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aldiss, brian w - heliconia primavera.pdf

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tontería. Ahora todos los Hijos morirán. Rompe mis cadenas, déjame morir en brida.<br />

Laintal Ay señaló la tumba abierta.<br />

—Mátalo —ordenó a Goija Hin.<br />

Myk no se resistió. Goija Hin lo metió en el hoyo de una patada y amontonó tierra alrededor<br />

del cuerpo enorme. Luego se incorporó entre las malezas, con aire temeroso, humedeciéndose<br />

los labios.<br />

—Te he conocido de niño. He sido bueno contigo. Siempre he dicho que serías el señor de<br />

Embruddock. Puedes preguntar a quienes me conocen.<br />

No intentó defenderse con la espada. La dejó caer, mientras balbuceaba de rodillas,<br />

inclinando la greñuda cabeza.<br />

— Probablemente Myk ha dicho la verdad —dijo Laintal Ay—. La peste ya está en nosotros.<br />

Ya es demasiado tarde. —Sin mirar atrás, dejó a Goija Hin arrodillado donde estaba y regresó a<br />

la ciudad populosa, enojado consigo mismo por no haber sido capaz de descargar el golpe.<br />

Era tarde cuando entró en la habitación, miró alrededor, siempre con la misma expresión<br />

sombría. Los rayos horizontales de Freyr iluminaban brillantemente el rincón más lejano,<br />

dejando el resto del cuarto en una extraña oscuridad. Se lavó en el barreño, echándose agua fría<br />

en la cara y dejándola correr. Lo hizo varias veces, respirando profundamente, sintiendo que se<br />

refrescaba, pero aún odiándose a sí mismo. Mientras se secaba la cara advirtió con satisfacción<br />

que las manos ya no le temblaban.<br />

La luz del rincón se deslizó a una sola pared y se apagó hasta quedar reducida a un mero<br />

cuadrado amarillo como una pequeña caja en la que decaía el oro del mundo. Recorrió la<br />

habitación recogiendo unas pocas cosas, sin pensar casi en lo que hacía.<br />

Hubo un golpe en la puerta. Entró Oyre. Como si hubiera sentido inmediatamente la tensión<br />

de la habitación, se detuvo en el umbral.<br />

—Laintal Ay, ¿dónde te habías metido? Te estaba esperando.<br />

—Tenía que hacer una cosa.<br />

Oyre, con la mano en la cerradura, suspiró. La luz estaba detrás de él, y ella no podía verle la<br />

cara en la oscuridad creciente del cuarto, pero había advertido la brusquedad del tono.<br />

—¿Ocurre algo, Laintal Ay?<br />

Laintal Ay metió a golpes la vieja manta de cazador en una bolsa.<br />

—Me voy de Oldorando.<br />

—¿Te vas? ¿Adonde?<br />

—Oh... Digamos que voy en busca de Aoz Roon. —Hablaba con amargura.— He perdido<br />

interés en... en todo lo que pasa aquí.—No seas tonto.— Ella dio un paso adelante mientras<br />

hablaba, para verlo mejor, pensando que él parecía muy grande en esa habitación de techo<br />

bajo.—¿Cómo vas a encontrarlo?<br />

Él se volvió, echándose la bolsa al hombro.<br />

—¿Qué te parece más tonto, buscarlo en el mundo real o entre los coruscos, en pauk, como<br />

haces tú? Siempre has dicho que he de hacer algo grande. Nada te satisfacía... pues bien, ahora<br />

me iré, para hacer algo o morir. ¿No es grande eso?<br />

Oyre rió débilmente.<br />

—No quiero que te vayas. Quiero...<br />

—Ya sé lo que quieres. Piensas que Dathka es maduro y yo no. Al diablo con eso. He tenido<br />

bastante. Me voy, como siempre he querido. Prueba con Dathka.<br />

—Te quiero a ti, Laintal Ay. Ahora te conduces como Aoz Roon.<br />

Él la aferró. —Basta de compararme con otros. Tal vez no seas tan inteligente como yo<br />

pensaba, o hubieras sabido que me herías. Yo también te quiero pero me voy.<br />

—¿Por qué eres tan brutal? —gritó ella.<br />

—He vivido bastante tiempo con brutos. No hagas preguntas estúpidas.<br />

La abrazó, apretándose a ella, y la besó con dureza en la boca.<br />

—Espero volver —dijo. Rió ante la necedad de la observación. Echando a Oyre una última<br />

mirada, salió y cerró de un portazo, dejándola en la habitación vacía. El oro se había convertido<br />

en cenizas. Estaba casi oscuro, aunque ella veía puntos luminosos en la calle.<br />

—¡Oh no! —dijo ella—. Maldito seas... Y yo también.<br />

Se recobró, corrió a la puerta y la abrió llamándolo a gritos. Laintal Ay bajaba sin responder.

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