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aldiss, brian w - heliconia primavera.pdf

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animales, luchaban en una continua competencia ecológica con los órdenes del viejo mundo,<br />

cuando Batalix imperaba solitario en el cielo. El sistema binario había creado una biología<br />

binaria.<br />

Las semillas, negras, moteadas, calculadamente parecidas a piedras, tenían el tamaño de una<br />

cabeza humana. En el curso de los siguientes seiscientos mil días, algunas sobrevivirían y se<br />

convertirían en árboles.<br />

Laintal Ay dio a una de ellas un descuidado puntapié y se acercó al explorador. El afilado<br />

cuerno de un phagor lo había atravesado de parte a parte. Skitocherill y Laintal Ay lo llevaron al<br />

lado de Aoz Roon y la criada. Estaba muy malherido y sangraba en abundancia. Se agacharon<br />

junto a él, impotentes mientras la vida se le escapaba del eddre.<br />

Skitocherill inició un elaborado ritual religioso, que Laintal Ay interrumpió con impaciencia.<br />

—Tenemos que ir a Embruddock en seguida, ¿comprendes? Deja aquí el cuerpo. Deja a la<br />

criada con tu mujer. Ven conmigo y con Aoz Roon. El tiempo corre.<br />

Skitocherill señaló el cuerpo.<br />

—Le debo esto. Llevará un rato, pero tiene que hacerse corno manda la fe.—Los peludos<br />

pueden volver. No se asustan con facilidad, y no podemos esperar un nuevo golpe de fortuna.<br />

Seguiré con Aoz Roon.<br />

—Te has conducido bien, bárbaro, y me has ayudado. Prosigue tu camino, y quizá volvamos<br />

a encontrarnos alguna vez.<br />

Cuando Laintal Ay se volvía para marcharse, se detuvo de pronto y miró atrás.<br />

—Lamento lo que le ha ocurrido a tu mujer.<br />

Aoz Roon había tenido el buen sentido de sostener a dos de los yelks cuando los rajabarales<br />

estallaron. Los demás animales habían huido.<br />

—¿Eres capaz de montar?<br />

—Sí, lo soy. Ayúdame, Laintal Ay. Me recobraré. Aprender el lenguaje de los phagors es ver<br />

el mundo de otra manera. Me recobraré.<br />

—Monta y marchémonos.<br />

Se alejaron rápidamente uno detrás del otro, abandonando el sitio sombreado donde el<br />

sibornalés gris rezaba de rodillas.<br />

Los yelks avanzaron a paso firme, con las cabezas gachas y la mirada vacía al frente. Cuando<br />

soltaban un trozo de excremento, los escarabajos emergían de prisa y hacían rodar el tesoro<br />

hacia unos depósitos subterráneos, plantando inadvertidamente la simiente de los futuros<br />

bosques.<br />

La vista no llegaba muy lejos, pues una sucesión de largas estribaciones cortaba la llanura.<br />

Había allí más monumentos de piedra, antiguos como el tiempo, con sus signos circulares<br />

corroídos por la intemperie o los líquenes. Laintal Ay avanzaba dispuesto a enfrentar cualquier<br />

dificultad, y de cuando en cuando se volvía para apremiar a Aoz Roon.<br />

En la llanura había grupos que se movían en todas direcciones, pero Laintal Ay se mantuvo<br />

lejos de ellos. Pasaron junto a unos cadáveres descarnados, a veces todavía con restos de ropas;<br />

unas grandes aves se habían posado sobre estos memoriales de la vida, y en una ocasión vieron<br />

a un furtivo lengua de sable.<br />

Un frente frío se alzó detrás por el norte y el este. Los discos de Freyr y Batalix estaban<br />

juntos. Los yelks pasaron junto a la Laguna del Pez, donde un montón de piedras evocaba el<br />

milagro de Shay Tal en las aguas desaparecidas muchos inviernos antes. Trepaban por otra<br />

cuesta fatigosa, cuando el viento empezó a soplar. El mundo se oscureció.<br />

Laintal Ay desmontó y acarició el hocico del yelk. Aoz Roon permaneció en la silla, con aire<br />

abatido.<br />

Comenzaba el eclipse. Una vez más, exactamente como había anticipado Vry, Batalix daba<br />

una mordedura de phagor al brillante disco de Freyr. El proceso era lento e inexorable, y haría<br />

que Freyr desapareciese por completo durante cinco horas y media. No muy lejos de allí, el<br />

kzahhn había recibido el signo que esperaba.<br />

Los soles estaban devorando su propia luz. Una terrible aprensión se apoderó de Laintal Ay,<br />

congelándole el eddre. Durante un instante vio las estrellas, que brillaban en el cielo diurno.<br />

Luego cerró los ojos y se aferró al yelk, ocultando el rostro en el áspero pelaje. Las Veinte<br />

Cegueras caían sobre él, e imploró desesperado a Wutra que ganara la guerra del cielo.

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