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aldiss, brian w - heliconia primavera.pdf

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espinos. Los prisioneros arrojaban paletadas de tierra hacia atrás, entre las piedras, mientras<br />

siete cadáveres —los de Sibornal envueltos en sábanas— aguardaban sepultura al descubierto.<br />

Se dijo: «Puedo comprender que este bloque de grasa quiera escapar, pero ¿qué me importa a mí<br />

de él? Ciertamente, no más de lo que significaban para él Shay Tal, Amin Lim y los otros.»<br />

—¿Cuál es el trato?<br />

—Cuatro yelks, bien alimentados. Yo, mi esposa, su criada, tú. Salimos juntos. Me dejarán<br />

pasar sin dificultad. Vamos a Oldorando. Tú conoces el camino, yo te ayudo, me ocupo de que<br />

tengas un buen animal. Eres demasiado valioso, y si no aceptas, nunca podrás salir de aquí y<br />

menos cuando la situación empeore. ¿Estás de acuerdo?<br />

—¿Cuándo piensas partir?<br />

Skitocherill metió la nariz en el ramillete de flores y escrutó a Laintal Ay.<br />

—Si dices una palabra de esto a alguien te mato. Escucha: la cruzada del kzahhn phagor,<br />

Hrr-Brahl Yprt, ha de pasar por aquí antes de la puesta de Freyr, según nuestros exploradores.<br />

Nosotros cuatro los seguiremos; los phagors no nos atacarán si nos mantenemos en la<br />

retaguardia. La cruzada puede ir adonde quiera; nosotros iremos a Oldorando.<br />

—¿Y piensas vivir en un lugar tan bárbaro? —preguntó Laintal Ay.<br />

—Antes de contestar tendré que ver hasta qué punto es bárbaro. Y procura no ser sarcástico<br />

con tus superiores. ¿Estás de acuerdo?<br />

—Llevaré un miela y no un yelk. Lo elegiré yo mismo. Nunca he montado en un yelk. Y<br />

quiero una espada de metal blanco, no de bronce.<br />

—Está bien. Entonces, ¿trato hecho?<br />

—¿Estrechamos nuestras manos?<br />

—No toco otras manos. Es suficiente la palabra. Está bien. Yo soy un hombre que teme a<br />

Dios; no te traicionaré. Cuídate tú de traicionarme. Haz enterrar esos cuerpos, yo haré que mi<br />

mujer se prepare para el viaje.<br />

Apenas el alto sibornalés se marchó, Laintal Ay ordenó a los cautivos que abandonaran el<br />

trabajo.<br />

—No soy vuestro amo. Soy un prisionero como vosotros. Odio a los sibornaleses. Arrojad<br />

esos cadáveres al agua y cubridlos de piedras, ahorraréis esfuerzo. Lavaos luego las manos.<br />

Todos miraron con suspicacia y no con agradecimiento a ese hombre alto, vestido de lana<br />

gris, que hablaba cara a cara con los guardias de Sibornal. Laintal Ay no se inmutó. Si la vida de<br />

Shay Tal era barata, toda vida lo era. Mientras hacían lo ordenado, un cuerpo fue despojado de<br />

la sábana, y él pudo ver un rostro ceniciento congelado de angustia. Alzaron el cadáver por los<br />

pies y los hombros y lo arrojaron al arroyo; la corriente se apoderó codiciosamente de las<br />

vestiduras, y las apretó contra el cuerpo, que empezó a rodar sin ceremonia aguas abajo.<br />

El arroyo demarcaba el perímetro de Nueva Ashkitosh: en la costa opuesta, detrás de unas<br />

barandas inconsistentes, empezaba la tierra de nadie.<br />

Una vez concluida su tarea, los madis consideraron la posibilidad de escapar vadeando el<br />

arroyo y echando a correr. Algunos abogaban por este plan, de pie al borde del agua, llamando a<br />

los otros. Los más tímidos se negaban y gesticulaban, indicando peligros desconocidos. Todos<br />

miraban ansiosamente a Laintal Ay, que permanecía de brazos cruzados, y no se movía de<br />

donde estaba. Como no podían saber si era mejor que actuasen por separado o todos juntos, se<br />

limitaron a discutir entre ellos, moviéndose por la costa o en el agua, pero retornando siempre a<br />

un centro común de indecisión. Estas vacilaciones tenían un motivo. La tierra de nadie, del otro<br />

lado del arroyo, se estaba llenando de figuras que se movían hacia el oeste. Las aves<br />

incomodadas volaban delante de las figuras, giraban en el cielo y luego intentaban volver a<br />

posarse.<br />

A media distancia, la tierra se alzaba hasta un horizonte bajo, donde se veía una hilera de<br />

tambores: copas de viejos rajabarales, despidiendo vapor. Más allá del vapor el paisaje se<br />

extendía en unas sierras distantes y serenas a la luz nebulosa. Aquí y allá había megalitos con<br />

curiosas incisiones que marcaban las líneas de las octavas de aire y de tierra.<br />

Los fugitivos que iban hacia el oeste apartaban el rostro de Nueva Ashkitosh, corno si le<br />

tuvieran miedo. A veces estaban solos, pero en general marchaban en grupos, ocasionalmente<br />

numerosos. Algunos llevaban animales detrás o phagors con ellos: a veces los phagors eran los<br />

dueños de la situación.

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