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aldiss, brian w - heliconia primavera.pdf

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tarde, pensó, el valle estaría más caliente. En ese momento era una trampa mortal. Estaban a la<br />

sombra. La luz de los dos soles pasaba oblicuamente por la colina izquierda, encima de ellos,<br />

cortada en gruesas franjas por la sombra de los rajabarales gigantes de la cima. Los rajabarales<br />

humeaban ya al sol matutino; el vapor subía y arrojaba unas sombras que parecían rodar por el<br />

suelo.<br />

Laintal Ay recordaba el lugar. Lo conocía desde la época en que había estado cubierto de<br />

nieve. Era habitualmente un lugar acogedor: el último paso antes de que el cazador ganara las<br />

llanuras donde estaba Oldorando. El viento arrebataba calor al cuerpo y había demasiado frío,<br />

aun para temblar. No podían seguir. La mujer de Skitocherill estaba aún apoyada contra el<br />

flanco del necrógeno; ahora que ella se había dado por vencida, también la criada se sentía en<br />

libertad de abandonarse y gritaba, de espaldas al viento.<br />

—Subiremos hasta los rajabarales —dijo Laintal Ay gritando al oído de Skitocherill.<br />

Skitocherill asintió, abrazando siempre a su mujer, tratando de ayudarla a montar.<br />

—Todos montados —ordenó Laintal Ay.<br />

Mientras gritaba, alcanzó a ver algo blanco.<br />

Sobre la colina, a la izquierda, aparecieron unas aves vaqueras, luchando contra el viento<br />

frío; las plumas pasaban del gris al blanco a la sombra intermitente de los rajabarales. Debajo de<br />

las aves había una hilera de phagors. Eran guerreros; empuñaban espadas. Se movieron hacia el<br />

borde de la colina y se quedaron inmóviles como rocas. Miraron a los humanos que se debatían<br />

entre las nieblas de allá abajo.<br />

—¡Arriba, rápido, antes de que ataquen! —Mientras gritaban, Laintal Ay vio que Aoz Roon<br />

contemplaba a los phagors sin expresión, sin moverse.<br />

Corrió hacia él y le dio un golpe en la espalda.<br />

—Vamos. Tenemos que salir de aquí.<br />

Aoz Roon emitió un sonido gutural.<br />

—Estás hechizado, hombre; has aprendido algo de ese maldito lenguaje y eso te ha quitado<br />

las fuerzas.<br />

Obligó a Aoz Roon a montar. El explorador hizo lo mismo con la criada, que lloraba de<br />

terror.<br />

—Por la colina, hacia los rajabarales —ordenó Laintal Ay. Azotó la velluda grupa del animal<br />

de Aoz Roon mientras corría a montar en el suyo. Los yelks empezaron a trepar de mala gana.<br />

Apenas respondían a la acuciante urgencia de los hombres; los mielas se hubieran movido más<br />

rápida y ligeramente. .<br />

—No nos atacarán —dijo el sibornalés—. Si hay problemas, les entregaremos a la criada.<br />

—Los animales. Nos atacarán por nuestros animales. Para montar, o para comer. Si quieres<br />

negociar, quédate atrás. Skitocherill movió ansiosamente la cabeza y trepó a la silla de un salto.<br />

Abrió la marcha, conduciendo el yelk de la mujer. El explorador y la criada iban detrás.<br />

Luego quedaba un espacio, porque Aoz Roon cabalgaba distraído y permitía que el yelk se<br />

separara de los demás, a pesar de los gritos de Laintal Ay. Éste cerraba la marcha, con el yelk de<br />

carga, mirando con frecuencia hacia la colina opuesta.<br />

Los phagors no se movían. No podían tener miedo del viento frío; eran criaturas del hielo. La<br />

inmovilidad no implicaba necesariamente una decisión. Era imposible saber en qué pensaban.<br />

Y así el grupo subió a la colina. Pronto se libraron del viento, para gran alivio de todos, y<br />

espolearon a los animales.<br />

Cuando llegaron a la cumbre, el sol les dio en los ojos. Los dos soles, tan juntos que parecían<br />

unidos, brillaban entre los troncos de los grandes árboles. Por un instante pudieron ver unas<br />

figuras que danzaban en el corazón de la lumbre dorada, y también Otros, en medio de alguna<br />

misteriosa festividad. Luego los Otros desaparecieron, como si la ácida gloria de la luz los<br />

hubiera disuelto inexplicablemente. Temblando aún de frío, el grupo se guarneció entre las lisas<br />

columnas. Un dosel de vapor cubría las copas, y el lugar parecía un salón de los dioses. Había<br />

aproximadamente treinta rajabarales. Más allá, el campo abierto y el camino a Oldorando.<br />

El destacamento phagor se movió. De la completa inmovilidad pasaron a la acción total. Las<br />

bestias descendieron ordenadamente la cuesta. Sólo uno de ellos montaba un kaidaw. Era el<br />

jefe. Las aves vaqueras permanecieron chillando sobre el valle.<br />

Desesperado, Laintal Ay buscó un refugio. No había ninguno, aparte de los rajabarales. Los

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