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que ayudado por su mujer atendía una tienda en una callejuela de Mercado. Kyale era un<br />
hombre triste, con la boca curvada hacia abajo y oculta en parte por un oscuro bigote. Lo trató<br />
amistosamente por motivos que Yuli no podía comprender, y lo protegió de los embaucadores.<br />
Y además se tomó el trabajo de introducir a Yuli en este nuevo mundo.<br />
Parte de los bulliciosos ecos del Mercado se podían atribuir a un río, el Vakk, que corría<br />
por una profunda garganta en la parte posterior. Era el primer río que Yuli veía fluir en libertad,<br />
y fue siempre para él una de las maravillas del sitio. Se quedaba arrobado escuchando el<br />
murmullo del agua; el alma animista de Yuli hacía del Vakk una cosa casi viviente.<br />
El Vakk tenía un puente que permitía el acceso al final del Mercado donde el creciente<br />
declive del suelo necesitaba de muchos escalones, que culminaban en un amplio balcón. Allí<br />
había una gran estatua de Akha labrada en la roca. La figura se podía ver, con los hombros<br />
alzándose en medio de la oscuridad, aun desde el extremo opuesto del Mercado. Akha sostenía<br />
en las manos abiertas un verdadero fuego, que un sacerdote alimentaba a intervalos regulares,<br />
saliendo de una puerta en el estómago de Akha. Los fieles se presentaban regularmente ante los<br />
pies de Akha y le traían toda clase de regalos que eran aceptados por los sacerdotes, vestidos a<br />
rayas blancas y negras. Los suplicantes se postraban y un novicio barría el suelo con un plumero<br />
antes de que se atrevieran a mirar con esperanza los negros ojos de piedra situados arriba,<br />
envueltos en tinieblas, y se retiraran luego a lugares más profanos.<br />
Estas ceremonias eran un misterio para Yuli. Le preguntó a Kyale. La respuesta fue una<br />
conferencia que lo dejó aún más confuso que antes. Ningún hombre puede explicarle su religión<br />
a un extranjero. Sin embargo, Yuli tuvo la clara impresión de que este antiguo ser, representado<br />
en la roca, luchaba contra las potencias desatadas en el mundo exterior, y particularmente contra<br />
Wutra, que gobernaba los cielos y todos los males relacionados con los cielos. A Akha no le<br />
interesaban mucho los humanos: eran demasiado pequeños para él. Lo que deseaba eran<br />
aquellas ofrendas regulares que lo mantenían fuerte y preparado para combatir a Wutra. Una<br />
poderosa corporación eclesiástica que velaba por que esos deseos se cumpliesen, y evitar así que<br />
el desastre cayera sobre la comunidad.<br />
Los sacerdotes, aliados con la milicia, gobernaban Pannoval. No había un jefe superior, a<br />
menos que se pensara en el mismo Akha, quien, según se suponía, merodeaba por las montañas<br />
con un garrote celestial, como un gusano al acecho de Wutra y sus terribles cómplices.<br />
Esto era sorprendente para Yuli. Conocía a Wutra. Wutra era el gran espíritu a quien sus<br />
padres, Alehaw y Onesa, ofrecían plegarias en momentos de peligro. Hablaban de Wutra como<br />
de un ser benévolo, que dispensaba la luz. Y por lo que recordaba, jamás habían mencionado a<br />
Akha.<br />
Varios corredores, tan laberínticos como las leyes creadas por los sacerdotes, conducían a<br />
diferentes cámaras, cerca del Mercado. Algunas eran accesibles; en otras estaba prohibida la<br />
entrada a las gentes comunes. Nadie parecía dispuesto a hablar de las zonas prohibidas. Pero<br />
Yuli observó pronto que los malhechores eran arrastrados hacia ellas, con las manos atadas a la<br />
espalda; desapareciendo escaleras arriba en las sombras, algunos destinados al Santuario, y otros<br />
a la granja de castigo detrás del Mercado, llamada Guiño.<br />
En cierta oportunidad, Yuli entró en un estrecho pasaje interrumpido por unas escaleras<br />
que llevaban a un gran salón regular llamado Reck. En Reck había también una enorme estatua<br />
de Akha, dedicada a los juegos, representado allí junto con un animal sujeto a una cadena que<br />
colgaba del cuello del dios; en Reck se celebraban falsas batallas, exhibiciones, competencias<br />
atléticas y combates de gladiadores. Las paredes estaban pintadas de rojo con dibujos<br />
abigarrados. Gran parte del tiempo no había casi nadie allí, y las voces resonaban en el espacio<br />
vacío. Los ciudadanos con una inclinación especial a la santidad iban entonces a gemir bajo la<br />
oscura bóveda. Pero en las ocasiones especiales en que había juegos, se oía música y las gentes<br />
se apretaban en el salón.<br />
Otras importantes cavernas se abrían al Mercado. En el lado este, una red de pequeñas<br />
plazas o grandes entresuelos, subía entre escaleras de pesadas balaustradas hacia una caverna<br />
residencial llamada Vakk, en honor del río que allí nacía, profundamente enclavado en una<br />
hondonada sonora. Sobre el gran arco cíe entrada había unas elaboradas esculturas de cuerpos<br />
globulares entrelazados con olas y estrellas, aunque muchas habían sido destruidas en algún<br />
olvidado derrumbamiento.