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demasiado profunda para que Aoz Roon pudiera medirla. Entre las ramas había cañas, hierbas y<br />
pajas. Tan abrumado se sentía que ignoró esta prueba de una reciente inundación.<br />
El borde inferior de Batalix, que continuaba devorando a Freyr, ardía con un fuego plateado.<br />
Luego también Batalix fue eclipsado por las nubes oscuras que venían del este. La lluvia llegó y<br />
castigó con una fuerza creciente la vegetación cenicienta. Aoz Roon, con la cabeza gacha,<br />
continuó avanzando. La lluvia silbaba entre el follaje. Wutra mostraba su odio.<br />
Aoz Roon espoleó al miela, salió de la espesura, y se detuvo; la densa hierba gorgoteaba bajo<br />
los cascos. Eline Tal se acercó lentamente desde atrás. La lluvia arreciaba y corría por la piel de<br />
los animales hasta el suelo. Mirando por debajo de las mojadas cejas, el señor de Embruddock<br />
vio que el terreno se elevaba a un costado, y que había árboles sobre un barranco rocoso. En la<br />
base habían construido una especie de refugio con piedras partidas. Más allá había una zona<br />
cenagosa, atravesada por cursos de agua. La lluvia hacía borrosa la escena; incluso el contorno<br />
del refugio era indistinto, aunque Aoz Roon alcanzó a ver las figuras que estaban de pie en la<br />
entrada.<br />
Las figuras estaban inmóviles. Miraban. Tenían que haber estado allí desde mucho antes de<br />
que él las viera. Cuajo se detuvo, gruñendo.<br />
Sin volverse, Aoz Roon le indicó a Eline Tal que se acercara.<br />
—Malditos peludos —dijo Eline Tal, casi con alegría.<br />
—Odian el agua. Tal vez la lluvia los retenga donde están. No dejes de moverte.<br />
No se volvería ni mostraría miedo. Quizá era imposible atravesar la ciénaga. Lo mejor sería<br />
subir la pendiente. Una vez arriba —si los phagors los dejaban llegar— podrían alejarse con<br />
rapidez. No llevaba otras armas que una daga en el cinturón.<br />
Los dos hombres avanzaban hombro contra hombro, y el perro gruñía continuamente entre<br />
ellos. La cuesta era demasiado abrupta y tenían que subir por un costado. A causa de la<br />
oscuridad, era difícil estar seguro de nada; parecía que sólo cinco o seis monstruos se<br />
agazapaban en el miserable refugio. Más atrás había dos kaidaws, sacudiendo las cabezas para<br />
quitarse las gotas de agua, entrechocando ocasionalmente los cuernos; los retenía un esclavo,<br />
humano o protognóstico, que observaba apáticamente a Aoz Roon y Eline Tal.<br />
Sobre el techado de la construcción había dos aves vaqueras apretujadas. Otras dos se<br />
disputaban, en el suelo, una pila de excrementos de kaidaw. Una quinta, a cierta distancia, sobre<br />
una roca, destrozaba y devoraba un animalito que había capturado.<br />
Los phagors no se movieron.<br />
Los dos grupos estaban a tiro de piedra, y los mielas acomodaban ya el paso a la pendiente<br />
cuando Cuajo se apartó de Gris y se lanzó ladrando con furia hacia el refugio.<br />
La reacción de Cuajo precipitó el avance de los phagors. Salieron del refugio e iniciaron el<br />
ataque. Como tantas veces, parecía que necesitaban un pinchazo para poder actuar, corno si el<br />
sistema nervioso fuera en ellos inerte por debajo de cierto nivel de estímulo. Al verlos<br />
adelantarse a la carrera, Aoz Roon gritó una orden, y junto con Eline Tal espolearon las<br />
cabalgaduras cuesta arriba.<br />
El camino era traicionero. Los árboles jóvenes no eran más altos que un hombre y el follaje<br />
de las copas se abría como sombrillas. Era necesario cabalgar con la cabeza gacha. Las piedras<br />
puntiagudas del suelo eran un riesgo permanente para las patas de los mielas. Había que guiar<br />
con cuidado si no querían pisar en falso. Atrás se oían ruidos de persecución. Una lanza pasó al<br />
lado de los fugitivos, y se hundió en el suelo, pero eso fue todo. Más amenazantes eran el ruido<br />
de los kaidaws que se aproximaban y los gritos guturales de los jinetes. En terreno llano, un<br />
kaidaw podía superar a un miela. Entre los árboles bajos, el kaidaw estaba en desventaja. Los<br />
dos velludos monstruos blancos montados se iban rezagando; ambos alzaban los antebrazos<br />
enormes delante de las cabezas, para evitar el azote de las ramas bajas. Llevaban lanzas en la<br />
mano libre, contra el flanco de los kaidaws, y dominaban a los animales con las rodillas y los<br />
pies córneos. Los phagors de a pie sólo habían llegado a la base de la loma, y no eran aún una<br />
amenaza.<br />
—Los peludos nunca abandonan —dijo Aoz Roon—. ¡Vamos, Gris!<br />
Avanzaron a galope tendido, pero los phagors no cejaban.<br />
La lluvia amainó y volvió a arreciar. Los árboles chorreaban. El suelo era llano, pero más<br />
pedregoso.