aldiss, brian w - heliconia primavera.pdf

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Los murmullos de protesta crecieron. Vry los dominó alzando la voz: —¿Lo comprendéis? Comprender es más difícil que cortar cabezas, ¿verdad? Para comprender primero tenéis que oír, y luego aplicar la imaginación, para que los hechos vivan. Nuestro año, como sabemos todos, tiene cuatrocientos ochenta días. Ése es el tiempo que nos lleva, aquí en Hrl-Ichor, dar una vuelta completa alrededor de Batalix. Pero hay otro círculo: el que describe Batalix, junto con nuestro mundo, alrededor de Freyr. ¿Estáis preparados para oír la verdad? Tardamos en describir ese círculo mil ochocientos veinticinco años... Imaginaos ese gran año... Ahora todos, en silencio, contemplaban a la nueva hechicera. —Hasta nuestros días, pocos lo podían imaginar. Ninguno de nosotros esperaba vivir más de cuarenta años. Se necesitarían cuarenta y cinco vidas para completar ese círculo. Muchas de nuestras vidas parecen vidas aisladas, pero son parte de esa cosa más grande. Por eso es difícil adquirir el conocimiento, y muy fácil perderlo en tiempos de prueba. Vry se sentía arrastrada por un poder nuevo, seducida por su propia elocuencia. —¿Cuál es el desastre de que hablaba Shay Tal, tan enorme que nos hizo olvidar ese conocimiento? Pues simplemente, que la luz de Freyr varía a lo largo del gran año. Hemos pasado muchas generaciones de poca luz, de invierno, en que la tierra estaba muerta bajo la nieve. Tendríais que alegraros mañana cuando llegue el eclipse, la Ceguera, cuando el lejano Freyr pase por detrás del Batalix, porque ésa es la señal de que el calor de Freyr se está acercando... Mañana entraremos en la primavera del gran año. ¡Alegraos! Tened el buen sentido y la capacidad de alegraros. ¡Arrojad lejos la confusión que la ignorancia ha traído a vuestras vidas y alegraos! Vendrán tiempos mejores para todos. El chotapraxi los desvió. Esa hierba leñosa crecía en macizos ahora que estaban en terrenos más bajos. Los macizos se convirtieron pronto en espesuras. La vegetación se alzaba por encima de ellos. Sólo se interrumpía en las pequeñas elevaciones adonde a veces trepaban para orientarse. Una zarza de finos vástagos se enredaba en el chotapraxi, haciendo que el avance fuera a la vez difícil y penoso. El ejército phagor había ido por otro camino. Ellos habían estado siguiendo unas sinuosas huellas de animales, pero aun así la marcha era muy trabajosa para los yelks. Parecían nerviosos, como si no les gustara el olor punzante de la hierba; los cuernos se les enredaban en los tallos huecos y las espinas se les clavaban en las partes más blandas de los cascos. Por último los hombres desmontaron, y llevaron de la brida a los necrógenos. —¿Cuánto falta, bárbaro? —preguntó Skitocherill. —No mucho —respondió Laintal Ay. Era la respuesta habitual a una pregunta habitual. Habían dormido incómodamente en el bosque, y se habían despertado al alba con las ropas cubiertas de escarcha. Laintal Ay se sentía recuperado y todavía disfrutando de un nuevo bienestar, pero veía lo fatigados que estaban los otros. Aoz Roon era una sombra de lo que había sido; en mitad de la noche había hablado en una lengua extraña. Llegaron a una zona cenagosa donde, para alivio de todos, el chotapraxi era menos tupido. Después de detenerse para ver si todo estaba en calma, se adelantaron otra vez, levantando bandadas de pequeñas aves. Había al frente un valle bordeado por suaves colinas. Entraron en él, en lugar de buscar un terreno más alto, sobre todo por causa de la fatiga; pero apenas estuvieron en la boca del valle, un viento helado se lanzó contra ellos como un animal, calándolos hasta los huesos. Avanzaron sombríamente, con la cabeza baja. El viento traía niebla. La niebla envolvía los cuerpos de los hombres, pero las cabezas les asomaban por encima. Laintal Ay comprendía ese viento: sabía que una capa de aire helado se derramaba como agua por las distantes montañas de la izquierda, descendiendo entre las colinas hacia el valle, buscando terrenos más bajos. Era un viento local; cuanto antes se libraran de ese abrazo helado, tanto mejor. La mujer de Skitocherill ahogó un grito y se detuvo, apoyándose contra el yelk, ocultándose el rostro con el brazo. Skitocherill se acercó a ella y la abrazó. El aire helado le pegaba el manto a las piernas. Miró con preocupación a Laintal Ay. —No puede seguir —dijo. —Moriremos si nos quedamos aquí. Apartando la humedad que tenía en los ojos, Laintal Ay miró hacia adelante. Unas horas más

