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caído en la telaraña tejida por Freyr.<br />
—Cuernos en alto —dijo el conejo de las nieves—. Recuerda las enemistades, desconfía de<br />
la llegada del verde, riégalo con el líquido rojo de los Hijos de Freyr, que han traído el verde y<br />
han expulsado el blanco.<br />
También apareció el queratinoso padre, apenas mayor, inclinándose ante su hijo y<br />
despertándole en el pálido guarnés una secuencia de imágenes.<br />
Allí, ante sus ojos cerrados, estaba el mundo, y las tres partes bombeaban. Del vapor<br />
brotaban las hebras amarillas de las octavas de aire, retorciéndose como largas cintas y<br />
envolviendo los puños apretados, y los puños apretados de los mundos vecinos, y también del<br />
amado Batalix y la forma de araña de Freyr. Unas cosas como piojos corrían por las cintas,<br />
quejándose con una nota aguda.<br />
Hrr-Brahl Yprt agradeció a su padre las imágenes que le fluctuaban en el guarnés. Las había<br />
visto antes, muchas veces. Todos los presentes estaban familiarizados con ellas. Tenían que<br />
repetirse. Eran las piedras de imán de la cruzada. Si las luces no se repetían, se debilitaban hasta<br />
apagarse, dejando el cráneo como una caverna remota atestada de cadáveres de serpientes.<br />
Mediante la repetición se comprendía con claridad que las necesidades de un phagor eran las<br />
necesidades de ese mundo que quienes habían partido llamaban Hrl-Ichor Yhar. Ahora había<br />
imágenes de los Hijos de Freyr. Cuando los colores de las octavas de aire brillaban, los Hijos<br />
caían por tierra, enfermos, o muertos, o transformados y de menor tamaño. Ese tiempo había<br />
venido antes. Ese tiempo vendría pronto. El pasado y el futuro eran el presente. Eso ocurriría<br />
cuando Freyr quedara totalmente oculto detrás de Batalix. Y ése sería el momento de atacar, a<br />
todos, y en particular a aquellos cuyos antepasados habían asesinado al gran kzahhn Hrr-Tryhk<br />
Hrast.<br />
Recuerda. Sé valiente, sé implacable. No te desvíes una pulgada del programa, transmitido a<br />
través de incontables ancestros.<br />
Había una fragancia de viejos días, lejana, rancia, y verdadera. Alcanzó a ver la hueste<br />
angélica de los predecesores, que devoraban los prístinos campos de hielo. Millones de giros de<br />
aire marchaban sin detenerse, jamás silenciosos.<br />
Recuerda. Prepárate para la próxima etapa. Cuernos en alto.<br />
El joven kzahhn salió lentamente del trance. La blanca ave vaquera se le había posado en el<br />
hombro izquierdo. Le deslizó el pico curvo entre el pelaje y los pliegues de los hombros, y el<br />
ave empezó a devorar las garrapatas que allí se arracimaban. El cuerno sonó otra vez, y la<br />
fúnebre nota pasó por encima del río glacial.<br />
Esa nota melancólica fue escuchada a cierta distancia, donde un grupo de phagors estaba<br />
separado del cuerpo principal. Eran ocho, dos estalones y seis gillotas. Tenían un viejo kaidaw<br />
rojo, que ya no se podía montar, y que llevaba armas y provisiones. Unos días antes, cuando<br />
Batalix imperaba auspicioso en el cielo, habían capturado a seis hombres y mujeres rnadis que<br />
llevaban unos pocos animales y eran la retaguardia de una caravana migratoria que iba hacia el<br />
istmo de Chalce. Los animales habían sido inmediatamente cocidos y comidos, después del<br />
correcto mordisco en el cuello.<br />
Los infortunados protognósticos, atados juntos, fueron obligados a marchar a retaguardia.<br />
Pero como los madis avanzaban con dificultad, y el grupo se había demorado en el festín, se<br />
encontraban ahora lejos de la cruzada, en el lado inadecuado de un arroyo que pronto se<br />
convirtió en torrente. Llovió en las sierras, el torrente creció y quedaron aislados. Esa noche de<br />
Batalix los ocho phagors acamparon en un lugar sombrío, debajo de unos altos rajabarales, y<br />
amarraron a los protognósticos a un árbol delgado. Allí los dejaron dormir, en un montón. Los<br />
phagors se echaron de espaldas muy cerca; las aves vaqueras se les posaron sobre los pechos,<br />
con las cabezas y los picos hundidos en el pelaje tibio de la garganta. Los phagors pasaron<br />
inmediatamente a un inmóvil reposo sin sueños, como si se prepararan para el estado de brida.<br />
Los despertaron los chillidos de las aves vaqueras y los gritos de los madis. Los madis,<br />
aterrorizados, se habían desatado del árbol y habían caído sobre los captores, buscando<br />
protección contra una amenaza más grave.<br />
Uno de los rajabarales se partía. En el aire vibraba el ruido de la destrucción.<br />
Aparecían grietas verticales, y una oscura savia castaña brotaba en ellas como pus. El vapor<br />
del árbol envolvía la cosa que emergía retorciéndose.