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aldiss, brian w - heliconia primavera.pdf

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los huesos, contagiada por esos dos desventurados a quienes alejaban de la ciudad. Aún faltaban<br />

tres millas hasta la vieja torre.<br />

Se detuvo. Los phagors y Goija Hin avanzaban maquinalmente con la triste carga. Y él<br />

mismo, haciendo una vez más lo que le pedían. No había ninguna razón. Era preciso romper esa<br />

estúpida costumbre de obedecer.<br />

Gritó a los phagors. Se detuvieron donde estaban, sin moverse. La carga que llevaban sobre<br />

los hombros crujió levemente.<br />

El grupo estaba en un sendero estrecho flanqueado por densas matas de dogotordo. Pocos<br />

días antes un niño había muerto allí, devorado; todo indicaba que el asesino había sido un<br />

lengua de sable. Esos depredadores se acercaban a la ciudad ahora que los mielas salvajes<br />

escaseaban. Poca gente salía a los caminos.<br />

Laintal Ay se internó entre los arbustos. Hizo que los phagors llevaran a sus amos enfermos<br />

a la espesura y los depositaran en tierra. Los monstruos lo hicieron descuidadamente, de modo<br />

que ambos hombres rodaron por el suelo, aún en sus rígidas posturas.<br />

Tenían los labios azules y retraídos, y mostraban los dientes amarillos y las encías. Los<br />

miembros estaban distorsionados, y les crujían los huesos. Aunque conscientes, eran incapaces<br />

de evitar ciertos movimientos involuntarios, como el horrible rodar de los ojos, hundidos en la<br />

estirada piel de la cara.<br />

—¿Sabes qué les ocurre a estos hombres? —preguntó Laintal Ay.<br />

Goija Hin asintió y sonrió con malicia para demostrar que dominaba los conocimientos<br />

humanos.<br />

—Están enfermos —dijo.<br />

Laintal Ay no había olvidado la fiebre que le había contagiado un phagor.<br />

—Mata a los hombres. Haz que los phagors abran tumbas con las manos. Tan rápido como<br />

puedas.<br />

—Comprendido. —El encargado de los esclavos puso manos a la obra.<br />

Laintal Ay se quedó allí, con una rama apretada contra la espalda, mirando cómo el grueso<br />

anciano cumplía lo ordenado, como había hecho siempre. A cada paso del proceso, Laintal Ay<br />

daba una orden, que era ejecutada. Se sentía responsable de todo, y no se permitía apartar la<br />

vista. Goija Hin sacó una espada corta, y atravesó dos veces el corazón de los enfermos. Los<br />

phagors abrieron las tumbas con las manos córneas; los dos phagors blancos, y Myk, tan obeso<br />

como Goija Hin, cubierto por el negro pelaje de la ancianidad.<br />

Todos los phagors llevaban grilletes en las piernas. Hicieron rodar los cadáveres al interior<br />

de las tumbas y permanecieron inmóviles, como de costumbre, mientras esperaban la próxima<br />

orden. Se les dijo que abrieran tres tumbas más entre los arbustos. Lo hicieron, trabajando como<br />

animales mudos. Luego Goija Hin clavó la espada entre las costillas de los dos phagors<br />

extraños; y cuando cayeron de bruces al suelo, limpió el icor amarillo de la hoja en las pieles de<br />

las bestias.<br />

Se ordenó a Myk que metiera los phagors en las tumbas y los cubriera de tierra.<br />

Cuando Myk terminó, se volvió a Laintal Ay, haciendo correr la pálida lecha por una<br />

ventana de la nariz.— No matar a Myk, amo. Rompe mis cadenas y deja que me vaya y muera<br />

lejos.<br />

—¿Cómo van a dejarte en libertad, vieja basura, después de tantos años? —preguntó,<br />

irritado, Goija Hin, alzando la espada.<br />

Laintal Ay lo detuvo y miró al viejo phagor. La criatura lo había llevado a hombros cuando<br />

era niño. Le emocionó que Myk no intentara recordárselo. No apelaba a ciertos buenos<br />

sentimientos. Myk esperaba, inmóvil, lo que pudiera suceder.<br />

— ¿Qué edad tienes, Myk? —preguntó, y pensó: los sentimientos, mis sentimientos. No<br />

puedo dar la orden fatal, ¿verdad?<br />

— Yo prisionero no cuento los años. — Las eses emergían como abejas de la garganta de<br />

Myk. — Una vez, los dos filos gobernamos Embruddock, y los Hijos de Freyr eran nuestros<br />

esclavos. Pregúntale a la Madre Shay Tal. Ella lo sabe.<br />

—Me lo dijo. Y vosotros nos matabais como nosotros os matamos.<br />

Los ojos rojos parpadearon una vez. La criatura dijo:<br />

— Mantuvimos vivos a los Hijos de Freyr durante siglos, cuando Freyr estaba enfermo. Gran

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