. De vez en cuando encontraban agua para beber. Pero los alimentos se terminaron pronto. Iskador derribó algunos murciélagos, que nadie quiso comer. Iban de un lado a otro por el laberinto de piedra, cada vez más débiles. El tiempo pasaba y habían olvidado la seguridad de Pannoval. Lo único que quedaba era una infinita oscuridad que tenía que ser atravesada. Empezaron a encontrar huesos de animales. En una ocasión, encendieron el pedernal y descubrieron dos esqueletos humanos en el suelo. Uno rodeaba al otro con el brazo. El tiempo había robado al ademán toda la gentileza que pudiera haber tenido; ahora sólo había huesos que se rozaban unos con otros y una horrible mueca que respondía a la boca abierta del cráneo. Luego, en un lugar donde soplaba un aire fresco, oyeron movimientos y vieron dos animales de piel velluda y rojiza, que mataron. Cerca había un cachorro, que maullaba y alzaba el hocico romo hacia ellos. Lo mataron, lo descuartizaron y devoraron la carne caliente, y luego, en una especie de furioso paroxismo de hambre recién despertada, devoraron también a los animales mayores. En las paredes se movían unos organismos luminiscentes. Había signos de que había estado habitada por hombres: los restos de una cabaña y algo que podía ser una barca cubierta de hongos. En una chimenea, en el techo de la caverna se había alojado una pequeña bandada de preets. El arco infalible de Iskador derribó seis aves, que cocinaron en una olla sobre el fuego, con sal y hongos para mejorar el sabor. Esa noche, mientras dormían amontonados, fueron

—Para mí. Yo he usado estas cosas —dijo Yuli, quedándose con el arma. De pronto regresaba a<br />

la vida de antes. Recordó cómo había enfrentado en el desierto a un yelk que cargaba contra él.<br />

El gusano de Wutra retornaba. Otra vez el estrépito. Más luz verde pálida. Yuli y Usilk se<br />

aventuraron a asomarse rápidamente. Pero el monstruo no se movió. Podían verle el borrón de<br />

la cabeza. Se había vuelto y miraba hacia ellos, pero no avanzaba.<br />

Aguardaba.<br />

Miraron nuevamente, pero en la otra dirección.<br />

Un segundo gusano se acercaba por donde había venido el primero. Dos gusanos... De pronto,<br />

en la imaginación de Yuli, en todo el sistema de cavernas bullían los gusanos.<br />

Aterrorizados, se aferraron unos a otros, mientras la luz se hacía más clara y el ruido más<br />

cercano. Pero las monstruosas criaturas sólo se preocupaban por el congénere que tenían<br />

delante.<br />

Detrás de una ola de aire fétido apareció la cabeza del monstruo, con cuatro ojos brillantes.<br />

Apoyando el cabo de la lanza recientemente adquirida contra el costado del nicho, Yuli sostuvo<br />

el asta con ambas manos.<br />

La lanza cortó el costado del gusano mientras cargaba hacia adelante. De la larga abertura le<br />

rezumó una sustancia densa como mermelada. Empezó a correr más lentamente antes de que la<br />

cola peluda llegara donde estaban los cuatro humanos.<br />

Nunca llegaron a saber si los dos gusanos intentaban luchar o aparearse. El segundo no alcanzó<br />

la meta. El movimiento se detuvo. Olas de dolor crudamente telegrafiado hicieron que el cuerpo<br />

se agitara y la cola azotara el suelo. Luego quedó inmóvil.<br />

Lentamente la luminiscencia murió. Todo estaba en silencio, excepto el viento que susurraba<br />

entre las rocas.<br />

No se atrevían a moverse. Apenas cambiaban de posición. El primer gusano esperaba todavía en<br />

la oscuridad: un leve brillo verde apenas discernible, más allá del cuerpo del monstruo muerto.<br />

Más tarde estuvieron de acuerdo en que ése fue el peor momento de la ordalía. Todos creían que<br />

el primer gusano sabía dónde estaban, que el gusano muerto era la pareja del sobreviviente, que<br />

sólo esperaba a que echaran a correr para lanzarse contra ellos y vengarse.<br />

Por fin el gusano se movió. Oyeron cómo frotaba las cerdas contra las rocas. Se adelantó con<br />

cuidado, como si temiera una trampa, elevó la cabeza por encima del cuerpo del otro, y se puso<br />

a comer.<br />

Los cuatro humanos no podían quedarse donde estaban. Los ruidos eran demasiado terroríficos.<br />

Saltaron por encima del líquido espeso que el dragón había derramado, y huyeron<br />

precipitadamente en la oscuridad.<br />

Continuaron por dentro de la montaña. Ahora se detenían con frecuencia a escuchar los ruidos<br />

de la oscuridad, y cuando tenían necesidad de hablar lo hacían en voz baja y trémula.<br />

De vez en cuando encontraban agua para beber. Pero los alimentos se terminaron pronto.<br />

Iskador derribó algunos murciélagos, que nadie quiso comer. Iban de un lado a otro por el<br />

laberinto de piedra, cada vez más débiles. El tiempo pasaba y habían olvidado la seguridad de<br />

Pannoval. Lo único que quedaba era una infinita oscuridad que tenía que ser atravesada.<br />

Empezaron a encontrar huesos de animales. En una ocasión, encendieron el pedernal y<br />

descubrieron dos esqueletos humanos en el suelo. Uno rodeaba al otro con el brazo. El tiempo<br />

había robado al ademán toda la gentileza que pudiera haber tenido; ahora sólo había huesos que<br />

se rozaban unos con otros y una horrible mueca que respondía a la boca abierta del cráneo.<br />

Luego, en un lugar donde soplaba un aire fresco, oyeron movimientos y vieron dos animales de<br />

piel velluda y rojiza, que mataron. Cerca había un cachorro, que maullaba y alzaba el hocico<br />

romo hacia ellos. Lo mataron, lo descuartizaron y devoraron la carne caliente, y luego, en una<br />

especie de furioso paroxismo de hambre recién despertada, devoraron también a los animales<br />

mayores.<br />

En las paredes se movían unos organismos luminiscentes. Había signos de que había estado<br />

habitada por hombres: los restos de una cabaña y algo que podía ser una barca cubierta de<br />

hongos. En una chimenea, en el techo de la caverna se había alojado una pequeña bandada de<br />

preets. El arco infalible de Iskador derribó seis aves, que cocinaron en una olla sobre el fuego,<br />

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