08.05.2013 Views

aldiss, brian w - heliconia primavera.pdf

aldiss, brian w - heliconia primavera.pdf

aldiss, brian w - heliconia primavera.pdf

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

otros como ellos, habían venido al sur acompañando a los colonos que viajaban anualmente<br />

desde el continente norte hasta Chalce y las regiones que bordeaban Pannoval; a esto se debía la<br />

presencia de yelks tan al sur.<br />

La retaguardia apareció en el sendero. Los cuatro miembros, armados con lanzas, escoltaban<br />

a algunos infortunados protognósticos capturados en una redada. Entre los cautivos se<br />

encontraban los Caathkarnit, ella todavía rascándose aunque los habían capturado semanas<br />

atrás. Acuciados por las puntas de las lanzas, vadearon el río y subieron al promontorio por un<br />

sendero que aún olía a yelk hasta un puesto de guardia y el establecimiento llamado Nueva<br />

Ashkitosh.<br />

A ese vado y a ese peligroso sitio llegó muchas semanas más tarde Laintal Ay. Era un<br />

Laintal Ay que muy pocos amigos, incluso los más íntimos, hubieran reconocido en seguida.<br />

Había perdido la tercera parte de su peso; estaba delgado y casi esquelético, con una tez más<br />

clara y una expresión diferente en los ojos. En particular, y éste era el más delicado de los<br />

disfraces por ser transparente, se movía de otra manera. Había sufrido la fiebre de los huesos y<br />

había sobrevivido.<br />

Al salir de Oldorando, se había encaminado al noreste, a través de lo que se llamaría más<br />

tarde la Ciénaga de Roon, en la dirección seguida por Shay Tal. Errando al azar, había perdido<br />

el sendero. El territorio que había conocido años atrás, cubierto de nieve y mostrando al cielo un<br />

rostro abierto, había desaparecido bajo una maraña verde.<br />

La antigua soledad estaba ahora poblada de peligros. Tenía conciencia de que algo se movía,<br />

siempre, no sólo animales, sino también seres humanos, semihumanos, y de dos filos,<br />

alborotados por la marea de las estaciones. Rostros jóvenes y hostiles asomaban entre la<br />

espesura. Cada arbusto tenía orejas además de hojas.<br />

Oro estaba inquieto en el bosque. Los mielas eran criaturas de espacios abiertos. Se mostró<br />

cada vez más terco y obstinado, hasta que por fin Laintal Ay se apeó, maldiciendo y lo llevó de<br />

la brida.<br />

Llegó así hasta una torre de piedra, después de atravesar una floresta aparentemente<br />

interminable de helechos y abedules. Ató a Oro, antes de examinar el sitio. Todo parecía<br />

tranquilo. Entró en la torre y descansó, sintiéndose enfermo. Luego trepó a la cima y examinó<br />

los alrededores. Había visitado esa torre en los descuidados vagabundeos de antaño, mirando<br />

desde lo alto un horizonte desnudo. Dolorido y fatigado, salió de la torre. Se echó en el suelo, y<br />

se estiró, incapaz de bajar los brazos. Sintió calambres, la fiebre cayó sobre él como un golpe, y<br />

se arqueó hacia atrás en pleno delirio, como si quisiera quebrarse el espinazo.<br />

Pequeños hombres y mujeres de color oscuro emergieron de unos escondites y lo miraron, y<br />

se acercaron luego furtivamente. Eran protognósticos de la tribu de los nondads, criaturas<br />

velludas que apenas llegaban a la cintura de Laintal Ay. Tenían manos de ocho dedos, ocultos a<br />

medias en el denso pelaje rojizo que les cubría las muñecas. Los rostros parecían de asokins,<br />

con un hocico protuberante que les daba el mismo aire patético de los madis.<br />

Hablaban un lenguaje que era una mezcla de resoplidos, silbidos y chasquidos, en nada<br />

parecido al olonets, aunque recibiera algunas transfusiones del viejo lenguaje. Se consultaron<br />

mutuamente, y por fin decidieron llevarse con ellos al freyriano, ya que tenía una octava<br />

personal buena.<br />

En la elevación de detrás de la torre crecía una hilera de orgullosos rajabarales, ocultos entre<br />

los abedules. Por la base de uno de estos árboles entraron los nondads en sus tierras, arrastrando<br />

a Laintal Ay, resoplando y riéndose de sus propias dificultades. Oro relinchaba y tiraba de la<br />

brida inútilmente: su amo había desaparecido.<br />

Los nondads tenían un hogar seguro entre las raíces del gran árbol. Se llamaba las Ochenta<br />

Oscuridades. Dormían en camas de helechos para protegerse de los roedores que compartían<br />

esas mismas tierras.<br />

Todo lo que hacían estaba gobernado por las costumbres. Era la costumbre elegir desde el<br />

nacimiento a reyes y guerreros que los gobernaran y protegieran. Estos gobernantes eran<br />

adiestrados para la lucha, y en las Ochenta Oscuridades se libraban salvajes combates a muerte.<br />

Pero los reyes eran delegados del resto de la tribu y representaban la violencia innata de todos,<br />

de manera que la gente común era mansa y afectuosa y se apretujaba entre sí sin mucho sentido<br />

de identidad personal. El principal impulso era favorecer siempre la vida; la vida de Laintal Ay

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!