aldiss, brian w - heliconia primavera.pdf

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humo. Shay Tal se miró el cuerpo reseco y les dijo adiós con la cabeza. Batalix se había puesto y la noche verdadera comenzaba a caer. Los mercaderes acudían a Oldorando en cantidades crecientes, y desde todos los puntos de la brújula. El importante comercio de sal procedía del norte y del sur, y se llevaba a cabo por medio de rebaños de cabras. Ahora había una ruta regular hacia el oeste a través de la pradera, recorrida por los mercaderes de Kace, que traían cosas llamativas como joyas, vidrio de color, juguetes plateados, instrumentos musicales, y también caña de azúcar y frutas exóticas; preferían la moneda al trueque, pero en Oldorando no había moneda, de modo que aceptaban hierbas, pieles, y granos. A veces los hombres de Kace utilizaban pinzasacos como bestias de carga, pero esos animales se hacían más raros a medida que aumentaba la temperatura. Todavía venían sacerdotes y comerciantes de Borlien, aunque habían aprendido tiempo atrás a temer al traicionero vecino del norte. Vendían volantes y cuartillas que narraban historias tremendas en verso rimado, y también sartenes y ollas de metal de buena calidad. Desde el este, y por distintos caminos, venían muchos mercaderes, y a veces caravanas. Unos hombrecillos oscuros, que esclavizaban a phagors y madis, seguían unas rutas regulares en las que Oldorando era sólo una estación de paso. Traían adornos delicadamente tejidos que las mujeres de Oldorando apreciaban. Se rumoreaba que algunas de estas mujeres acompañaban a veces a los hombres oscuros; era indudable que los orientales comerciaban con muchachas madis, que eran hermosas pero languidecían encerradas en las torres. De cualquier modo, y aunque de mala reputación, eran tolerados a causa de las mercancías que traían: no sólo adornos, sino también tapices, manteles, alfombras, chales, como no se habían visto nunca en Oldorando. Todos los viajeros necesitaban alojamiento. Los campamentos eran una molestia. Los esclavos de Oldorando trabajaron para construir un barrio separado, al sur de las torres, conocido irónicamente como Pauk. Allí se efectuaba todo el comercio; en las callejuelas, los mercaderes en pieles y en cualquier otro género hacían sus negocios, cerca de los establos y las casas de comida del barrio. Durante cierto tiempo, se prohibió la entrada de los comerciantes a la verdadera Oldorando. Pero crecieron en número, y algunos se establecieron en la ciudad, importando artes y vicios. También los oldorandinos aprendían las artimañas del comercio. Mercaderes de iniciación reciente abordaban a Aoz Roon y pedían concesiones especiales, como el derecho de acuñar moneda. Este asunto les preocupaba más que los problemas con la academia, que consideraban una pérdida de tiempo. Un grupo de comerciantes de Oldorando, en número de seis, cómodamente montados en mielas, regresaba a la ciudad después de una expedición provechosa. Al alba de Freyr, se detuvieron en una colina al norte, cerca del terreno de los brassimipos, desde donde podían ver las afueras de la ciudad, congeladas en la luz gris. El aire estaba tan quieto que unas voces lejanas llegaban hasta ellos. —Mirad —exclamó uno de los jóvenes mercaderes, protegiéndose los ojos con las manos para ver mejor—. Hay un alboroto cerca de la puerta. Sería mejor que tomáramos otro camino. —No serán peludos, ¿verdad? Todos clavaron los ojos. A lo lejos podía verse un grupo de hombres y mujeres que salían de la ciudad. En cierto punto, parte de ellos se detuvo con indecisión, de modo que el grupo se dividió en dos. Los demás continuaron avanzando. —No parece nada importante —dijo el joven mercader, espoleando el miela. En Embruddock lo esperaba una mujer a quien tenía muchas ganas de encontrar, y llevaba una nueva chuchería para ella en el bolsillo. La partida de Shay Tal no significaba nada. Pronto se elevó Batalix, que sobrepasó a su compañero celeste. El frío, la mañana descolorida que amenazaba lluvia, la sensación de aventura, todo hacía que ella se sintiera incorpórea. Sin ninguna emoción, abrazó a Vry en una muda despedida. La criada, Maysa Latra, una esclava voluntaria, la ayudó a bajar sus escasas pertenencias. Junto a la torre estaba Amin Lim, sosteniendo la brida de su propio miela y el de Shay Tal, y despidiéndose afligida de su hombre y de su hijito. He ahí un sacrificio más grande que el mío, pensó Shay Tal. Yo estoy feliz de partir. Jamás sabré por qué Amin Lim me acompaña. Pero la

