08.05.2013 Views

aldiss, brian w - heliconia primavera.pdf

aldiss, brian w - heliconia primavera.pdf

aldiss, brian w - heliconia primavera.pdf

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

Todas estas estructuras eran tan maravillosas para Yuli que no podía ver los defectos<br />

obvios.<br />

Le llevó poco tiempo, sin embargo, descubrir que la gente era vigilada muy de cerca.<br />

Nadie parecía sorprenderse ante ese sistema en que había nacido; pero Yuli, habituado a los<br />

espacios abiertos y a la ley de la supervivencia, tan fácil de comprender, se asombraba de que<br />

todo movimiento estuviese allí circunscrito. Sin embargo, los habitantes de Pannoval se<br />

consideraban sumamente privilegiados.<br />

Yuli planeaba abrir una tienda junto a la de Kyale, con su provisión de pieles<br />

legítimamente adquirida. Pero descubrió que muchas reglamentaciones prohibían algo tan<br />

simple. No podía comerciar sin poseer una tienda, a menos que contara con una licencia<br />

especial, y para eso era menester haber nacido miembro de la corporación de buhoneros.<br />

Necesitaba una corporación, un aprendizaje, y ciertas calificaciones —una especie de examen—<br />

que sólo los sacerdotes conferían. También era imprescindible tener un certificado de la milicia,<br />

con referencias. Y no podía trabajar si no tenía una vivienda. Ni ocupar la habitación que Tusca<br />

había alquilado para él mientras no estuviera acreditado ante la milicia. Carecía de las<br />

calificaciones más elementales: la creencia en Akha y la prueba de haber hecho sacrificios<br />

regulares al dios.<br />

—Es fácil. Como eres un salvaje, lo primero que has de hacer es visitar a un sacerdote. —<br />

Éste fue el dictamen del capitán de milicias, de expresión dura, a quien Yuli se presentó.<br />

Estaban en una pequeña habitación de piedra, con un balcón que se alzaba aproximadamente a<br />

un metro por encima de una terraza del Mercado, y desde donde se veía la animación del lugar.<br />

El capitán vestía un manto, largo hasta el suelo, blanco y negro, sobre las pieles<br />

habituales. En la cabeza llevaba un yelmo de bronce con el símbolo sagrado de Akha, una<br />

especie de rueda con dos radios. Las botas de cuero le llegaban a media pantorrilla. Detrás de él<br />

había un phagor con una cinta tejida, blanca y negra, atada a la velluda frente blanca.<br />

—No me escuchas —gruñó el capitán. Pero Yuli sólo tenía ojos para el silencioso phagor.<br />

No podía entender cómo estaba allí.<br />

La bestia ancipital tenía un aire sereno y taciturno. La fea cabeza estaba estirada hacia<br />

adelante. Los cuernos habían sido aserrados, y los filos limados. Yuli alcanzó a verle, a medias<br />

oculto por el pelaje blanco, un collar de cuero en la garganta, en señal de sumisión al dominio<br />

humano. Sin embargo, los phagors eran una amenaza para los ciudadanos de Pannoval. Los<br />

oficiales solían llevar consigo un phagor domesticado; pues estos animales tenían la capacidad<br />

de ver en la oscuridad de las cavernas. Las personas corrientes temían a esos seres de andar<br />

bamboleante que hablaban olonets básico. ¿Cómo era posible —se preguntaba Yuli— que los<br />

hombres se aliaran a las mismas bestias que habían apresado al padre de él, y que las gentes de<br />

las tierras salvajes odiaban desde el principio de los tiempos?<br />

La entrevista con el capitán fue desalentadora, y todavía no había comenzado lo peor. No<br />

podía vivir sin obedecer los reglamentos, que parecían interminables. Kyale lo había convencido<br />

de que sólo podía hacer una cosa: conformarse. Para ser un ciudadano de Pannoval había que<br />

pensar y sentir como ellos.<br />

Le indicaron que visitara al sacerdote de la calle donde estaba su habitación. Así se inició<br />

una larga serie de sesiones en que le enseñaron la historia sagrada de Pannoval, «nacida a la<br />

sombra del Gran Akha entre las nieves eternas», y numerosas escrituras que había que aprender<br />

de memoria. Tenía que hacer todo lo que Sataal, el sacerdote, le ordenaba; incluso muchos<br />

recados aburridos, porque Sataal era perezoso. Para Yuli no fue un consuelo enterarse de que los<br />

niños de Pannoval pasaban por esos mismos cursos de instrucción a edad temprana.<br />

Sataal era un hombre de constitución robusta, rostro pálido, orejas menudas, manos<br />

grandes. Llevaba la cabeza afeitada y la barba trenzada (como muchos sacerdotes de la orden),<br />

con lazos blancos en las trenzas. Vestía una túnica blanca y negra hasta las rodillas. Yuli tardó<br />

en comprender que, a pesar del pelo blanco, Sataal estaba aún en la mediana edad y aún no<br />

había cumplido veinte años. Sin embargo, caminaba de un modo que sugería a la vez vejez y<br />

piedad.<br />

Cuando se dirigía a Yuli, Sataal hablaba siempre con amabilidad y distancia, abriendo un<br />

abismo entre ellos. Esa actitud era tranquilizadora para Yuli, como si le dijera: "Éstas son<br />

nuestras tareas, la tuya y la mía; pero no complicaré las cosas tratando de conocer tus

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!