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aldiss, brian w - heliconia primavera.pdf

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noche era bienvenida. El phagor se quitó el hielo y empezó a frotarse el brazo herido.<br />

A cierta distancia, el enemigo estaba caído de bruces entre las piedras. No habría más<br />

problemas por ese lado. Después de todo, aunque eran unos aborrecibles parásitos, había que<br />

compadecer a los Hijos de Freyr. Todos terminaban por ponerse enfermos en presencia de la<br />

raza ancipital. Era lo justo. Yhamm-Whrrmar permaneció inmóvil, dejando pasar las horas.<br />

—Eztaz enfermo y moriraz —dijo. Pero también él se sentía mal. Se rascó el cuello con la<br />

mano del brazo sano y examinó la gran zona oscura donde estaban. La negrura se desvanecía.<br />

Ya en algún punto del este se insinuaba Batalix, el buen soldado, Batalix, el padre de la raza de<br />

dos filos. Yhamm-Whrrmar se retiró a la cabaña sin techo y se echó; cerró los ojos magenta;<br />

durmió tranquilo y sin sueños.<br />

Un brillo que venía del este apareció sobre las vastas zonas inundadas, como una promesa<br />

del alba de Batalix. Batalix saldría muchas veces antes de que la inundación se retirara, porque<br />

la alimentaban los enormes caudales de agua del remoto Nktryhk. Con el tiempo las aguas se<br />

labrarían un curso regular. Más tarde los desplazamientos del suelo desviarían el río. En ese<br />

período —para el que faltaban muchos siglos— Freyr alcanzaría su máxima gloria, y esa zona<br />

abrasada sería parte del Desierto de Madura, ocupado por naciones que aún eran parte de un<br />

invisible futuro. Mientras el hombre y el phagor dormían, ninguno de ellos podía saber que la<br />

corriente de agua pasaría junto a esa isla minúscula durante muchas generaciones. La<br />

inundación era temporal, sí; pero duraría otros doscientos años de Batalix.

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