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—dijo Hrr-Brahl Yprt a los comandantes—. Los exploradores se adelantarán en direcciones<br />
divergentes buscando un paso; las octavas de aire los guiarán.<br />
Silbó al ave vaquera, que se puso a buscar garrapatas en el pelaje del phagor. No le<br />
importaban mucho, porque el kzahhn tenía otras cosas en el guarnés; pero las diminutas<br />
criaturas se habían vuelto bruscamente irritantes. Quizá la causa era el calor del valle. Unos<br />
muros verdes crecían en todas direcciones, atrapando el calor importuno como agua en el hueco<br />
de las manos. Pronto estaría sobre ellos la tercera ceguera. Y más tarde tendría que regresar a<br />
zonas más frías.<br />
Pero antes, la venganza.<br />
Alejó con un ademán al gracioso Zzhrrk, y se alejó un trecho tratando de comprender la<br />
totalidad de la situación. Mientras, el ave permanecía sobre él, con ocasionales aletazos.<br />
Podían esperar allí a que se reagrupase el resto de las fuerzas, extendidas a lo largo de doce<br />
millas. Se izaron las banderas y soltaron a los kaidaws que se pusieron a pastar. Los esbirros<br />
levantaron tiendas para los jefes. Se prepararon comidas y rituales.<br />
Mientras Batalix y el traicionero Freyr pasaban sobre el campamento, el kzahhn de Hrastyprt<br />
entró en la tienda, quitándose la corona facial. Adelantó la larga cabeza entre los hombros<br />
robustos e inclinó hacia adelante el tonel del cuerpo, adelgazado por las penurias del viaje.<br />
Las largas pestañas descendieron, y miró con ojos rojos y entornados a lo largo de la curva<br />
de la nariz, a las cuatro fillockas. Dentro de la tienda, se rascaban o jugueteaban mientras<br />
esperaban la llegada del estalón.<br />
Zzhrrk penetró por la abertura de la tienda, pero Hrr-Brahl Yprt la alejó. El ave aleteó,<br />
perdiendo el equilibrio, y aterrizó torpemente, antes de salir andando de la tienda. Hrr-Brahl<br />
Yprt dejó caer un tapiz, cerrando la entrada. Empezó a quitarse la armadura, la chaqueta sin<br />
mangas, el cinturón, el bolso, mientras miraba a las cuatro novias, pasando de una a otra la<br />
mirada imperiosa. Olisqueó el aire.<br />
Las fillockas, inquietas, se rascaban o se ajustaban las largas túnicas blancas para que él<br />
pudiese verles las ubres. Las plumas de águila que llevaban en la cabeza se inclinaron hacia él.<br />
Las hembras resoplaron y una lecha pálida les asomó de pronto en los ollares.—¡Tú! —dijo,<br />
señalando a la única hembra que estaba plenamente en celo. Mientras las otras retrocedían y se<br />
echaban en la parte posterior, la elegida volvió la espalda al joven kzahhn y se agachó. Él se<br />
acercó; hundió los tres dedos profundamente en la carne que se le ofrecía, y se los secó en la<br />
piel negra del hocico. Sin más demora, se apoyó contra ella, poniéndola en cuatro patas. Luego,<br />
lentamente, ella se inclinó todavía más hasta apoyar la frente ancha sobre la alfombra.<br />
Concluida la incursión, las demás fillockas se adelantaron trotando a husmear a la hermana,<br />
y Hrr-Brahl Yprt se colocó la armadura y salió de la tienda. Pasarían tres semanas antes de que<br />
el interés sexual del phagor se reavivara otra vez.<br />
El comandante Yohl-Gharr Wyrrijk lo esperaba estólidamente. Muy tiesos, se miraron a los<br />
ojos. Yohl-Gharr Wyrrijk señaló el cielo.<br />
—Se acerca el día —dijo—. Las octavas son cada vez más angostas.<br />
El kzahhn alzó la cabeza y movió el puño para que las aves vaqueras despejaran el cielo.<br />
Miró al usurpador Freyr, viendo que cada día se acercaba más a Batalix, como una araña sobre<br />
la tela. Pronto, muy pronto, Freyr quedaría oculto en el vientre del enemigo. Entonces los<br />
ejércitos habrían llegado a la meta. Golpearían, y matarían a toda la progenie de Freyr que vivía<br />
en donde habían matado al noble abuelo de Hrr-Brahl Yprt; y luego incendiarían la ciudad y la<br />
borrarían de la memoria. Sólo entonces él y sus seguidores lograrían un honroso estado de brida.<br />
Estos pensamientos se les arrastraban por los guarneses como el lento goteo de las estalactitas,<br />
que estallan y se deshacen empapando el suelo. —Los dos seminales —gruñó.<br />
Entonces un esclavo humano hizo sonar el cuerno de pinzasaco y otros trajeron las figuras<br />
queratinosas del padre y del bisabuelo estalón. El joven kzahhn observó que el largo viaje había<br />
deteriorado las figuras, a pesar de que las habían cuidado en todo momento. Humildemente,<br />
mientras los ejércitos se reunían junto al río, Hrr-Brahl Yprt entró en trance. Todos quedaron<br />
absolutamente inmóviles, de acuerdo con su naturaleza, como si se hubieran congelado en un<br />
océano de aire.<br />
Apareció la imagen del bisabuelo, no mayor que un conejo de las nieves, corriendo a cuatro<br />
patas, como habían hecho los phagors en los tiempos antiguos, cuando Batalix aún no había