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aldiss, brian w - heliconia primavera.pdf

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Había descubierto recientemente en su maestro una profunda afición a la charla. Los ojos del<br />

padre Sifans parpadeaban más rápidamente, los labios le temblaban, las palabras le brotaban con<br />

facilidad. Todos los días, mientras trabajaban juntos, el padre Sifans se permitía administrarle<br />

una pequeña dosis de revelación.<br />

—Los Guardianes están entre nosotros. No sabemos quiénes son. Exteriormente no son<br />

diferentes. Yo podría ser un Guardián y tú no te darías cuenta.<br />

Al día siguiente, después de las plegarias, Sifans llamó a Yuli con su mano enguantada y le dijo:<br />

—Ven. Como tu noviciado casi está terminado, te mostraré una cosa. ¿Recuerdas de qué<br />

hablamos ayer?<br />

—Por supuesto.<br />

El padre Sifans frunció los labios, bizqueó, alzó la nariz fina como de hurón, y asintió varias<br />

veces. Luego echó a andar con un paso rígido y afectado, esperando que Yuli lo siguiera.<br />

Las luces eran raras en esa parte del Santuario, y en algunos sitios estaban totalmente<br />

prohibidas. Los dos hombres se movían con seguridad en las tinieblas. Yuli mantenía<br />

extendidos los dedos de la mano derecha, rozando la franja labrada en la pared del corredor.<br />

Estaban en Warrborw, y Yuli ya sabía leer los muros.<br />

Al frente había unos escalones. Dos preets de ojos luminosos, encerrados en jaulas de mimbre,<br />

indicaban el punto de unión del corredor principal con un pasadizo lateral y las escaleras. Yuli y<br />

el anciano maestro subieron a paso firme, clac, clac, y fueron por galerías de más escalones,<br />

evitando por la fuerza del hábito a los otros que también marchaban en la oscuridad.<br />

Estaban ahora en Espiga Salvaje. Eso decía el dibujo<br />

de la roca, bajo los dedos de Yuli. En un diseño que jamás se repetía, de ramas entrelazadas, se<br />

movían pequeños animales, invenciones, según Yuli, de algún artista muerto mucho antes:<br />

animales que saltaban, nadaban, trepaban y se revolvían. Por alguna razón, Yuli los imaginaba<br />

de colores vivos. La franja labrada se extendía en todas direcciones; nunca era mayor que el<br />

ancho de una mano. Éste era uno de los secretos del Santuario. Nadie podía perderse en esa<br />

oscuridad laberíntica si recordaba los diseños que identificaban cada sector y las señales que<br />

anunciaban un recodo, unos escalones, o una bifurcación.<br />

Entraron en una galería baja. La resonancia parecía indicar que no había nadie más. El relieve<br />

mostraba unos hombres extraños, entre cabañas de madera, con las manos abiertas. Tenían que<br />

vivir en alguna parte, en el exterior, pensó Yuli, disfrutando del paisaje que las manos le<br />

revelaban.<br />

Sifans se detuvo, y Yuli chocó contra él. Mientras se disculpaba, el anciano se apoyó contra el<br />

muro.<br />

—Calla, y permíteme el placer de un buen jadeo —le dijo.<br />

Un instante después, lamentando la severidad con que había hablado, agregó: —Me estoy<br />

volviendo viejo. Pronto cumpliré veinticinco años. Pero la muerte de un individuo no es nada<br />

para Akha.<br />

Yuli sintió temor por él.<br />

El sacerdote tocó la pared. El agua corría por la roca empapándolo todo.<br />

—Sí, es aquí.<br />

El maestro abrió un pequeño postigo, y la luz los inundó. Yuli tuvo que cubrirse los ojos un<br />

momento. Luego se acercó al padre Sifans y miró.<br />

Sofocó un grito, asombrado.<br />

Abajo se veía un pequeño pueblo construido sobre una colina. Tortuosas callejas iban de un<br />

lugar a otro; flanqueadas a veces por grandes casas, o atravesadas por senderos que delimitaban<br />

una tumultuosa edificación. A un lado, un río corría en una profunda hondonada. Algunas<br />

casas se alzaban peligrosamente sobre el abismo. Las personas, pequeñas como hormigas, se<br />

movían por las calles y en el interior de las habitaciones sin techo. El ruido llegaba levemente<br />

hasta el sitio desde donde miraban los dos hombres.<br />

—¿Dónde estamos?<br />

Sifans señaló con un ademán.<br />

—Eso es Vakk. Lo habías olvidado, ¿verdad?

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