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aldiss, brian w - heliconia primavera.pdf

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Garrona». Descansaban diez minutos cada hora; cada dos períodos de descanso recibían el<br />

pescado seco y maloliente que se guardaba en un saco. Luego este saco era colocado junto al<br />

trineo, y los dos hombres se echaban en él.<br />

Yuli comprendió pronto esta rutina. Se mantuvo prudentemente alejado. Incluso cuando<br />

el trineo no estaba a la vista, si no había viento, alcanzaba a percibir el olor de los hombres y los<br />

perros. A veces se acercaba para ver cómo se hacían las cosas. Quería saber cómo manejar por<br />

sí mismo un tiro de perros.<br />

Después de tres días de marcha continua, en que se concedieron a los asokins descansos<br />

más largos, llegaron a casa de otro trampero: una pequeña fortificación de madera, decorada con<br />

cornamentas de animales salvajes. Había hileras de pieles secándose al aire. Los hombres<br />

permanecieron allí mientras Freyr se hundía en el cielo, y también el pálido Batalix, y el<br />

brillante centinela reaparecía en el horizonte. Los hombres gritaban, borrachos, con el trampero,<br />

o dormían. Yuli robó unas galletas del trineo y durmió cómodamente envuelto en pieles.<br />

Luego continuaron avanzando.<br />

Hubo otras dos paradas, y varios días de marcha. El tiro de Garrona se encaminaba<br />

aproximadamente hacia el sur. Los vientos eran menos fríos.<br />

Por fin fue evidente que se estaban acercando a Pannoval. Las nieblas que parecían<br />

alzarse adelante no eran tales, sino rocas macizas.<br />

De la llanura brotaron montañas, con los flancos cubiertos de nieve profunda. La llanura<br />

misma se elevó y pronto estuvieron entre las primeras sierras; los dos hombres tenían que<br />

caminar junto al trineo, o empujarlo. Y luego aparecieron unas torres de piedra, y unos<br />

centinelas, que los detuvieron. También detuvieron a Yuli.<br />

—Estoy siguiendo a mi padre y mi tío —dijo.<br />

—Te has quedado atrás. Te alcanzarán los childrims.<br />

—Lo sé, lo sé. Mi padre quiere reunirse de prisa con mi madre. También yo.<br />

Le indicaron que siguiese adelante, sonriendo porque era tan joven. Por fin, los hombres<br />

se detuvieron. Dieron pescado seco a los perros, y los ataron. Buscaron un hueco protegido en la<br />

ladera, se cubrieron de pieles, bebieron alcohol y se durmieron.<br />

Apenas oyó que roncaban, Yuli se acercó.<br />

Era necesario matar a los dos hombres casi a la vez. Cualquiera de ellos podía derrotarlo<br />

fácilmente en una lucha, de modo que tenía que sorprenderlos. Consideró la posibilidad de<br />

apuñalarlos, o romperles la cabeza con una piedra: los dos métodos era arriesgados.<br />

Miró alrededor para cerciorarse de que no lo veían. Sacó una correa del trineo, se acercó a<br />

los hombres y la ató al tobillo derecho de uno y al izquierdo del otro, de modo que trabara los<br />

movimientos de cualquiera que saltase primero. Los dos roncaban.<br />

Al buscar la correa había visto varias lanzas en el trineo. Quizá habían querido venderlas<br />

y no habían podido. No se sorprendió. Alzó una de ellas, la balanceó, y le pareció que no estaba<br />

bien equilibrada como arma arrojadiza. Pero tenía una punta bien afilada.<br />

Regresó junto a los hombres; empujó a uno con el pie hasta que se dio media vuelta,<br />

gruñendo, y quedó boca arriba. Blandiendo la lanza como para clavarla en un pez, Yuli le<br />

atravesó la parka, las costillas y el corazón. El hombre tuvo un terrible sobresalto convulsivo.<br />

Con una expresión espantosa, los ojos muy abiertos, se sentó, se apoyó en el asta de la lanza, se<br />

dobló sobre ella, y luego cayó hacia atrás con un largo suspiro que terminó en un estertor. Un<br />

vómito sanguinolento le brotó de la boca. El otro apenas se movió, murmurando.<br />

Yuli advirtió que había clavado la lanza con tanta fuerza que la punta estaba hundida en<br />

el suelo. Volvió al trineo en busca de una segunda lanza, y se deshizo también del otro hombre,<br />

de modo parecido. El trineo era suyo. Y los perros.<br />

Una vena le latió en la sien. Lamentaba que esos hombres no hubiesen sido phagors.<br />

Puso los arneses a los perros, que ladraron, y se alejó del lugar.<br />

Unas apagadas franjas luminosas irrumpieron en el cielo, y una montaña alta las eclipsó.<br />

Ahora había un sendero definido, que se ensanchaba a cada milla. Subió hasta alcanzar una<br />

elevada cresta rocosa. Llegó al otro lado de la cresta y vio una meseta alta y protegida,<br />

defendida por un formidable castillo.<br />

Ese castillo estaba en parte excavado en la roca, en parte construido de piedra. Los aleros<br />

eran anchos, para que la nieve cayera sobre el camino. Un grupo de cuatro hombres montaba

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