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—Los dolores vienen más a menudo.<br />
Oyre bajó desnuda de la cama, se puso una túnica larga y se acercó a su amiga, cuyo rostro<br />
pálido apenas podía distinguir.<br />
—¿Quieres que llame a Ma Escantion?<br />
—Todavía no. Hablemos. —Dol extendió una mano, y Oyre la tomó.— Eres una buena<br />
amiga, Oyre. Aquí, acostada, pienso en esas cosas. Tú y Vry... ya sé qué pensáis de mí. Las dos<br />
amables, y sin embargo tan distantes. Vry es tan insegura, y tú tan segura, siempre...<br />
—Eso es exactamente al revés.<br />
—Quizás, nunca entendí bien... La gente abandona terriblemente a los demás, ¿no es cierto?<br />
Espero no abandonar al niño, nunca. Yo sé que le fallé a tu padre. Ahora él me falla...<br />
Imagínate, no está conmigo, esta noche entre todas las noches...<br />
El postigo volvió a golpear en el piso inferior. Las mujeres se abrazaron. Oyre puso una<br />
mano sobre el vientre hinchado de su amiga.<br />
—Estoy segura de que no se ha ido con Shay Tal, si eso es lo que temes.<br />
Dol se acomodó sobre los codos y respondió, apartándose de Oyre: —A veces no puedo<br />
soportar mis propios sentimientos... Prefiero este dolor. Sé que no valgo ni la mitad. Pero yo<br />
dije sí y ella dijo no; y eso también cuenta. Siempre he dicho sí, y sin embargo, él no está aquí<br />
conmigo... No creo que me haya querido nunca...<br />
Se echó a llorar de repente, con tanta fuerza que le saltaron las lágrimas. Brillaron a la luz<br />
vacilante y ella se volvió y ocultó la cara en el amplio pecho de Oyre.<br />
El postigo sonó mientras el viento aullaba, hosco.<br />
—Deja que envíe a la esclava en busca de Ma Escantion, cielo —dijo Oyre. Ma Escantion<br />
era la encargada de atender los partos desde que la madre de Dol se había vuelto vieja y<br />
decrépita.—Todavía no, todavía no. —Poco a poco las lágrimas dejaron de brotar. Dol suspiró<br />
profundamente.— Hay bastante tiempo. Tiempo para todo. —Oyre se puso de pie,<br />
envolviéndose en la túnica, y bajó descalza para asegurar el postigo. Recibió en la cara una<br />
ráfaga del viento del sur; aspiró con gratitud. El ruido inmemorial de Embruddock, las voces de<br />
los gansos, llegó hasta ella, mientras las aves se guarecían detrás de una cerca.<br />
—¿Y por qué yo estoy sola? —preguntó a la oscuridad.<br />
Sintió el olor acre del humo mientras corría el cerrojo. Un edificio vecino ardía aún,<br />
recordando la locura pública de ese día.<br />
Cuando regresó a la destartalada habitación, Dol estaba sentada, secándose la cara.<br />
—Será mejor que hagas llamar a Ma Escantion, Oyre. El futuro señor de Embruddock está a<br />
punto de nacer. Oyre la besó en la mejilla. Las dos mujeres estaban pálidas y con los ojos muy<br />
abiertos.<br />
—Volverá pronto. Los hombres son tan... poco dignos de confianza...<br />
Salió rápidamente a llamar a una esclava.<br />
El viento que había golpeado el postigo en casa de Oyre venía de muy lejos, y sólo se<br />
extinguiría entre los dientes de caliza de los Quzints. Había nacido en las insondables<br />
extensiones del mar que los futuros navegantes llamarían Ardiente. Se movió luego a lo largo<br />
del ecuador, hacia el oeste, ganando velocidad y haciéndose más húmedo, hasta que tropezó con<br />
la gran barrera del Escudo Oriental de Campannlat, el Nktryhk, donde se dividió en dos vientos.<br />
La corriente aérea del norte rugió en el golfo de Chalce y se agotó al fundir las heladas<br />
<strong>primavera</strong>les de Sibornal. La corriente sur giró en las alturas de Vallgos, primero sobre el mar<br />
de Cimitarra y luego sobre la parte norte del mar de las Águilas; sopló, con olor a pescado sobre<br />
las tierras bajas entre Keevasien y Ottasol. Aulló sobre un desierto que un día sería el gran país<br />
de Borlien, suspiró en Oldorando, moviendo el postigo de Oyre, y siguió adelante, sin detenerse<br />
a escuchar los primeros gritos del hijo de Aoz Roon.<br />
Esta cálida corriente de aire traía consigo aves, insectos, esporas, polen y microorganismos.<br />
Pasó en unas pocas horas, y fue olvidada casi enseguida; sin embargo, contribuyó a alterar las<br />
cosas que habían sido.<br />
Mientras soplaba, llevó algún consuelo a un hombre incómodamente sentado en las ramas de<br />
un árbol. El árbol crecía en una isla, en el centro de un torrente que se convertía con rapidez en<br />
un afluente del río Takissa. El hombre tenía una pierna lastimada y había tratado de ponerse a<br />
salvo trepando trabajosamente al árbol.