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Ella lo alcanzó y le tiró de la manga.<br />
—¿Adonde vas, Laintal Ay, idiota?<br />
—Voy a ensillar a Oro.<br />
Lo dijo con tal furia, mientras se secaba la boca con el dorso de la mano, que ella permaneció<br />
inmóvil. Luego pensó que tenía que buscar enseguida a Dathka. sabría cómo responder a la<br />
locura de su amigo.<br />
En los últimos tiempos Dathka era una figura esquiva. A veces dormía en el edificio<br />
inconcluso del otro lado del Voral. A veces en una o en otra torre, a veces en alguno de los<br />
nuevos lugares dudosos que empezaban a aparecer. Lo único que se le ocurrió a Oyre a esa<br />
hora, fue correr a la torre de Shay Tal esperando que estuviera con Vry. Afortunadamente así<br />
era. Él y Vry estaban en mitad de una disputa; ella tenía una mejilla enrojecida y se apartaba,<br />
como si Dathka le hubiese pegado. Dathka estaba pálido de ira, pero Oyre irrumpió y contó su<br />
historia, sin tener en cuenta lo que ocurría entre ellos. Dathka emitió una exclamación ahogada.<br />
—No podemos permitir que se marche ahora que todo se desmorona...<br />
Le echó una mirada letal a Vry y salió a la carrera.<br />
Corrió todo el camino hasta los establos y llegó a tiempo para sorprender a Laintal Ay que<br />
salía llevando a Oro de la brida.<br />
—Estás loco, amigo, sé más sensato. Nadie quiere que te vayas. Vuelve en ti y ocúpate de<br />
tus propios intereses.<br />
—Estoy harto de hacer lo que quieren los demás. Me pides que me quede porque me<br />
necesitas en tus planes.<br />
Dathka replicó con amargura: —Te necesitamos para evitar que Tanth Ein y su amigo y ese<br />
saco viscoso de Rainil Layan se apoderen de todo cuanto tenemos.<br />
—No tienes ninguna posibilidad. Voy a buscar a Aoz Roon.<br />
Dathka se burló. —Es una locura. Nadie sabe dónde está.<br />
—Pienso que se ha ido a Sibornal con Shay Tal.<br />
—Necio. Olvídate de Aoz Roon. Es viejo, su estrella se ha puesto. Ahora nos toca a<br />
nosotros. Te vas de Oldorando porque tienes miedo, ¿no es verdad? Lo cierto es que tengo unos<br />
pocos amigos que no me han traicionado, incluso uno en el hospital.<br />
—¿Qué quieres decir?—Sé tanto como tú. Te vas porque tienes miedo de la plaga.<br />
Más tarde, Laintal Ay repitió obsesivamente las palabras coléricas que habían intercambiado,<br />
comprendiendo que Dathka había perdido la cabeza, pues no había sido el hombre<br />
imperturbable de siempre. Pero en el momento, actuó maquinalmente. Alzó la mano derecha, y<br />
con el canto golpeó a debajo de la nariz. Oyó que el hueso cedía.<br />
Dathka cayó hacia atrás con las manos en la cara. La sangre le goteaba de los nudillos.<br />
Laintal Ay subió a la silla, espoleó a Oro y se abrió paso entre la gente que se reunía. Charlando<br />
excitadamente, la multitud rodeó al hombre herido, que se puso de pie tambaleando,<br />
maldiciendo, doblado por el dolor.<br />
Todavía furioso, Laintal Ay salió de la ciudad, ligero de equipaje.<br />
Pero estaba contento de llevarse poco más que la espada y una manta.<br />
Mientras se alejaba, metió la mano en el bolsillo y sacó un pequeño objeto labrado.<br />
Anochecía y apenas podía verlo; pero lo conocía desde niño. Era un perro que movía la quijada<br />
cuando se subía y bajaba la cola. Lo tenía desde el día de la muerte del abuelo.<br />
Lo arrojó contra el arbusto más cercano.