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En el pasado estaba la explicación de muchas cosas futuras. Miró con desánimo el reloj<br />
astronómico que intentaba construir en madera, sobre la mesa, junto a la estrecha ventana. No<br />
estaba acostumbrada a trabajar la madera; y por otra parte, no lograba comprender el principio<br />
por el que el mundo seguía un determinado camino, como los cuatro mundos errantes, y<br />
también los dos centinelas.<br />
De repente entendió que había una unión entre esas esferas: eran del mismo material, así<br />
como los amantes eran una sola piedra. Y tenía que haber una fuerza tan poderosa como la<br />
sexualidad para unirlas, misteriosamente, para que se movieran en una cierta dirección.<br />
Se sentó ante la mesa y comenzó a desarmar ruedas y varillas reordenándolas de otro modo.<br />
Estaba absorta cuando oyó que golpeaban a la puerta. Entró Raynil Layan, que miró<br />
rápidamente alrededor para ver si había alguien más en el cuarto.<br />
La vio enmarcada por el rectángulo azul claro de la ventana: la luz le acariciaba el perfil.<br />
Tenía una bola de madera en la mano. Cuando él entró, se incorporó a medias; y él vio —porque<br />
siempre escrutaba a la gente— que por una vez Vry no parecía tan reservada. Sonreía<br />
nerviosamente; se alisaba la piel de miela sobre las turgencias del pecho. Raynil Layan cerró la<br />
puerta.<br />
El maestro de los curtidores había alcanzado cierta grandeza por aquellos días. Tenía la<br />
barba bifurcada atada con dos cintas, como había aprendido de los extranjeros, y llevaba<br />
pantalones de seda. Hacía poco tiempo que dedicaba su atención a Vry, a quien había regalado<br />
objetos como el mapa de Ottaassaal, adquirido en Pauk, y cuyas teorías escuchaba con interés.<br />
Ella encontraba todo esto oscuramente excitante. Aunque desconfiaba de las maneras pulidas de<br />
Raynil Layan, se sentía halagada por ellas y por el interés que él demostraba.<br />
—Trabajas demasiado, Vry —dijo él, alzando un dedo y una ceja—. Si pasaras más tiempo<br />
al aire libre, el color volvería a esas bonitas mejillas.<br />
—Sabes que estoy ocupada con la academia, ahora que Amin Lim se ha ido con Shay Tal, y<br />
también con mi propio trabajo.<br />
La academia florecía como nunca. Tenía edificio propio, y estaba principalmente a cargo de<br />
una asistenta de Vry. Llamaban a los hombres cultivados; cualquiera que pasara por Oldorando<br />
era invitado a hablar. Muchas ideas se ponían en práctica en los talleres, debajo de la sala de<br />
conferencias. Raynil Layan observaba personalmente todo lo que ocurría.<br />
Paseó otra vez los ojos por la habitación. Al advertir la estatuilla entre el desorden de la<br />
mesa, la examinó de cerca. Ella enrojeció.<br />
—Es muy vieja.<br />
—Sí. Pero todavía muy popular.<br />
Ella rió.<br />
—Me refería al objeto.<br />
—Y yo a su objetivo. —La depositó sobre la mesa, mirando a Vry con las cejas arqueadas.<br />
Apoyaba el cuerpo contra el borde de la mesa, de modo que rozaba las piernas de Vry.<br />
Vry se mordió el labio y bajó la vista. Tenía sus propias fantasías eróticas acerca de ese<br />
hombre que no le gustaba demasiado, y todas le venían en tropel a la mente.<br />
Pero Raynil Layan, como era su estilo, cambió de actitud. Luego de un instante de silencio,<br />
se apartó, se aclaró la garganta, y dijo con seriedad: —Vry, entre los peregrinos que acaban de<br />
llegar de Pannoval hay un hombre que no está cegado por la religión como el resto. Hace<br />
relojes, y trabaja el metal con precisión. La madera no te sirve. Traeré a ese artesano, si me lo<br />
permites, y tú lo instruirás para que construya el modelo.<br />
—No es un simple reloj, Raynil Layan —respondió Vry, mientras lo miraba y se preguntaba<br />
si ella y él podían considerarse, de algún modo, hechos de la misma piedra.<br />
—Comprendo. Tú le explicarás cómo es tu máquina. Yo le pagaré en moneda. Pronto tendré<br />
un puesto importante, y podré ordenar lo que desee.<br />
Ella se puso de pie, para medir mejor estas palabras.<br />
—He oído decir que te ocuparás de la Casa de la Moneda de Oldorando.<br />
El entornó los ojos y la miró, mitad enojado, mitad sonriente.<br />
—¿Quién te lo ha dicho?<br />
—Ya sabes cómo vuelan las noticias.<br />
—Faralin Ferd ha vuelto a hablar.