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expresión dura, el conjunto era cordial. Le dijo amablemente: —Te llevaré sana y salva a<br />
Oldorando. Nuestra ciudad es hermosa y emocionante, con sus géisers y sus torres de piedra. El<br />
Silbador de Horas te sorprenderá. Tendrás que admirar todo lo que veas.<br />
—No tendré que admirar nada —replicó ella con severidad. Como lamentando esta<br />
respuesta, le preguntó más amablemente cómo se llamaba.<br />
—Vamos, ya se acerca el ocaso —urgió Skitocherill—. Vosotros dos, bárbaros, montaréis en<br />
yelks. No hay mielas disponibles. Y este explorador nos acompañará. Tiene orden de actuar<br />
enérgicamente si hay problemas. —Si hay cualquier problema —dijo el explorador debajo de su<br />
capucha.<br />
Mientras Freyr se hundía en el horizonte, se pusieron en marcha; seis personas con siete<br />
yelks, uno cargado de equipaje. Pasaron sin incidentes junto a los centinelas de la puerta<br />
occidental. Los guardias parecían abatidos y sombríos a la luz declinante, y miraban la<br />
oscuridad que se avecinaba.<br />
El grupo salió al campo, y marchó a la retaguardia del peludo ejército del kzahhn. El suelo<br />
estaba sucio y pisoteado por el paso de muchos pies.<br />
Laintal Ay conducía la marcha, tratando de no tener en cuenta la incómoda montura del yelk.<br />
Sentía un peso sofocante en el corazón y el eddre cuando pensaba en e! salvaje ejército phagor<br />
que le precedía; con creciente certidumbre, imaginaba que pasarían por Oldorando, fuera cual<br />
fuera el destino final. Tenía que avanzar tan rápido como pudiera, sobrepasar la cruzada, y<br />
avisar a la ciudad. Golpeó al yelk con los talones.<br />
Oyre y sus ojos sonrientes representaban todo lo que quería en la ciudad. No lamentaba la<br />
larga ausencia, que le había dado un nuevo conocimiento de sí mismo, y un nuevo respeto por la<br />
perspicacia de la muchacha. Ella había advertido que le faltaba madurez, y que dependía<br />
demasiado de otros, y había deseado algo mejor para él, quizá sin conseguir articular ese deseo.<br />
Ahora quizá él llegara de vuelta con las cualidades que más había necesitado. Siempre que<br />
llegara a tiempo.<br />
Penetraron en una sombría floresta donde brillaba un sendero casi indiscernible, mientras<br />
Batalix se ponía en un dorado resplandor. Los árboles eran jóvenes, crecían enmarañados, las<br />
copas eran apenas más altas que las cabezas de los jinetes. Estaban rodeados de fantasmas. Una<br />
estrecha columna de protognósticos marchaba hacia el este, siguiendo una octava. Habían<br />
logrado de algún modo eludir al kzahhn y atravesar las filas de phagors. Las caras macilentas se<br />
movían confusamente entre los arbustos oscuros.<br />
Laintal Ay enderezó el delgado cuerpo sobre la silla y miró hacia atrás. El explorador y Aoz<br />
Roon cerraban la marcha, apenas visibles. Aoz Roon tenía la cabeza baja; parecía roto y sin<br />
vida. Más adelante iban la criada y el yelk que traía la carga. Directamente detrás de Laintal Ay<br />
marchaban Skitocherill y su mujer, con las cabezas ocultas bajo las capuchas grises. La mirada<br />
de Laintal Ay buscó el rostro pálido de la mujer. Los ojos azules le brillaban, pero creyó<br />
advertir una expresión helada que lo asustó. ¿Acaso la muerte los estaba ya persiguiendo?<br />
Volvió a golpear con los pies al lento yelk, obligándole a avanzar hacia los peligros que<br />
esperaban allá adelante.