aldiss, brian w - heliconia primavera.pdf
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—¿Qué ocurre en la ciudad... además de la peste? Raynil Layan alzó la cara roja. —Enemigos en el interior... Como si la visita de la fiebre no hubiera bastado, tu valioso amigo, el otro señor de la Pradera del Oeste, ha intentado usurpar el puesto de Aoz Roon. Yo ya desespero de la naturaleza humana. Metió la mano en un bolso que le colgaba del cinto y sacó algunas brillantes monedas de oro, roons que él mismo acababa de acuñar. —Quiero comprar tu yelk, Laintal Ay. Estás a una hora de tu casa y no lo necesitas. Yo sí... —Más noticias. ¿Qué ha sido de Dathka? ¿Ha muerto? —¿Quién sabe? Probablemente sí, a estas horas. Yo salí anoche. —¿Y la tropa de phagors? ¿Cómo has pasado tú entre ellos? ¿Pagando con monedas? Raynil Layan alzó una mano mientras guardaba el dinero con la otra. —Hay muchos entre nosotros y la ciudad. Yo traía un guía madi, que supo evitarlos. Quién sabe qué se proponen esas inmundas criaturas. —Como si hubiese tenido un brusco recuerdo, agregó: —Comprende que me he marchado, no por mi bien, sino por aquellos a quienes yo tenía que proteger. Más atrás vienen otros de mi grupo. Nos robaron nuestros mielas apenas salimos, y por eso... Gruñendo como un animal, Laintal Ay tiró de la chaqueta del hombre y lo puso de pie. —¿Otros? ¿Otros? ¿Quién te acompaña? ¿A quiénes has abandonado, basura? ¿Vry estaba contigo? Raynil Layan hizo una mueca. —Déjame en paz. Ella prefiere la astronomía, lamento decirlo. Aún está en la ciudad. Dame las gracias, Laintal Ay; he rescatado a amigos y familiares tuyos y de Aoz Roon. Y cédeme ese insoportable yelk... —Más tarde arreglaré cuentas contigo. —Laintal Ay hizo a un lado a Raynil Layan y saltó al yelk. Lo espoleó con violencia, cruzó la colina y avanzó rápidamente hasta la próxima, gritando. En el borde de la pendiente vio a tres personas y un niño pequeño. Un guía madi se inclinaba ocultando el rostro, abrumado por los signos del cielo. Más atrás estaban Dol, con Rastil Roon en los brazos, y Oyre. El niño lloraba. Las dos mujeres miraron con temor a Laintal Ay mientras desmontaba y se acercaba. Sólo cuando las abrazó y las llamó lo reconocieron. Oyre también había pasado por el ojo de la aguja de la fiebre. Sonrieron mirándose asombrados los cuerpos esqueléticos. Luego ella rió y lloró al mismo tiempo, y lo abrazó. Mientras todos se abrazaban, Aoz Roon se acercó, tomó la muñeca regordeta de su hijo y besó a Dol. Las lágrimas le corrían por la cara desgastada. Las mujeres contaron algo de la reciente y penosa historia de Oldorando; Oyre explicó el fracasado intento de . estaba aún en la ciudad, con muchos otros. Cuando Raynil Layan se ofreció a escoltar a Oyre y Dol, ellas aceptaron. Aunque sospechaban que el hombre huía para salvarse, tenían tanto miedo de que Rastil Roon se contagiara la peste que aceptaron y se marcharon. No tenían ninguna experiencia, y los bandoleros de Borlien les robaron casi en seguida bienes y monturas. —¿Y los phagors? ¿Atacarán la ciudad? Las mujeres sólo sabían que la ciudad estaba aún en pie, a pesar del caos que reinaba entre los muros. Y habían visto, por cierto, unas enormes y apretadas fuerzas phagors fuera de la ciudad, mientras escapaban. —Es preciso que regrese. —Entonces iré contigo. No volveré a abandonarte —dijo Oyre—. Que Raynil Layan haga lo que le plazca. Dol y el niño pueden quedarse con mi padre. Mientras hablaban, abrazados, el humo se elevó sobre la llanura, hacia el oeste. Estaban demasiado ocupados y felices para advertirlo. —La vista de mi hijo me revive —dijo Aoz Roon, estrechando al niño y secándose los ojos con la mano—. Dol, si eres capaz de dejar morir el pasado, seré para ti un hombre mejor desde ahora en adelante. —Dices palabras de arrepentimiento, padre —dijo Oyre—. Y yo tendría que hablar primero. Comprendo ahora qué testaruda he sido con Laintal Ay, y cómo por eso estuve a punto de perderlo. Mientras miraba las lágrimas en los ojos de ella, Laintal Ay pensó involuntariamente en la