tarde, pensó, el valle estaría más caliente. En ese momento era una trampa mortal. Estaban a la sombra. La luz de los dos soles pasaba oblicuamente por la colina izquierda, encima de ellos, cortada en gruesas franjas por la sombra de los rajabarales gigantes de la cima. Los rajabarales humeaban ya al sol matutino; el vapor subía y arrojaba unas sombras que parecían rodar por el suelo. Laintal Ay recordaba el lugar. Lo conocía desde la época en que había estado cubierto de nieve. Era habitualmente un lugar acogedor: el último paso antes de que el cazador ganara las llanuras donde estaba Oldorando. El viento arrebataba calor al cuerpo y había demasiado frío, aun para temblar. No podían seguir. La mujer de Skitocherill estaba aún apoyada contra el flanco del necrógeno; ahora que ella se había dado por vencida, también la criada se sentía en libertad de abandonarse y gritaba, de espaldas al viento. —Subiremos hasta los rajabarales —dijo Laintal Ay gritando al oído de Skitocherill. Skitocherill asintió, abrazando siempre a su mujer, tratando de ayudarla a montar. —Todos montados —ordenó Laintal Ay. Mientras gritaba, alcanzó a ver algo blanco. Sobre la colina, a la izquierda, aparecieron unas aves vaqueras, luchando contra el viento frío; las plumas pasaban del gris al blanco a la sombra intermitente de los rajabarales. Debajo de las aves había una hilera de phagors. Eran guerreros; empuñaban espadas. Se movieron hacia el borde de la colina y se quedaron inmóviles como rocas. Miraron a los humanos que se debatían entre las nieblas de allá abajo. —¡Arriba, rápido, antes de que ataquen! —Mientras gritaban, Laintal Ay vio que Aoz Roon contemplaba a los phagors sin expresión, sin moverse. Corrió hacia él y le dio un golpe en la espalda. —Vamos. Tenemos que salir de aquí. Aoz Roon emitió un sonido gutural. —Estás hechizado, hombre; has aprendido algo de ese maldito lenguaje y eso te ha quitado las fuerzas. Obligó a Aoz Roon a montar. El explorador hizo lo mismo con la criada, que lloraba de terror. —Por la colina, hacia los rajabarales —ordenó Laintal Ay. Azotó la velluda grupa del animal de Aoz Roon mientras corría a montar en el suyo. Los yelks empezaron a trepar de mala gana. Apenas respondían a la acuciante urgencia de los hombres; los mielas se hubieran movido más rápida y ligeramente. . —No nos atacarán —dijo el sibornalés—. Si hay problemas, les entregaremos a la criada. —Los animales. Nos atacarán por nuestros animales. Para montar, o para comer. Si quieres negociar, quédate atrás. Skitocherill movió ansiosamente la cabeza y trepó a la silla de un salto. Abrió la marcha, conduciendo el yelk de la mujer. El explorador y la criada iban detrás. Luego quedaba un espacio, porque Aoz Roon cabalgaba distraído y permitía que el yelk se separara de los demás, a pesar de los gritos de Laintal Ay. Éste cerraba la marcha, con el yelk de carga, mirando con frecuencia hacia la colina opuesta. Los phagors no se movían. No podían tener miedo del viento frío; eran criaturas del hielo. La inmovilidad no implicaba necesariamente una decisión. Era imposible saber en qué pensaban. Y así el grupo subió a la colina. Pronto se libraron del viento, para gran alivio de todos, y espolearon a los animales. Cuando llegaron a la cumbre, el sol les dio en los ojos. Los dos soles, tan juntos que parecían unidos, brillaban entre los troncos de los grandes árboles. Por un instante pudieron ver unas figuras que danzaban en el corazón de la lumbre dorada, y también Otros, en medio de alguna misteriosa festividad. Luego los Otros desaparecieron, como si la ácida gloria de la luz los hubiera disuelto inexplicablemente. Temblando aún de frío, el grupo se guarneció entre las lisas columnas. Un dosel de vapor cubría las copas, y el lugar parecía un salón de los dioses. Había aproximadamente treinta rajabarales. Más allá, el campo abierto y el camino a Oldorando. El destacamento phagor se movió. De la completa inmovilidad pasaron a la acción total. Las bestias descendieron ordenadamente la cuesta. Sólo uno de ellos montaba un kaidaw. Era el jefe. Las aves vaqueras permanecieron chillando sobre el valle. Desesperado, Laintal Ay buscó un refugio. No había ninguno, aparte de los rajabarales. Los

Los murmullos de protesta crecieron. Vry los dominó alzando la voz: —¿Lo comprendéis?<br />

