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era otro que el kzahhn Hrr-Brahl Yprt. Una gran cantidad de muertes estropearía el tributo. Por<br />
orden del Supremo Festibariyatid se cantaron más plegarias al ocaso. Laintal Ay escuchó las<br />
plegarias mientras entraba en el poblado y la melodía le agradó. Miró con Interés alrededor,<br />
ignorando a los dos centinelas armados que lo escoltaron a un gran cuartel central. Delante del<br />
cuartel unos prisioneros apilaban estiércol.<br />
Al capitán de la guardia le sorprendió ese humano que no pertenecía a Sibornal y sin<br />
embargo entraba voluntariamente en la colonia. Después de hablar un rato con Laintal Ay y de<br />
intentar intimidarle, hizo que un subordinado llamara a un sacerdote guerrero.<br />
Laintal Ay se estaba acostumbrando ya al hecho de que cualquier individuo que no hubiera<br />
sufrido la plaga le pareciese desagradablemente grueso. El sacerdote guerrero le parecía<br />
desagradablemente grueso. Enfrentó a Laintal Ay con aire desafiante y le hizo preguntas que él<br />
mismo consideraba astutas.<br />
—He tenido algunas dificultades —respondió Laintal Ay—. He venido aquí buscando<br />
refugio. Necesito ropas. Los bosques están demasiado poblados para mí gusto. Quiero una<br />
montura, si es posible un miela, y estoy dispuesto a trabajar a cambio. Luego volveré a mi<br />
hogar.<br />
—¿Qué clase de humano eres? ¿Vienes de Hespagorat? ¿Por qué eres tan delgado?<br />
—He sobrevivido a la fiebre de los huesos.<br />
El sacerdote guerrero se pasó un dedo por los labios.<br />
—¿Eres un guerrero?<br />
—Hace poco he matado a toda una tribu de Otros, los nondads.<br />
—Entonces, ¿no temes a los protognósticos?<br />
—De ningún modo.<br />
Se le encomendó la tarea de custodiar las celdas y alimentar a los miserables ocupantes.<br />
Recibió en cambio unas ropas de lana gris. El pensamiento del sacerdote era sencillo. Alguien<br />
que había sufrido la fiebre podía cuidar a los prisioneros sin morirse en un momento inoportuno<br />
y sin transmitir la epidemia.<br />
Cada vez más colonos y prisioneros morían a causa del flagelo. Laintal Ay observó que las<br />
plegarias en la Iglesia de la Paz Formidable se hacían más fervientes. Al mismo tiempo, la gente<br />
salía menos. El podía ir a cualquier parte sin que nadie lo detuviese. Sentía que de algún modo<br />
estaba viviendo una vida encantada. Cada día era un don.<br />
Los exploradores guardaban los animales en un campo cercado. Un grupo de prisioneros los<br />
cuidaba y les llevaba forraje y heno. La colonia no conocía problema más grave. Una hectárea<br />
de hierba verde podía alimentar a veinticinco animales por día. En el campo cercado había<br />
cincuenta cabalgaduras, utilizadas para recorrer una zona cada vez más grande, que consumían<br />
novecientas sesenta hectáreas anuales, o algo menos porque a veces pastaban fuera del<br />
perímetro. A causa de esta situación la Iglesia de la Paz Formidable estaba casi siempre atestada<br />
de campesinos hambrientos: un fenómeno extraño, incluso en Heliconia.<br />
Laintal Ay se negaba a gritarles a los prisioneros: trabajaban demasiado bien, si se<br />
consideraban las miserables circunstancias en que vivían. Los guardias se mantenían a distancia.<br />
Una leve lluvia hacía que tuvieran la cabeza baja. Sólo Laintal Ay se preocupaba por los<br />
animales, que se agrupaban y adelantaban los blandos hocicos esperando que les dieran de<br />
comer. Llegaría el momento en que elegiría uno y escaparía; uno o dos días más tarde, la<br />
guardia estaría bastante desorganizada, a juzgar por la marcha de las cosas.<br />
Miró por segunda vez a una hembra miela. Tomó un trozo de pastel y se le acercó. Las rayas<br />
del animal eran de un color amarillo naranja desde la cabeza hasta la cola, con un polvoriento<br />
azul oscuro en el medio.<br />
—¡Lealtad!<br />
La yegua se adelantó, se apoderó del pastel y luego pasó el morro por debajo del brazo de<br />
Laintal Ay. El le acarició las orejas.<br />
—Entonces, ¿dónde está Shay Tal? —preguntó.<br />
La respuesta era obvia. Los sibornaleses la habían apresado y la habían entregado a los<br />
phagors. Ya nunca llegaría a Sibornal. Ahora Shay Tal era un corusco. Ella y su pequeña<br />
comitiva, unidos en el tiempo. El nombre del capitán de la guardia era Skitocherill. Una<br />
cautelosa amistad se desarrolló entre Laintal Ay y él. Laintal Ay podía ver que Skitocherill