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aldiss, brian w - heliconia primavera.pdf

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agitado que estaba. Yuli fue a la capilla de los hermanos, y rezó a Akha, en la oscuridad, una<br />

plegaria que no obtuvo respuesta.<br />

En Mercado, Yuli había oído una historia que los sacerdotes del Santuario no desconocían,<br />

acerca de cierto gusano.<br />

Ese gusano había sido enviado por Wutra, el malvado dios de los cielos. Wutra había puesto el<br />

gusano en el laberinto de galerías de la montaña sagrada de Akha. El gusano era grande y largo,<br />

casi del diámetro de las galerías. Era viscoso y se deslizaba en silencio en la oscuridad, y la<br />

gente sólo oía el siseo del aliento entre los labios blandos. Comía seres humanos. En un<br />

momento, estaban seguros; en el siguiente, oían el maligno jadeo, y el susurro de los largos<br />

bigotes que se rozaban entre sí, y eran devorados.<br />

Un equivalente espiritual del gusano de Wutra se movía de un lado a otro por los laberintos de<br />

la mente de Yuli. Yuli no podía dejar de ver, en los hombres escuálidos y en la sangre del<br />

prisionero, el abismo que había entre la predicación y la práctica del culto de Akha. No era que<br />

la predicación fuese demasiado mística, pues insistía sobre todo en el servicio, ni que la vida<br />

fuese tan mala; lo que le inquietaba era la contradicción.<br />

Recordó algo que le había dicho el padre Sifans: «No es la santidad lo que conduce al hombre al<br />

servicio de Akha. Más frecuentemente es un pecado como el tuyo. » Eso implicaba que muchos<br />

sacerdotes eran asesinos y criminales, poco mejores que los prisioneros. Sin embargo,<br />

mandaban sobre los prisioneros. Tenían poder.<br />

Yuli cumplía sus tareas de mala gana, sonreía menos que antes. Nunca se sentía feliz trabajando<br />

como sacerdote, y pasaba las noches rezando y los días meditando. Y trataba, en lo posible, de<br />

establecer algún tipo de contacto con Usilk.<br />

Usilk lo rechazaba.<br />

Finalmente, concluyó el período de Yuli en Castigo. Entró en un tiempo de meditación antes de<br />

empezar a trabajar en la Policía de Seguridad. Había observado a los miembros de esa rama de<br />

la milicia mientras visitaba las celdas, y había descubierto dentro de sí mismo el fantasma de<br />

una idea peligrosa.<br />

Después de unos pocos días en Segundad, el gusano de Wutra se hizo aún más activo en la<br />

mente de Yuli. El trabajo consistía en ver cómo golpeaban e interrogaban a los prisioneros, y en<br />

administrar la bendición final cuando morían. Yuli tenía un aspecto cada vez más sombrío, y<br />

por fin sus superiores lo elogiaron y le permitieron atender personalmente algunos casos.<br />

Los interrogatorios eran simples, porque había pocas formas de crimen. La gente robaba,<br />

estafaba o blasfemaba. O se metía en las zonas prohibidas o conspiraba. Este último había sido<br />

el crimen de Usilk. Algunos incluso intentaban huir al reino de Wutra, bajo el cielo. Yuli<br />

comprendió entonces que el mundo subterráneo padecía una especie de enfermedad: toda la<br />

gente con poder temía una revolución. Esa enfermedad crecía en la sombra, y explicaba las<br />

pequeñas y minuciosas leyes que gobernaban la vida en Pannoval. La población, incluyendo a<br />

los sacerdotes, era de seis millares y tres cuartos, y todos pertenecían obligatoriamente a una<br />

corporación o a una orden. Todas las viviendas, corporaciones, órdenes, dormitorios, estaban<br />

infiltrados por espías, que a su vez eran vigilados por otros espías infiltrados. La oscuridad<br />

engendraba desconfianza, y algunas de las víctimas desfilaban, abyectas, ante el hermano Yuli.<br />

Aunque despreciándose a sí mismo, Yuli descubrió que hacía bien el trabajo. Tenía suficiente<br />

simpatía como para conseguir que la víctima bajase la guardia, y suficiente furia destructiva<br />

para arrancarle la verdad. Con el tiempo desarrolló cierto interés profesional por esas tareas. Y<br />

sólo cuando se sintió seguro pidió que le trajeran a Usilk.<br />

Al concluir la tarea de cada día, se celebraba un servicio en la caverna llamada Lathorn. La<br />

asistencia era obligatoria para los sacerdotes y optativa para los miembros de la milicia. La<br />

acústica de Lathorn era excelente: el coro y los músicos inundaban el aire oscuro con hinchadas<br />

olas de sonido. Yuli tocaba desde hacía poco un instrumento.<br />

Era cada día más diestro con el corno, instrumento de bronce no mayor que una mano, que al<br />

comienzo había despreciado al ver a los demás músicos con sus enormes vrachs, gaitas,<br />

baranboims y dobles clows. Pero el diminuto corno podía transformarle el aliento en unas notas

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