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aldiss, brian w - heliconia primavera.pdf

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de los cuales estaban presentes con sus esposas. Había en la habitación muebles hasta hace poco<br />

desconocidos en Oldorando; divanes, mesas ovales, aparadores, ricos tapices que adornaban las<br />

paredes.<br />

Corrían las bebidas importadas, y un joven rubio y extranjero tocaba el arpa.<br />

Estaban cerrando las ventanas para impedir la entrada del aire helado de la noche y el olor a<br />

humo. En la mesa central ardía una lámpara de aceite. Había comida que nadie había probado.<br />

Un mercader contaba una larga historia de viajes, traiciones y muertes.<br />

Faralin Ferd vestía una chaqueta de ante y una camisa de lana debajo. Tenía los codos<br />

apoyados en la mesa, mientras oía distraídamente la historia y miraba a su alrededor.<br />

Farayl Musk, la mujer de Tanth Ein, se movía en silencio, observando si la esclava cerraba<br />

correctamente los postigos. Farayl Musk era pariente lejana tanto de Faralin Ferd como de<br />

Tanth Ein, y descendiente del gran Wall Ein Den. Aunque no exactamente hermosa, tenía<br />

talento y carácter, por lo que algunos le daban mucho valor y otros ninguno. Llevaba una vela<br />

en un candelabro, que protegía con la mano mientras avanzaba.<br />

La llama le iluminaba el rostro y arrojaba en torno unas sombras inesperadas que la hacían<br />

aún más misteriosa. Farayl Musk sabía que Faralin Ferd la observaba, pero ella evitaba mirarlo,<br />

sabiendo lo que vale la indiferencia fingida.<br />

Él pensaba, como muchas veces antes, que merecía a Farayl Musk más que a su propia<br />

mujer, que lo aburría. A pesar del riesgo, habían hecho el amor en varias ocasiones. Ahora el<br />

tiempo se acortaba. Podían estar todos muertos en unos cuantos días; la bebida no ahogaba esa<br />

certeza. La deseaba otra vez.<br />

Faralin Ferd se puso de pie y salió bruscamente de la sala, echándole una mirada<br />

significativa. La historia del mercader había llegado a uno de sus periódicos puntos culminantes,<br />

cuando un hombre prominente se atragantaba con la carne de una de sus propias ovejas. Se<br />

oyeron risas. Sin embargo, unos ojos atentos vieron desaparecer al lugarteniente, y luego de un<br />

discreto intervalo, a la mujer del otro lugarteniente.<br />

—Pensé que no te atrevías a seguirme. —La curiosidad es más fuerte que la cobardía. Sólo<br />

tenemos un instante.<br />

—Hagamos el amor debajo de la escalera. Mira, en ese rincón.<br />

Ella suspiró y se apoyó contra él, aferrando lo que él le ofrecía, con ambas manos. Él<br />

recordaba lo dulce que era el aliento de esa mujer. —Entonces, debajo de la escalera. Farayl<br />

Musk puso en el suelo el candelabro. Se abrió el vestido y le mostró los pechos. Él la abrazó y la<br />

llevó al rincón, besándola, excitado.<br />

Allí fueron sorprendidos cuando una partida de doce hombres, al mando de Dathka, entró en<br />

la calle con antorchas encendidas y espadas desnudas.<br />

Farayl Musk y Faralin Ferd protestaron en vano. Apenas tuvieron tiempo de arreglarse antes<br />

de ser conducidos al salón principal, donde otras espadas contenían al otro lugarteniente.<br />

—Ésta es una acción legal —dijo Dathka, mirando a los demás como un lobo a unos arangos<br />

jóvenes—. Tomaré en mis manos el mando de Embruddock hasta que regrese el legítimo Señor<br />

de Embruddock, Aoz Roon. Aunque depuesto, soy el más antiguo de sus lugartenientes. Me<br />

propongo hacer que la ciudad esté bien protegida de los invasores.<br />

Más atrás estaba Raynil Layan, sosteniendo la espada envainada.<br />

—Apoyo a Dathka Den —dijo en voz alta—. Salud, señor Dathka Den.<br />

Los ojos de Dathka descubrieron a Tanth Ein, perdido en las sombras. El mayor de los dos<br />

lugartenientes no se había puesto de pie. Aún estaba sentado en la cabecera de la mesa, con los<br />

brazos apoyados en el sillón.—¡Me desafías! —exclamó , saltando con la espada preparada—.<br />

¡Ponte de pie!<br />

Tanth Ein no llegó a moverse, pero un rictus de dolor le atravesó la cara mientras echaba la<br />

cabeza bruscamente hacia atrás. Revolvió los ojos. Cuando pateó el sillón, cayó rígidamente al<br />

suelo sin intentar detener la caída.<br />

—¡La fiebre de los huesos! —gritó alguien—. ¡Está entre nosotros!<br />

Farayl Musk empezó a gritar.<br />

Por la mañana faltaban otras dos vidas, y una vez más el olor de la pira manchaba el aire de<br />

Oldorando. Tanth Ein estaba en el hospital, bajo la valiente atención de Ma Escantion.<br />

A pesar del temor al contagio, una gran multitud se había reunido en la calle del Banco para

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