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aldiss, brian w - heliconia primavera.pdf

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muchas llaves que traía colgadas del cinto. No vestía mielas, sino una bata color azafrán, larga<br />

hasta el suelo.<br />

Ma Escantion abrió una sólida puerta detrás del despacho.<br />

Atravesaron la vieja torre y treparon por las rampas hasta llegar a la parte superior. Llegaba<br />

desde abajo el sonido de un clow, que tocaba un convaleciente. Laintal Ay reconoció la<br />

melodía: «Para, para, río Voral». El ritmo era ágil, pero de una melancolía que se adecuaba a la<br />

inútil exhortación del estribillo. El río corría, y no se detendría, nunca, ni por amor ni por la vida<br />

misma...<br />

Cada piso de la torre estaba dividido en pequeñas salas o celdas, con una ventanilla corrediza<br />

en la puerta. Sin una palabra, Ma Escantion corrió la ventanilla, que ocultaba una reja, e indicó a<br />

Laintal Ay que mirara.<br />

En la celda había dos camas, y un hombre en cada una, casi desnudos. Estaban contraídos,<br />

rígidos pero nunca del todo quietos. El hombre situado más cerca de la puerta, de abundantes<br />

cabellos negros, yacía con la columna vertebral arqueada y las manos unidas y apretadas por<br />

encima de la cabeza. Frotaba los nudillos contra la pared de piedra; sangraba y la sangre le<br />

corría por los brazos entre las venas azules. Torcía la cabeza, envarada, en un ángulo raro. Vio a<br />

Laintal Ay en la reja, y trató de mirarlo, pero la cabeza continuó el lento movimiento. Las<br />

arterias del cuello le sobresalían como cuerdas.<br />

El segundo paciente, acostado debajo de la ventana, tenía los brazos apretados contra el<br />

pecho. Se enroscaba como una bola y volvía a desenroscarse, al tiempo que sacudía los pies,<br />

con tal violencia que los huesecillos le crujían. Miraba inquieto del suelo al techo y las paredes.<br />

Laintal Ay reconoció en él al hombre caído en la calle.<br />

Ambos estaban mortalmente pálidos y cubiertos de sudor; un olor acre salía de la celda.<br />

Continuaron luchando contra invisibles contendientes mientras Laintal Ay cerraba la ventanilla.<br />

—La fiebre de los huesos —dijo. Estaba junto a Ma Escantion, y trataba de verle la cara en<br />

la sombra.<br />

Ella se limitó a asentir. Él la siguió por las rampas. El clow seguía desarrollando la<br />

melancólica melodía.<br />

¿Por qué tanta prisa?<br />

Que el deseo me lleve a ella<br />

y si no, que me abandone...<br />

Ma Escantion dijo por encima del hombro: —El primero llegó hace dos días... Tendría que<br />

haberte llamado ayer. Se niegan a comer; apenas se puede conseguir que beban agua. Es como<br />

un espasmo muscular prolongado. Les afecta la mente.<br />

—¿Morirán?<br />

—No más de la mitad sobrevive al ataque. A veces se curan cuando pierden peso; o<br />

enloquecen y mueren, como si la fiebre se les metiera en el cerebro y los matara.<br />

Laintal Ay tragó saliva, sintiendo la garganta seca. En el despacho de ella, aspiró<br />

profundamente el aroma de las plantas de escantion y raige del antepecho de la ventana para<br />

apartar el hedor que aún tenía en la nariz. La habitación estaba pintada de blanco.<br />

—¿Qué son? ¿Mercaderes?<br />

—Los dos han venido del este, viajando con distintos grupos de madis. Uno es mercader, el<br />

otro bardo. Ambos tenían phagors esclavos, que están ahora en casa del veterinario. Sabes sin<br />

duda que la fiebre de los huesos se propaga rápidamente y se puede convertir en una gran plaga.<br />

Quiero que esos enfermos se marchen del hospital. Necesitamos aislarlos en algún lugar lejos de<br />

la ciudad. No serán los únicos casos.<br />

—¿Has hablado de esto con Faralin Ferd?<br />

Ella frunció el ceño.<br />

—Inútil. Para comenzar, él y Tanth Ein dijeron que no se moviera a los pacientes. Luego<br />

sugirieron que se les diera muerte y se arrojaran los cuerpos al Voral.<br />

—Veré qué puedo hacer. Conozco una torre en ruinas, a unas cinco millas. Tal vez pudiera<br />

servir.<br />

—Sabía que ayudarías. —Ella le apoyó una mano en la manga, sonriendo.— Hay algo que

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