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terreno tenía marcas y cicatrices. La estación lo había remendado con plantas cuyas hojas de<br />
color verde ácido se extendían horizontalmente, como si estuviesen comprimidas por invisibles<br />
octavas de aire. Pero ningún follaje alcanzaba a ocultar la gran anatomía geológica situada<br />
debajo, corroída hasta hacía poco por siglos de hielo. Era una tierra que podía soportar pero no<br />
sustentar la inquieta esencia de la vida, en cualquier forma que esta esencia adoptara. Era el<br />
manuscrito inédito de la gran historia de Wutra. Los cuerpos cortos y gruesos del ejército<br />
phagor parecían manifestaciones autóctonas del lugar.<br />
Comparados con ellos, los habitantes del poblado, con sus ropas grises, eran cosas sombrías<br />
y transitorias.<br />
Laintal Ay recorrió la calle curva entre la iglesia y los depósitos y salas de guardia con un<br />
traje sibornalés para Aoz Roon. Mientras, alcanzaba a ver a la gente entre edificio y edificio.<br />
Todos los habitantes de Nueva Ashkitosh se habían reunido para ver pasar la cruzada. Se<br />
preguntó si era por miedo, para averiguar si el tributo humano pagado a los de doble filo les<br />
había dado realmente más seguridad.<br />
Las silenciosas bestias blancas pasaron a ambos lados del poblado. Se movían con precisión,<br />
mirando adelante, indiferentes. Muchos estaban delgados, o acababan de mudar de pelaje, y las<br />
desnudas cabezas parecían enormes. Sobre ellos volaban con gran escándalo las aves vaqueras.<br />
Rompían filas en gran número y se disputaban con graznidos y aletazos los montones de<br />
estiércol apilados aquí y allá.<br />
Los colonos hicieron oír sus propias voces, como si se opusieran a lo que pasaba fuera.<br />
Mientras Laintal Ay salía de la iglesia, las apretadas filas empezaron a cantar. Las palabras no<br />
eran en olonets. Tenían una textura áspera, aunque lírica, y la melodía era poderosa. La canción<br />
expresaba una cualidad esquiva, entre el desafío y la sumisión. Las voces de las mujeres<br />
flotaban claramente por encima de los bajos, que tocaban un himno glacial semejante a una<br />
marcha.<br />
Ahora se podía discernir que en el desordenado caudal del ejército de bestias algunas<br />
montaban en kaidaws; no tantos kaidaws como al comienzo, pero suficientes para ser un<br />
espectáculo. En el centro de una falange más organizada estaba Rukk-Ggrl, con la roja cabeza<br />
gacha, llevando al joven kzahhn. Detrás del kzahhn estaban los generales y luego las fillockas<br />
privadas, de las que sólo dos sobrevivían, convertidas ahora en altaneras gillotas. Entre la<br />
multitud se veían cautivos humanos cargados, andando pesadamente.<br />
Hrr-Brahl Yprt tenía la cabeza alta; la corona facial le brillaba a la luz enfermiza. Zzhrrk<br />
revoloteaba sobre él como una bandera. El kzahhn no se dignó echar una mirada al asentamiento<br />
humano que le rendía tributo. Sin embargo, la canción que rodaba por el campo y lo saludaba, le<br />
despertó en el eddre algún sentimiento, pues al llegar a cierto punto, casi a la altura de la Iglesia<br />
de la Paz Formidable, alzó la espada con la mano derecha, aunque jamás se sabría si como<br />
saludo o amenaza. Sin detenerse continuó su camino.<br />
Laintal Ay condujo a Aoz Roon hacia el edificio de la guardia. Esperaron allí a Skitocherill,<br />
que llegó con su mujer y una criada cargada de equipaje.<br />
—¿Quién es éste? —preguntó Skitocherill, señalando a Aoz Roon—. ¿Ya estás rompiendo<br />
tu parte del trato, bárbaro?<br />
—Es mi amigo, y eso basta. ¿Adonde van tus amigos phagors?<br />
El sibornalés encogió un solo hombro, como si la pregunta no valiera más.<br />
—¿Por qué había de saberlo? Ve a preguntarles, si tienes tanta curiosidad.<br />
—Van hacia Oldorando. ¿Lo sabíais, bandidos amigos de esas bestias, que cantáis en honor<br />
del jefe...?<br />
—Si supiera dónde está cada poblado bárbaro del desierto no tendría que recurrir a ti para<br />
que me guiases. Se miraban con enojo cuando la mujer de Skitocherill se adelantó y dijo: —<br />
¿Por qué discutes, Barboe? Sigamos con el plan. Si este hombre dice que nos puede llevar a<br />
Ondoro, que lo haga.<br />
—Por supuesto, querida —dijo Skitocherill, con una sonrisa que era una mueca. Frunciendo<br />
el ceño, se alejó de Laintal Ay y regresó enseguida con un explorador que traía varios yelks. La<br />
mujer examinó con silencioso desdén a Laintal Ay y a Aoz Roon.<br />
Era una mujer robusta, casi tan alta como el marido, sin formas bajo las vestiduras grises. Lo<br />
que la hacía notable, para Laintal Ay, eran el pelo rubio lacio y los ojos azules; a pesar de la