esnoctruicsa, en las honduras de la tierra, bajo los rajabarales, y pensó que sólo porque Oyre había estado a punto de perderlo eran ahora los dos capaces de reencontrarse. La acarició, pero ella se apartó de él y dijo: —Perdóname, y seré tuya, y nunca más me mostraré testaruda, lo juro. Laintal Ay la abrazó sonriendo. —Conserva tu voluntad. Será necesaria. Tenemos mucho más que aprender, y hemos de cambiar con el cambio de los tiempos. Te agradezco que hayas comprendido, y que me hayas impulsado a hacer algo. Se estrecharon amorosamente, uniendo los cuerpos delgados, besándose en los labios frágiles. El guía madi empezaba a volver en sí. Se puso de pie y llamó a Raynil Layan, pero el maestro de la Casa de la Moneda había huido. Ahora el humo era más denso, añadiendo cenizas al cielo ceniciento. Aoz Roon empezó a hablarle a Dol de sus experiencias en la isla, pero Laintal lo interrumpió: —Estamos unidos de nuevo, y es milagroso. Pero Oyre y yo tenemos que regresar en seguida a Embruddock. Allí sin duda nos necesitan. Los dos centinelas se perdieron entre las nubes. Una brisa sopló desde Embruddock, turbando la llanura y trayendo la noticia del fuego. El humo era cada vez más espeso, y ocultaba a los seres vivientes —amigos o enemigos— dispersos en el extenso territorio. Todo estaba envuelto en humo y con él llegó el olor del incendio. Bandadas de gansos volaban hacia el este. Las figuras humanas reunidas entre las cornamentas de los dos animales representaban tres generaciones. Empezaron a moverse mientras el paisaje desaparecía. Sobrevivirían, aunque todos los demás perecieran, aunque kzahhn triunfara, porque eso era lo que había ocurrido. Aun entre las llamas que consumían Embruddock, nacían nuevas configuraciones. Detrás de la máscara ancipital de Wutra, Siva —el dios de la destrucción y la regeneración— estaba furiosamente ocupado en Heliconia. Ahora el eclipse era total.
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esnoctruicsa, en las honduras de la tierra, bajo los rajabarales, y pensó que sólo porque Oyre<br />
había estado a punto de perderlo eran ahora los dos capaces de reencontrarse. La acarició, pero<br />
ella se apartó de él y dijo: —Perdóname, y seré tuya, y nunca más me mostraré testaruda, lo<br />
juro.<br />
Laintal Ay la abrazó sonriendo.<br />
—Conserva tu voluntad. Será necesaria. Tenemos mucho más que aprender, y hemos de<br />
cambiar con el cambio de los tiempos. Te agradezco que hayas comprendido, y que me hayas<br />
impulsado a hacer algo.<br />
Se estrecharon amorosamente, uniendo los cuerpos delgados, besándose en los labios<br />
frágiles.<br />
El guía madi empezaba a volver en sí. Se puso de pie y llamó a Raynil Layan, pero el<br />
maestro de la Casa de la Moneda había huido. Ahora el humo era más denso, añadiendo cenizas<br />
al cielo ceniciento.<br />
Aoz Roon empezó a hablarle a Dol de sus experiencias en la isla, pero Laintal lo<br />
interrumpió: —Estamos unidos de nuevo, y es milagroso. Pero Oyre y yo tenemos que regresar<br />
en seguida a Embruddock. Allí sin duda nos necesitan.<br />
Los dos centinelas se perdieron entre las nubes. Una brisa sopló desde Embruddock,<br />
turbando la llanura y trayendo la noticia del fuego. El humo era cada vez más espeso, y ocultaba<br />
a los seres vivientes —amigos o enemigos— dispersos en el extenso territorio. Todo estaba<br />
envuelto en humo y con él llegó el olor del incendio. Bandadas de gansos volaban hacia el este.<br />
Las figuras humanas reunidas entre las cornamentas de los dos animales representaban tres<br />
generaciones. Empezaron a moverse mientras el paisaje desaparecía. Sobrevivirían, aunque<br />
todos los demás perecieran, aunque kzahhn triunfara, porque eso era lo que había ocurrido.<br />
Aun entre las llamas que consumían Embruddock, nacían nuevas configuraciones. Detrás de<br />
la máscara ancipital de Wutra, Siva —el dios de la destrucción y la regeneración— estaba<br />
furiosamente ocupado en Heliconia. Ahora el eclipse era total.