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aldiss, brian w - heliconia primavera.pdf

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árboles ronroneaban roncamente. Laintal Ay sacó la espada y espoleó al yelk hasta donde estaba<br />

el sibornalés, que ayudaba a su mujer a desmontar.<br />

—Tendremos que combatir. ¿Estás preparado? Llegarán dentro de uno o dos minutos.<br />

Skitocherill lo miró con una expresión de dolor en toda la cara. Abría la boca en una rara mueca<br />

de angustia.<br />

—La fiebre de los huesos —dijo—. Va a morir.<br />

La mujer tenía una mirada vidriosa, y el cuerpo contraído.<br />

Laintal Ay apartó a Skitocherill con un ademán de impaciencia y llamó al explorador.<br />

—Entonces, tú y yo. Atención, aquí vienen.<br />

Como respuesta, el explorador sonrió torvamente y movió la mano de canto como si<br />

degollara a alguien, Laintal Ay se sintió alentado.<br />

Recorrió furiosamente la base de los árboles, buscando la abertura por donde habían<br />

desaparecido los Otros, pensando que podía haber un refugio cerca... Un refugio y quizá una<br />

esnoctruicsa, pero ya nunca su esnoctruicsa, ya nunca más.<br />

A pesar de la brusca retirada, los Otros no habían dejado una sola huella. No había otra<br />

alternativa que pelear. Sin duda morirían. Él no se daría por vencido hasta que el aliento se le<br />

escapara por todas las heridas de lanza recibidas de los phagors.<br />

Junto con el explorador, subió hasta el punto más alto de la colina, para desafiar al enemigo<br />

cuando apareciera.<br />

Detrás crecía el rumor de los rajabarales. Los árboles habían dejado de echar vapor y el ruido<br />

era como de truenos. Abajo, los rayos de los soles unidos penetraban casi hasta el fondo del<br />

valle, donde iluminaban el espectáculo de los phagors vadeando el viento catabático con los<br />

cuerpos macizos envueltos en torbellinos de niebla y los pelos tiesos alborotados. Miraron hacia<br />

arriba y dieron un grito al ver a los dos hombres. Empezaron a subir.<br />

Este incidente era observado desde la Estación Terrestre, y mil años más tarde por todos los<br />

que llegaban calzados con sandalias a los grandes auditorios de la Tierra. Esos auditorios<br />

estaban más atestados que en ningún momento del último siglo. Las personas que iban a<br />

contemplar esa enorme recreación electrónica de una realidad que había dejado de ser real<br />

muchos siglos antes, esperaban sinceramente que esos seres humanos sobrevivirían; empleando<br />

siempre el futuro condicional al que recurre naturalmente el Homo sapiens, aun para tales<br />

acontecimientos de mucho tiempo atrás.<br />

Desde ese privilegiado punto de vista podían ver no sólo el incidente entre el grupo de<br />

rajabarales, sino la llanura donde en un tiempo se alzaba la terrible escultura de la Laguna del<br />

Pez, y la misma ciudad de Oldorando.<br />

Todo ese paisaje estaba cubierto de figuras. El joven kzahhn se preparaba para atacar la<br />

ciudad que había destruido la vida y la brida del ilustre abuelo. Sólo esperaba la señal. Aunque<br />

sus fuerzas no estaban dispuestas con gran orden militar, sino algo dispersas, a la manera de los<br />

rebaños de ganado, y no siempre mirando hacia el frente, la sola magnitud numérica las tornaba<br />

formidables. Arrollarían Embruddock, y continuarían avanzando fatalmente hacia la costa<br />

sudoeste del continente de Campannlat, hasta los farallones del océano oriental de Climent, y<br />

quizá, si era posible, hasta Hespagorat y las rocosas tierras ancestrales de Pagovin.<br />

Esta disposición nada homogénea de la cruzada phagor permitía que algunos viajeros, sobre<br />

todo fugitivos, pudieran moverse entre la tropa sin ser atacados, mientras escapaban<br />

apresuradamente hacia el punto de donde venía la cruzada. En general, esos temerosos grupos<br />

eran guiados por madis, sensibles a las octavas de aire que las pesadas bestias de Hrr-Brahl Yprt<br />

trataban de evitar. Así el barbado Raynil Layan empujaba hacia adelante a un tímido madi.<br />

Pasaron cerca del joven kzahhn, pero éste, inmóvil, no les hizo ningún caso.<br />

El joven kzahhn, apoyado contra el fatigado flanco de Rukk-Ggrl, se comunicaba con<br />

aquellos que estaban en brida, el padre y el bisabuelo, oyendo en el pálido guarnés sus consejos<br />

e instrucciones. Detrás estaban los generales, y más atrás las dos gillotas sobrevivientes. Rara<br />

vez las había servido, pero si la fortuna ayudaba, volvería a ocurrir. Antes tenía que atravesar las<br />

dos octavas futuras de victoria o muerte; si llegaba a la octava de la victoria, habría música para<br />

el acoplamiento. Esperaba inmóvil, soltando ocasionalmente un poco de lecha por los ollares,<br />

entre la negra pelusa del hocico. El signo aparecería en el cielo, las octavas de aire se retorcerían<br />

hasta anudarse, y él, junto con las fuerzas que mandaba, se adelantaría para incendiar y arrasar

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