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azos en jarras. Junto a él, un esclavo sostenía las riendas de Gris—. Oldorando será una gran ciudad, como dicen las leyendas que fue Embruddock en los viejos tiempos. Ahora somos como los phagors. Todo el mundo nos temerá y seremos ricos. Ocuparemos más tierras y tendremos más esclavos para atenderlas. Pronto atacaremos a la misma Borlien. Necesitamos más población, no somos bastantes. Vosotras, las mujeres, tendréis más niños. Pronto los niños nacerán en la silla, a medida que nuestra expansión se extienda. Señaló al triste grupo de prisioneros, cuidados por Goija Hin, Myk y otros. —Esta gente trabajará para nosotros, así como los mielas trabajan para nosotros. Pero por un tiempo tendremos que trabajar el doble, y comer menos, para que esas cosas sean posibles. No quiero oír quejas. Sólo los héroes merecen la grandeza que pronto conquistaremos. Dathka se rascó el muslo y miró a Laintal Ay con una ceja alta y la otra baja. —Mira lo que hemos iniciado. Pero Laintal Ay se dejaba arrastrar por el entusiasmo. Aunque en verdad no simpatizaba con Aoz Roon, a veces le daba la razón. Ciertamente, no había júbilo comparable al de cabalgar en un miela, confundirse con la vivaz criatura, sentir el viento en las mejillas y el suelo resonando abajo. No había nada tan maravilloso... con una sola excepción. Hizo que Oyre se acercase a él mientras le decía: —Ya has oído lo que dijo tu padre. He hecho una cosa importante, una de las cosas más importantes de la historia. He domado a los mielas. Es lo que querías, ¿verdad? Ahora tienes que ser mi mujer. Pero ella lo apartó. —Hueles a miela, como mi padre. Desde tu enfermedad no has hablado de otra cosa que de esas estúpidas criaturas, que sólo tienen de bueno las pieles. Mi padre habla sólo de Gris, tú de Oro. Haz algo que haga la vida mejor, y no peor. Si fuera tu mujer jamás te vería, porque estás lejos de día y de noche. Los hombres habéis enloquecido con los mielas. En general, las mujeres compartían los sentimientos de Oyre. Comprobaban diariamente los malos efectos de la manía del miela, y no sacaban de ella ningún provecho. Obligadas a trabajar en los campos, no podían disfrutar de la academia en las tardes soñolientas. Sólo Shay Tal se interesaba por los animales. Los rebaños salvajes ya no eran tan abundantes como habían sido. Al fin, alarmados, se desplazaban a nuevas tierras de pastoreo hacia el sur y el oeste para evitar la cautividad y la matanza. Fue a Shay Tal a quien se le ocurrió aparear un potro y una yegua. Hizo construir un establo cerca de la pirámide del Rey Denniss, y pronto nacieron potrillos. Y el resultado fue una progenie de mielas domesticados, fáciles de adiestrar para cualquier tarea necesaria. Shay Tal bautizó Lealtad a una de las mejores yeguas. Trataba con gran cuidado a todos los potrillos y potrancas, pero dedicaba especial atención a Lealtad. Sabía que ahora sostenía por la brida el modo de abandonar Oldorando y de llegar a la lejana Sibornal.
XI CUANDO SHAY TAL SE FUE Bajo el sol y la lluvia, Oldorando se expandió. Antes de que los industriosos habitantes comprendieran qué había ocurrido, ya habían cruzado el Voral, pasando por encima de los cenagosos afluentes del norte, y estirándose hasta los corrales de la pradera y los campos de brassimipo en las sierras bajas. Se construyeron más puentes. No heroicamente, como el primero. La corporación había reaprendido el arte de aserrar tablones; para los nuevos carpinteros —tanto libres como esclavos— los arcos, las junturas, los contrafuertes eran cosas fáciles. Más allá de los puentes, se sembraron campos cercados, se construyeron pocilgas para los cerdos y corrales para las aves. Fue necesario aumentar dramáticamente la producción de alimentos pues los mielas domesticados crecían en número; y para dar de comer a los esclavos hubo que sembrar otras tierras. Más allá de los campos, o entre ellos, se construyeron torres en el estilo tradicional de Embruddock, para alojar a los esclavos y guardias. De acuerdo con un plan de la academia, las torres tenían dos pisos en lugar de cinco, y estaban construidas con bloques de barro. Las lluvias, a veces violentas, destruían los muros. Los oldorandinos no se preocupaban demasiado, porque sólo los esclavos vivían allí. Pero los esclavos sí se preocuparon y demostraron que la paja de los cereales podía usarse para techar las torres; y