Comprender es más difícil que cortar cabezas, ¿verdad? Para comprender primero tenéis que<br />

oír, y luego aplicar la imaginación, para que los hechos vivan. Nuestro año, como sabemos<br />

todos, tiene cuatrocientos ochenta días. Ése es el tiempo que nos lleva, aquí en Hrl-Ichor, dar<br />

una vuelta completa alrededor de Batalix. Pero hay otro círculo: el que describe Batalix, junto<br />

con nuestro mundo, alrededor de Freyr. ¿Estáis preparados para oír la verdad? Tardamos en<br />

describir ese círculo mil ochocientos veinticinco años... Imaginaos ese gran año...<br />

Ahora todos, en silencio, contemplaban a la nueva hechicera.<br />

—Hasta nuestros días, pocos lo podían imaginar. Ninguno de nosotros esperaba vivir más de<br />

cuarenta años. Se necesitarían cuarenta y cinco vidas para completar ese círculo. Muchas de<br />

nuestras vidas parecen vidas aisladas, pero son parte de esa cosa más grande. Por eso es difícil<br />

adquirir el conocimiento, y muy fácil perderlo en tiempos de prueba.<br />

Vry se sentía arrastrada por un poder nuevo, seducida por su propia elocuencia.<br />

—¿Cuál es el desastre de que hablaba Shay Tal, tan enorme que nos hizo olvidar ese<br />

conocimiento? Pues simplemente, que la luz de Freyr varía a lo largo del gran año. Hemos<br />

pasado muchas generaciones de poca luz, de invierno, en que la tierra estaba muerta bajo la<br />

nieve. Tendríais que alegraros mañana cuando llegue el eclipse, la Ceguera, cuando el lejano<br />

Freyr pase por detrás del Batalix, porque ésa es la señal de que el calor de Freyr se está<br />

acercando... Mañana entraremos en la <strong>primavera</strong> del gran año. ¡Alegraos! Tened el buen sentido<br />

y la capacidad de alegraros. ¡Arrojad lejos la confusión que la ignorancia ha traído a vuestras<br />

vidas y alegraos! Vendrán tiempos mejores para todos.<br />

El chotapraxi los desvió. Esa hierba leñosa crecía en macizos ahora que estaban en terrenos<br />

más bajos. Los macizos se convirtieron pronto en espesuras.<br />

La vegetación se alzaba por encima de ellos. Sólo se interrumpía en las pequeñas elevaciones<br />

adonde a veces trepaban para orientarse. Una zarza de finos vástagos se enredaba en el<br />

chotapraxi, haciendo que el avance fuera a la vez difícil y penoso. El ejército phagor había ido<br />

por otro camino. Ellos habían estado siguiendo unas sinuosas huellas de animales, pero aun así<br />

la marcha era muy trabajosa para los yelks. Parecían nerviosos, como si no les gustara el olor<br />

punzante de la hierba; los cuernos se les enredaban en los tallos huecos y las espinas se les<br />

clavaban en las partes más blandas de los cascos. Por último los hombres desmontaron, y<br />

llevaron de la brida a los necrógenos.<br />

—¿Cuánto falta, bárbaro? —preguntó Skitocherill.<br />

—No mucho —respondió Laintal Ay. Era la respuesta habitual a una pregunta habitual.<br />

Habían dormido incómodamente en el bosque, y se habían despertado al alba con las ropas<br />

cubiertas de escarcha. Laintal Ay se sentía recuperado y todavía disfrutando de un nuevo<br />

bienestar, pero veía lo fatigados que estaban los otros. Aoz Roon era una sombra de lo que había<br />

sido; en mitad de la noche había hablado en una lengua extraña.<br />

Llegaron a una zona cenagosa donde, para alivio de todos, el chotapraxi era menos tupido.<br />

Después de detenerse para ver si todo estaba en calma, se adelantaron otra vez, levantando<br />

bandadas de pequeñas aves. Había al frente un valle bordeado por suaves colinas. Entraron en<br />

él, en lugar de buscar un terreno más alto, sobre todo por causa de la fatiga; pero apenas<br />

estuvieron en la boca del valle, un viento helado se lanzó contra ellos como un animal,<br />

calándolos hasta los huesos. Avanzaron sombríamente, con la cabeza baja.<br />

El viento traía niebla. La niebla envolvía los cuerpos de los hombres, pero las cabezas les<br />

asomaban por encima. Laintal Ay comprendía ese viento: sabía que una capa de aire helado se<br />

derramaba como agua por las distantes montañas de la izquierda, descendiendo entre las colinas<br />

hacia el valle, buscando terrenos más bajos. Era un viento local; cuanto antes se libraran de ese<br />

abrazo helado, tanto mejor.<br />

La mujer de Skitocherill ahogó un grito y se detuvo, apoyándose contra el yelk, ocultándose<br />

el rostro con el brazo.<br />

Skitocherill se acercó a ella y la abrazó. El aire helado le pegaba el manto a las piernas. Miró<br />

con preocupación a Laintal Ay.<br />

—No puede seguir —dijo.<br />

—Moriremos si nos quedamos aquí.<br />

Apartando la humedad que tenía en los ojos, Laintal Ay miró hacia adelante. Unas horas más

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