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excitación. Nadie parecía exactamente disgustado por esa interrupción de la rutina.<br />
Se alejaron como sombras hacia la oscuridad. Era el momento de desaparecer, entre la<br />
confusión. Pero, ¿y Usilk?<br />
La ira se apagaba y la culpa volvía. Supo que deseaba demostrar a Usilk que el ofrecimiento de<br />
ayuda había sido sincero.<br />
En lugar de encaminarse a las celdas de la prisión, fue<br />
hacia sus propias habitaciones. Primero tenía que reanimar a Usilk y prepararlo para la huida.<br />
Era inútil llevarlo al dormitorio de los monjes, donde serían descubiertos. Había un lugar más<br />
seguro.<br />
Leyendo las paredes, dio media vuelta antes de los dormitorios, y empujó a Usilk por una<br />
escalera espiral a la que daban las celdas de algunos sacerdotes, ordenadas como en una<br />
conejera. La franja grabada le decía bajo la mano el lugar dónde estaba, aunque la oscuridad era<br />
ahora tan cerrada que unos rojos fantasmales parecían flotar como plantas sumergidas. Golpeó a<br />
la puerta del padre Sifans y entró.<br />
Como había pensado, no hubo respuesta. A esta hora del día, Sifans estaba ocupado en alguna<br />
otra parte. Metió a Usilk en el cuarto.<br />
Muchas veces había estado esperando afuera, pero nunca había entrado. Se sentía perdido.<br />
Ayudó a Usilk a sentarse en cuclillas, con la espalda apoyada contra la pared, y buscó a tientas<br />
una lámpara.<br />
Después de chocar con algunos muebles, encontró la ruedecilla de pedernal unida al soporte y la<br />
hizo girar. Brotó una chispa, apareció una lengua de luz, y Yuli alzó la lámpara y miró<br />
alrededor. Allí estaban todos los escasos bienes terrenales del padre Sifans. En un rincón había<br />
un pequeño altar con una grasienta estatua de Akha. Había también un sitio para abluciones, y<br />
un estante con una o dos cosas y un instrumento musical, y una alfombrilla en el suelo. Nada<br />
más. Ni una mesa ni sillas. Perdida en la sombra, había una alcoba; Yuli supo sin mirar que sólo<br />
contenía un catre donde dormía el anciano.<br />
Se puso en movimiento. Con el agua que salía de la roca llenó la palangana y lavó la cara de<br />
Usilk y trató de reanimarlo. El hombre bebió un poco de agua, con un gesto de dolor. En el<br />
estante, sobre un platillo de estaño había un correoso pan de centeno. Yuli ofreció un trozo a<br />
Usilk y comió otro él mismo.<br />
Movió con suavidad el hombro de Usilk.<br />
—Tienes que perdonar mi furia. Tú la has provocado.<br />
En el fondo, soy sólo un salvaje indigno de ejercer el sacerdocio. Pero ya ves que te he dicho la<br />
verdad. Escaparemos de aquí. No será difícil, con el derrumbamiento de Guiño.<br />
Usilk se limitó a gemir.<br />
—No estás tan mal como crees. Tendrás que moverte por ti mismo.<br />
Usilk miró a Yuli con los ojos entornados.<br />
—No me engañarás, monje.<br />
Yuli se sentó en cuclillas. Usilk se apartó.<br />
—Ya es tarde para volverse atrás. Trata de comprender. No te pido nada, Usilk. Simplemente,<br />
intentaré sacarte de aquí. Tiene que haber alguna forma de escapar por la puerta norte, si los dos<br />
nos vestimos de sacerdotes. A no muchos días de viaje vive la mujer de un trampero, llamada<br />
Lorel. Nos albergará hasta que nos acostumbremos al frío.<br />
—No me moveré de aquí.<br />
Golpeándose la frente, Yuli dijo: —Tendrás que hacerlo. Estamos escondidos en el cuarto de un<br />
padre. No podemos seguir aquí. No es un mal viejo, pero sin duda nos denunciará si nos<br />
descubre.<br />
—No es así, hermano Yuli. El viejo que no es malo guarda los secretos como una tumba.<br />
Yuli se volvió de un salto y vio al padre Sifans, que acababa de emerger de la alcoba.<br />
Adelantaba una mano frágil como si temiera un ataque.<br />
—Padre...<br />
El padre Sifans parpadeó en la luz incierta.