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en Guiño.<br />
En otras cavernas había más granjas y minas de pedernal. Pero los movimientos de Yuli estaban<br />
casi tan circunscritos como los de los prisioneros. Guiño era un área cerrada. Se sorprendió<br />
cuando Dravog, hablando con otro guardia, dijo que un pasaje lateral conducía al Mercado.<br />
¡Mercado! El nombre evocaba el bullicioso lugar que había dejado atrás en una vida diferente, y<br />
pensó con nostalgia en Kyale y en su mujer. «Nunca serás un buen sacerdote», se dijo.<br />
Sonaron los gongs, los guardias gritaron, los prisioneros se movieron de mala gana. Los phagors<br />
iban y venían torpemente y de vez en cuando cambiaban alguna palabra gutural. Yuli los<br />
aborrecía. Estaba mirando cómo cuatro prisioneros pescaban en la piscina bajo la mirada de uno<br />
de los guardias de Dravog. Para hacerlo, los hombres tenían que meterse en el agua helada hasta<br />
la cintura. Cuando la red estaba llena, se les permitía salir del agua y arrastrar la red a la costa.<br />
Los peces —gotas, de nombre— eran blancuzcos, con ojos ciegos y azules, y se debatían<br />
desesperadamente fuera del agua.<br />
Pasó entonces una carretilla de escombros, empujada por dos prisioneros. Una rueda tropezó<br />
con una piedra. El prisionero que estaba del mismo lado vaciló y cayó. Al caer, golpeó a uno de<br />
los pescadores, un joven que se había inclinado para alcanzar un extremo de la red, y que se<br />
precipitó de cabeza al agua.<br />
El guardia gritó y lo golpeó con la vara. El phagor próximo se adelantó y alzó al prisionero que<br />
había caído al suelo. Dravog y otro guardia se acercaron a la carrera, a tiempo para golpear en la<br />
cabeza al prisionero joven que intentaba salir de la piscina.<br />
Yuli aferró el brazo de Dravog.<br />
—Déjalo en paz. Fue un accidente. Ayúdalo a salir.<br />
—No está permitido que nadie entre en la piscina por su cuenta —respondió neciamente<br />
Dravog, apartando a Yuli y volviendo a descargar la vara.<br />
El prisionero emergió con la cabeza chorreando agua y sangre. Otro guardia apareció<br />
sacudiendo la vara, que zumbaba en la lluvia. Un phagor venía detrás, con los ojos brillando en<br />
la sombra. El guardia se quejó por haber llegado tarde a la diversión. Junto con Dravog y los<br />
demás guardias llevó a puntapiés al sofocado prisionero, de vuelta a la celda de la caverna<br />
próxima.<br />
Cuando cesó la conmoción y la multitud se dispersó, Yuli se acercó con cautela a la celda, a<br />
tiempo para oír al prisionero que llamaba desde la celda vecina: —Usilk, ¿estás bien?<br />
Yuli fue al despacho de Dravog y tomó la llave maestra. Sacó también una lámpara de aceite de<br />
un nicho, abrió la puerta de la celda, y entró.<br />
El prisionero yacía en el suelo, en una charca de agua. Se sostenía el torso con las manos, de<br />
modo que el contorno de los omóplatos se le marcaba claramente en la camisa. La cabeza y una<br />
mejilla le sangraban.<br />
Miró con hosquedad a Yuli, y luego, sin cambiar de expresión, dejó caer nuevamente la cabeza.<br />
Yuli examinó la cabeza mojada y golpeada. Preocupado, se agachó junto al hombre, colocando<br />
la lámpara en el suelo sucio.<br />
—Fuera, monje —gruñó el hombre.<br />
—Te ayudaré si puedo.<br />
—No puedes. ¡Fuera!<br />
Durante un momento estuvieron sin moverse ni hablar mientras el agua y la sangre se<br />
combinaban en la charca.<br />
—Te llamas Usilk, ¿verdad?<br />
No hubo respuesta. El rostro delgado miraba el suelo.<br />
—¿Tu padre se llama Kyale? ¿Y vive en Vakk?<br />
—Déjame en paz.<br />
—Lo conozco. Lo he conocido bien. Y a tu madre. Ella me cuidó.<br />
—Ya me has oído. —Con brusca energía, el prisionero se arrojó contra Yuli, golpeándolo<br />
débilmente. Yuli se desprendió de él, rodó y se puso en pie de un salto, como un asokin. Estaba<br />
a punto de atacar, pero se contuvo. Trató de dominarse y retrocedió. Sin una palabra, recogió la<br />
lámpara y salió de la celda.<br />
—Ése es peligroso —le dijo Dravog, permitiéndose una sonrisa a expensas de Yuli al advertir lo