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decisión de su amiga le había iluminado el corazón, aunque también había sentido un cierto<br />
desdén.<br />
Cuatro mujeres se marchaban con ella: Maysa Latra, Amin Lim, y dos discípulas más<br />
jóvenes, devotas participantes de la academia. Todas iban montadas y acompañadas por un<br />
esclavo castrado a pie, Hamadranabil, que conducía dos mielas cargados y un par de perros<br />
salvajes de caza con collares de púas.<br />
Otras personas, mujeres y algunos ancianos, seguían la procesión; se despedían, o daban<br />
consejos, serios o jocosos, según la fantasía de cada uno.<br />
Laintal Ay y Oyre esperaban junto a la puerta para ver por última vez a Shay Tal; estaban<br />
juntos pero evitaban mirarse.<br />
Del otro lado de la puerta estaba Aoz Roon, de pie, envuelto en las pieles negras, los brazos<br />
cruzados, el mentón hundido en el pecho. Junto a él, al cuidado de Eline Tal, estaba Gris, que<br />
por una vez no parecía más alegre que el amo. Detrás del jefe silencioso había varios hombres<br />
de rostros graves y con las manos metidas en las axilas.<br />
Cuando apareció Shay Tal, Aoz Roon trepó de un salto a la silla y avanzó con lentitud, no<br />
hacia ella sino en una dirección convergente, de modo que, si continuaban marchando sin<br />
desviarse, ambos se encontrarían un poco más adelante, donde comenzaban los árboles.<br />
Freyr estaba todavía escondido entre las nubes tempranas, de modo que no había color en el<br />
mundo.<br />
El terreno se elevaba, el sendero se hacía más estrecho, los árboles crecían más próximos.<br />
Shay Tal y los otros llegaron a un pliegue donde se interrumpían los árboles y empezaba un<br />
pantano. Las ranas escaparon chapoteando mientras el grupo se acercaba. Los mieles pisaban<br />
con cuidado, lentamente, y alzaban disgustados los cascos, sacando a la superficie el fango<br />
amarillo que se apelmazaba debajo del agua.<br />
Del otro lado de la ciénaga, los árboles obligaron a los jinetes a acercarse más. Como si hasta<br />
entonces no hubiera visto a Aoz Roon, Shay Tal le dijo con voz clara:<br />
—No es necesario que me sigas.<br />
—No te sigo, señora; te guío. Quiero que salgas sana y salva de Oldorando. Es un honor que<br />
se te debe.<br />
No dijeron nada más. Continuaron hasta llegar por fin a una elevación cubierta de arbustos.<br />
Desde la parte superior partía un limpio sendero de mercaderes que corría hacia el norte, hacia<br />
Chalce y la lejana —nadie sabía cuan lejana— Sibornal. En la ladera descendente crecían otra<br />
vez los árboles. Aoz Roon llegó primero a la cresta y allí, con el rostro inexpresivo, detuvo a<br />
Gris a un lado del camino mientras las mujeres se acercaban. Shay Tal refrenó a Lealtad y se<br />
aproximó con la cara compuesta y brillante.<br />
—Te agradezco que hayas venido hasta aquí.<br />
—Que tengas buen viaje —dijo él formalmente, bien erguido y ahuecando el vientre—.<br />
Observarás que nadie ha intentado impedir que nos abandones. La voz de Shay Tal se hizo más<br />
dulce: —No volveremos a vernos; de ahora en adelante estaremos muertos el uno para el otro.<br />
¿Hemos arruinado mutuamente nuestras vidas, Aoz Roon?<br />
—No sé de qué hablas.<br />
—Sí lo sabes. Esta lucha empezó cuando éramos niños. Dime una palabra, amigo, ahora que<br />
me voy. No seas orgulloso, como he sido yo siempre; no ahora.<br />
Él apretó los labios y la miró en silencio.<br />
—Por favor, Aoz Roon, dime la verdad. Sé muy bien que te he rechazado con demasiada<br />
frecuencia.<br />
Aoz Roon asintió.<br />
—Tú has dicho la verdad.<br />
Ella lo miró ansiosamente; luego espoleó al miela, que se adelantó un paso, de modo que<br />
ambas cabalgaduras se tocaban.<br />
—Ahora que me marcho para siempre, dime solamente... que aún sientes en tu corazón lo<br />
que sentías antes, cuando éramos jóvenes.<br />
El emitió una risa nasal.<br />
—Estás loca. Nunca has comprendido la realidad. Estabas demasiado encerrada en ti misma.<br />
Nada siento por ti ahora, ni tú por mí, aunque lo ignores.