decisión de su amiga le había iluminado el corazón, aunque también había sentido un cierto desdén. Cuatro mujeres se marchaban con ella: Maysa Latra, Amin Lim, y dos discípulas más jóvenes, devotas participantes de la academia. Todas iban montadas y acompañadas por un esclavo castrado a pie, Hamadranabil, que conducía dos mielas cargados y un par de perros salvajes de caza con collares de púas. Otras personas, mujeres y algunos ancianos, seguían la procesión; se despedían, o daban consejos, serios o jocosos, según la fantasía de cada uno. Laintal Ay y Oyre esperaban junto a la puerta para ver por última vez a Shay Tal; estaban juntos pero evitaban mirarse. Del otro lado de la puerta estaba Aoz Roon, de pie, envuelto en las pieles negras, los brazos cruzados, el mentón hundido en el pecho. Junto a él, al cuidado de Eline Tal, estaba Gris, que por una vez no parecía más alegre que el amo. Detrás del jefe silencioso había varios hombres de rostros graves y con las manos metidas en las axilas. Cuando apareció Shay Tal, Aoz Roon trepó de un salto a la silla y avanzó con lentitud, no hacia ella sino en una dirección convergente, de modo que, si continuaban marchando sin desviarse, ambos se encontrarían un poco más adelante, donde comenzaban los árboles. Freyr estaba todavía escondido entre las nubes tempranas, de modo que no había color en el mundo. El terreno se elevaba, el sendero se hacía más estrecho, los árboles crecían más próximos. Shay Tal y los otros llegaron a un pliegue donde se interrumpían los árboles y empezaba un pantano. Las ranas escaparon chapoteando mientras el grupo se acercaba. Los mieles pisaban con cuidado, lentamente, y alzaban disgustados los cascos, sacando a la superficie el fango amarillo que se apelmazaba debajo del agua. Del otro lado de la ciénaga, los árboles obligaron a los jinetes a acercarse más. Como si hasta entonces no hubiera visto a Aoz Roon, Shay Tal le dijo con voz clara: —No es necesario que me sigas. —No te sigo, señora; te guío. Quiero que salgas sana y salva de Oldorando. Es un honor que se te debe. No dijeron nada más. Continuaron hasta llegar por fin a una elevación cubierta de arbustos. Desde la parte superior partía un limpio sendero de mercaderes que corría hacia el norte, hacia Chalce y la lejana —nadie sabía cuan lejana— Sibornal. En la ladera descendente crecían otra vez los árboles. Aoz Roon llegó primero a la cresta y allí, con el rostro inexpresivo, detuvo a Gris a un lado del camino mientras las mujeres se acercaban. Shay Tal refrenó a Lealtad y se aproximó con la cara compuesta y brillante. —Te agradezco que hayas venido hasta aquí. —Que tengas buen viaje —dijo él formalmente, bien erguido y ahuecando el vientre—. Observarás que nadie ha intentado impedir que nos abandones. La voz de Shay Tal se hizo más dulce: —No volveremos a vernos; de ahora en adelante estaremos muertos el uno para el otro. ¿Hemos arruinado mutuamente nuestras vidas, Aoz Roon? —No sé de qué hablas. —Sí lo sabes. Esta lucha empezó cuando éramos niños. Dime una palabra, amigo, ahora que me voy. No seas orgulloso, como he sido yo siempre; no ahora. Él apretó los labios y la miró en silencio. —Por favor, Aoz Roon, dime la verdad. Sé muy bien que te he rechazado con demasiada frecuencia. Aoz Roon asintió. —Tú has dicho la verdad. Ella lo miró ansiosamente; luego espoleó al miela, que se adelantó un paso, de modo que ambas cabalgaduras se tocaban. —Ahora que me marcho para siempre, dime solamente... que aún sientes en tu corazón lo que sentías antes, cuando éramos jóvenes. El emitió una risa nasal. —Estás loca. Nunca has comprendido la realidad. Estabas demasiado encerrada en ti misma. Nada siento por ti ahora, ni tú por mí, aunque lo ignores.

humo.<br />

Shay Tal se miró el cuerpo reseco y les dijo adiós con la cabeza.<br />

Batalix se había puesto y la noche verdadera comenzaba a caer.<br />

Los mercaderes acudían a Oldorando en cantidades crecientes, y desde todos los puntos de la<br />

brújula. El importante comercio de sal procedía del norte y del sur, y se llevaba a cabo por<br />

medio de rebaños de cabras. Ahora había una ruta regular hacia el oeste a través de la pradera,<br />

recorrida por los mercaderes de Kace, que traían cosas llamativas como joyas, vidrio de color,<br />

juguetes plateados, instrumentos musicales, y también caña de azúcar y frutas exóticas;<br />

preferían la moneda al trueque, pero en Oldorando no había moneda, de modo que aceptaban<br />

hierbas, pieles, y granos. A veces los hombres de Kace utilizaban pinzasacos como bestias de<br />

carga, pero esos animales se hacían más raros a medida que aumentaba la temperatura.<br />

