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aldiss, brian w - heliconia primavera.pdf

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criaturas volaron en círculos mientras los phagors las miraban sin saber qué hacer. Luego los<br />

monstruos iniciaron el vuelo nupcial.<br />

Tomaron direcciones opuestas, uno hacía el norte distante, otro hacia el lejano sur,<br />

obedeciendo a las misteriosas y musicales octavas de aire, de pronto poderosos, magníficos. Los<br />

largos cuerpos finos ondulaban en la atmósfera. Ganaron altura, alzándose por encima de los<br />

límites del valle. Y luego desaparecieron; habían ido a emparejarse en los remotos polos<br />

opuestos. Ambas criaturas habían olvidado las existencias anteriores, aprisionadas durante<br />

siglos en la tierra hibernal.<br />

Murmurando, los phagors se ocupaban de asuntos más inmediatos. Miraron alrededor. Allí<br />

estaba el kaidaw ramoneando plácidamente la hierba. Los madis habían desaparecido.<br />

Aprovechando la oportunidad, los protognósticos habían huido al bosque.<br />

Los madis se acoplaban en general para toda la vida, y es raro que un viudo o una viuda<br />

volviera a unirse; por lo común, cierta profunda melancolía acababa con el sobreviviente de la<br />

pareja. Los fugitivos eran tres hombres y sus mujeres. La pareja mayor —por pocos años— se<br />

llamaba Caathkarnit, nombre que tenían desde el tiempo de la unión. Pero cada uno de ellos se<br />

distinguía como Caathkarnit-él y Caathkarnit-ella.<br />

Los seis eran delgados y de baja estatura, y de color oscuro. Los protognósticos<br />

trashumantes, una de cuyas tribus eran los madis, no eran muy diferentes de los seres humanos.<br />

Los labios, abultados a causa de la formación de los huesos craneanos y la disposición de los<br />

dientes, les daban una expresión de avidez. Tenían ocho dedos en cada mano, cuatro y cuatro<br />

opuestos, que se cerraban con fuerza sorprendente, y en los pies tenían también cuatro dedos<br />

delante y cuatro detrás del talón.<br />

Corrían, alejándose del lugar donde estaban los phagors, a un trote regular que podían<br />

mantener durante horas si era necesario.<br />

Avanzaban en doble fila, los Caathkarnit al frente, luego la pareja que les seguía en edad,<br />

luego la otra, a través de bosques y ciénagas. Algunos animales salvajes, sobre todo venados,<br />

huían precipitadamente ante ellos. En una ocasión, un jabalí. Corrían sin pausa.<br />

Iban aproximadamente hacia el oeste; el recuerdo de las ocho semanas de cautividad les daba<br />

fuerzas. Bordeando las zonas inundadas, trepaban para salir del gran cuenco de tierra. Hacía<br />

menos calor. El largo camino en pendiente los agotaba. El trote se convirtió en paso rápido.<br />

Sentían un escozor ardiente en la piel. Continuaban con las cabezas bajas, respirando<br />

penosamente por la boca y la nariz, y de vez en cuando trastabillaban sobre el áspero terreno.<br />

Finalmente, los dos últimos rodaron por el suelo apretándose el estómago. Los cuatro<br />

compañeros alzaron los ojos y vieron que casi habían llegado a la cumbre de la elevación; se<br />

podía esperar que más allá la tierra fuera plana. Continuaron, inclinados hacia adelante, para<br />

dejarse caer apenas llegaran a la llanura. Respiraban con mucho trabajo.<br />

Desde allí pudieron mirar hacia atrás, a través del aire de una claridad sobrenatural. Un poco<br />

más abajo los dos compañeros exhaustos yacían en la parte superior de un enorme tazón de<br />

tierra. Los lados de ese tazón estaban marcados por las hondonadas de los torrentes. Estos<br />

alimentaban un río serpentino suficientemente nuevo como para que algunos árboles todavía<br />

sobresalieran en medio de las aguas. La corriente se estancaba en los sitios donde se juntaban<br />

troncos y otros materiales arrastrados. El río se perdía de vista girando más allá de un repliegue<br />

montañoso.<br />

El aire estaba lleno de ruidos de agua. Podían ver el lugar de los grandes rajabarales<br />

cóncavos. En alguna parte, entre ellos, estaban los phagors de los que habían huido. Detrás de<br />

los rajabarales, del otro lado del tazón, unos bosques jóvenes cubrían los barrancos. Los árboles<br />

eran en general de color verde oscuro y crecían en hileras, punteadas de vez en cuando por unos<br />

árboles de brillante follaje dorado, que los madis llamaban caspiarnos; en épocas de hambre se<br />

podían comer los brotes amargos.<br />

Pero el paisaje no terminaba en los bosques. Más allá se veían riscos desmoronados, por<br />

donde hombres o animales podían intentar un azaroso descenso. Esos riscos eran parte de una<br />

montaña de contornos redondeados y se extendían de un lado al otro del panorama. La roca<br />

blanda de la base estaba partida en quebradas, cubiertas de vegetación. Donde la vegetación era<br />

más densa, y la dislocada configuración de la montaña parecía más espectacular, brillaba un<br />

torrente espumoso que irrumpía en el valle por una estrecha quebrada.

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