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Por encima y más lejos de esa montaña se erguían otras, más sólidas, de duradero basalto,<br />
con los flancos excoriados por los pasados siglos invernales. Parecía que no tuviesen ninguna<br />
relación con las tierras de alrededor, aunque estaban salpicadas por el amarillo, el blanco y el<br />
anaranjado de las pequeñas flores de la meseta, cuyos colores se percibían distintamente incluso<br />
a millas de distancia.<br />
Por encima de las montañas de basalto había otras cumbres, desnudas, azules, terribles.<br />
Como para demostrar a todas las cosas vivientes que el mundo no tenía fin, esas cumbres<br />
permitían vislumbrar otros objetos: tierras altísimas y lejanísimas que mostraban los dientes<br />
como una procesión de picos. Eran los bastiones de la materia, y se alzaban donde comenzaban<br />
los fríos tremendos de la tropopausa.<br />
La aguda visión de los madis examinó esta escena, descubriendo unos pequeños puntos<br />
blancos entre los caspiarnos más próximos, los altos desfiladeros de las montañas, y en el lejano<br />
afluente. Los madis identificaron correctamente esos puntos blancos como aves vaqueras.<br />
Donde había aves vaqueras había phagors. Las aves vaqueras señalaban el avance del ejército de<br />
Hrr-Brahl Yprt, a lo largo casi de tantas millas como las que ellos podían ver. No se observaba<br />
un solo phagor; sin embargo, ese imponente panorama ocultaba probablemente unos diez mil.<br />
Mientras los madis reposaban y miraban, empezaron a rascarse, primero unos, luego otros,<br />
suavemente al principio. Pero el escozor se hizo más violento a medida que los cuerpos se<br />
enfriaban, y pronto empezaron a rodar por el suelo, jurando, gritando doloridos cuando el sudor<br />
penetraba en las picaduras que les moteaban todo el cuerpo. Se enroscaron como bolas,<br />
rascándose con manos y pies. Ese frenético escozor ya los había asaltado a intervalos desde el<br />
momento en que habían sido capturados por los phagors.<br />
Mientras se rascaban las entrepiernas o las axilas, mientras metían las uñas en la densa<br />
pelambre, no pensaban en la causa y el efecto, y en ningún momento atribuyeron la erupción a<br />
las garrapatas de los phagors.<br />
Esas garrapatas eran generalmente inocuas, o al menos sólo provocaban en los humanos y<br />
los protognósticos una fiebre o una erupción que desaparecían a los pocos días. Pero el<br />
equilibrio térmico cambiaba mientras Heliconia se acercaba a Freyr. Las ixodidas se<br />
multiplicaban; la garrapata hembra pagaba tributo al gran Freyr en millones de huevos.<br />
Muy pronto, esa garrapata insignificante, tan corriente que pasaba inadvertida, sería el<br />
portador de un virus que causaba la llamada fiebre de los huesos, y por ella el mundo cambiaría.<br />
Ese virus iniciaba una fase activa en la <strong>primavera</strong> del gran año de Heliconia, en el momento<br />
de los eclipses. Cada <strong>primavera</strong>, la población humana padecía la fiebre de los huesos; sólo podía<br />
tener esperanzas de supervivencia, aproximadamente, la mitad de la población. El desastre era<br />
tan generalizado, de efectos tan amplios, que casi parecía que se hubiera borrado a sí mismo de<br />
los precarios anales que se llevaban.<br />
Mientras los madis rodaban y se rascaban sobre la hierba, no pensaron en el terreno que<br />
tenían enfrente.<br />
Allí, lejos del calor del valle, crecían unas hierbas lozanas entre matorrales de una planta<br />
densa y retorcida llamada chotapraxi, de tronco hueco que se endurecía con el tiempo. Hombres<br />
de ropas ligeras, con altas botas de chotapraxi, con cuerdas en las manos, se precipitaron sobre<br />
los madis.<br />
Los dos madis que habían quedado más abajo aprovecharon la oportunidad y huyeron,<br />
aunque así volvían a aproximarse a las columnas de los phagors. Los hombres apresaron a los<br />
otros cuatro. El breve y agotador período de libertad había concluido. Esta vez los que<br />
mandaban eran seres humanos. Los madis serían desde entonces una parte minúscula de otro<br />
acontecimiento cíclico: la expansión de Sibornal hacia el sur.<br />
Involuntariamente, se habían unido al ejército colonizador del sacerdote guerrero<br />
Festibariyatid. Poco importaba esto a los Caathkarnit y a los otros dos madis, encorvados como<br />
estaban bajo el peso de las cargas que les habían puesto encima. Los nuevos amos los obligaron<br />
a avanzar. Tropezando, y todavía rascándose, a pesar de las desdichas más recientes, se<br />
encaminaron hacia el sur.<br />
Mientras bordeaban el gran tazón por la derecha, Freyr se elevó en el cielo. Todas las cosas<br />
echaron una segunda sombra, que se acortaba a medida que el sol subía hacia el cenit.<br />
El paisaje parecía tembloroso. La temperatura aumentaba. Las insignificantes garrapatas