Todavía venían sacerdotes y comerciantes de Borlien, aunque habían aprendido tiempo atrás<br />

a temer al traicionero vecino del norte. Vendían volantes y cuartillas que narraban historias<br />

tremendas en verso rimado, y también sartenes y ollas de metal de buena calidad.<br />

Desde el este, y por distintos caminos, venían muchos mercaderes, y a veces caravanas. Unos<br />

hombrecillos oscuros, que esclavizaban a phagors y madis, seguían unas rutas regulares en las<br />

que Oldorando era sólo una estación de paso. Traían adornos delicadamente tejidos que las<br />

mujeres de Oldorando apreciaban. Se rumoreaba que algunas de estas mujeres acompañaban a<br />

veces a los hombres oscuros; era indudable que los orientales comerciaban con muchachas<br />

madis, que eran hermosas pero languidecían encerradas en las torres. De cualquier modo, y<br />

aunque de mala reputación, eran tolerados a causa de las mercancías que traían: no sólo<br />

adornos, sino también tapices, manteles, alfombras, chales, como no se habían visto nunca en<br />

Oldorando.<br />

Todos los viajeros necesitaban alojamiento. Los campamentos eran una molestia. Los<br />

esclavos de Oldorando trabajaron para construir un barrio separado, al sur de las torres,<br />

conocido irónicamente como Pauk. Allí se efectuaba todo el comercio; en las callejuelas, los<br />

mercaderes en pieles y en cualquier otro género hacían sus negocios, cerca de los establos y las<br />

casas de comida del barrio. Durante cierto tiempo, se prohibió la entrada de los comerciantes a<br />

la verdadera Oldorando. Pero crecieron en número, y algunos se establecieron en la ciudad,<br />

importando artes y vicios.<br />

También los oldorandinos aprendían las artimañas del comercio. Mercaderes de iniciación<br />

reciente abordaban a Aoz Roon y pedían concesiones especiales, como el derecho de acuñar<br />

moneda. Este asunto les preocupaba más que los problemas con la academia, que consideraban<br />

una pérdida de tiempo.<br />

Un grupo de comerciantes de Oldorando, en número de seis, cómodamente montados en<br />

mielas, regresaba a la ciudad después de una expedición provechosa. Al alba de Freyr, se<br />

detuvieron en una colina al norte, cerca del terreno de los brassimipos, desde donde podían ver<br />

las afueras de la ciudad, congeladas en la luz gris. El aire estaba tan quieto que unas voces<br />

lejanas llegaban hasta ellos.<br />

—Mirad —exclamó uno de los jóvenes mercaderes, protegiéndose los ojos con las manos<br />

para ver mejor—. Hay un alboroto cerca de la puerta. Sería mejor que tomáramos otro camino.<br />

—No serán peludos, ¿verdad?<br />

Todos clavaron los ojos. A lo lejos podía verse un grupo de hombres y mujeres que salían de<br />

la ciudad. En cierto punto, parte de ellos se detuvo con indecisión, de modo que el grupo se<br />

dividió en dos. Los demás continuaron avanzando.<br />

—No parece nada importante —dijo el joven mercader, espoleando el miela. En<br />

Embruddock lo esperaba una mujer a quien tenía muchas ganas de encontrar, y llevaba una<br />

nueva chuchería para ella en el bolsillo. La partida de Shay Tal no significaba nada.<br />

Pronto se elevó Batalix, que sobrepasó a su compañero celeste.<br />

El frío, la mañana descolorida que amenazaba lluvia, la sensación de aventura, todo hacía<br />

que ella se sintiera incorpórea. Sin ninguna emoción, abrazó a Vry en una muda despedida. La<br />

criada, Maysa Latra, una esclava voluntaria, la ayudó a bajar sus escasas pertenencias. Junto a la<br />

torre estaba Amin Lim, sosteniendo la brida de su propio miela y el de Shay Tal, y<br />

despidiéndose afligida de su hombre y de su hijito. He ahí un sacrificio más grande que el mío,<br />

pensó Shay Tal. Yo estoy feliz de partir. Jamás sabré por qué Amin Lim me acompaña. Pero la

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