que sise ponía un alero, los muros de barro quedaban protegidos e intactos, aun bajo chubascos devastadores. Más allá de los campos y de las nuevas torres, la caballería de Aoz Roon patrullaba los senderos. Oldorando no era sólo una ciudad sino también un campamento militar. Nadie entraba ni salía sin permiso, excepto en el barrio de los comerciantes —apodado el Pauk— que se había extendido en el sur. Por cada orgulloso guerrero montado en un miela, seis espaldas tenían que encorvarse en los campos. Pero las cosechas eran buenas. Después del largo descanso, el suelo producía con abundancia. En las épocas más frías habían utilizado la torre de Prast para guardar la sal y luego el ratel; ahora se depositaba allí el grano. En el exterior, donde habían apisonado el terreno, las mujeres y los esclavos aventaban una enorme montaña de grano. Los hombres lo recogían con palas de madera; las mujeres sacudían unas pieles atadas a marcos cuadrados, y apartaban la paja. Era un trabajo duro. La modestia se arrojaba por la borda. Las mujeres, por lo menos las jóvenes, se quitaban las bonitas chaquetas y trabajaban con los pechos desnudos. Unas tenues partículas de polvo se elevaban en el aire y se adherían a la piel húmeda de las mujeres, empolvándoles los rostros y vistiéndoles los cuerpos con una apariencia de pelaje. El polvo subía en una pirámide, dorada por el sol, sobre la escena, y luego se dispersaba y caía alrededor, amortiguando los pasos sobre los escalones y manchando el verde de las plantas. Llegaron, montados, Tanth Ein y Faralin Ferd, seguidos por Aoz Roon y Eline Tal. y los cazadores más jóvenes venían detrás. Regresaban de una cacería y traían varios venados. Durante un momento se contentaron con permanecer montados, mirando cómo trabajaban las mujeres. Entre ellas se encontraban las esposas de los tres lugartenientes; no prestaron atención a los burlones comentarios de los hombres. Aventaban el grano; los hombres se reclinaban con indulgencia sobre las sillas; la paja y el polvo ascendían a gran altura a la luz del sol. Apareció Dol, caminando lentamente, ya muy pesada; Myk, el viejo phagor, la acompañaba con los gansos; y también Shay Tal, que parecía aún más flaca comparada con la rotunda gravidez de Dol. Cuando vieron al señor de Embruddock y a sus hombres, las dos mujeres se detuvieron y se miraron.
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azos en jarras. Junto a él, un esclavo sostenía las riendas de Gris—. Oldorando será una gran<br />
ciudad, como dicen las leyendas que fue Embruddock en los viejos tiempos. Ahora somos como<br />
los phagors. Todo el mundo nos temerá y seremos ricos. Ocuparemos más tierras y tendremos<br />
más esclavos para atenderlas. Pronto atacaremos a la misma Borlien. Necesitamos más<br />
población, no somos bastantes. Vosotras, las mujeres, tendréis más niños. Pronto los niños<br />
nacerán en la silla, a medida que nuestra expansión se extienda.<br />
Señaló al triste grupo de prisioneros, cuidados por Goija Hin, Myk y otros.<br />
—Esta gente trabajará para nosotros, así como los mielas trabajan para nosotros. Pero por un<br />
tiempo tendremos que trabajar el doble, y comer menos, para que esas cosas sean posibles. No<br />
quiero oír quejas. Sólo los héroes merecen la grandeza que pronto conquistaremos.<br />
Dathka se rascó el muslo y miró a Laintal Ay con una ceja alta y la otra baja.<br />
—Mira lo que hemos iniciado.<br />
Pero Laintal Ay se dejaba arrastrar por el entusiasmo. Aunque en verdad no simpatizaba con<br />
Aoz Roon, a veces le daba la razón. Ciertamente, no había júbilo comparable al de cabalgar en<br />
un miela, confundirse con la vivaz criatura, sentir el viento en las mejillas y el suelo resonando<br />
abajo. No había nada tan maravilloso... con una sola excepción.<br />
Hizo que Oyre se acercase a él mientras le decía: —Ya has oído lo que dijo tu padre. He<br />
hecho una cosa importante, una de las cosas más importantes de la historia. He domado a los<br />
mielas. Es lo que querías, ¿verdad? Ahora tienes que ser mi mujer.<br />
Pero ella lo apartó.<br />
—Hueles a miela, como mi padre. Desde tu enfermedad no has hablado de otra cosa que de<br />
esas estúpidas criaturas, que sólo tienen de bueno las pieles. Mi padre habla sólo de Gris, tú de<br />
Oro. Haz algo que haga la vida mejor, y no peor. Si fuera tu mujer jamás te vería, porque estás<br />
lejos de día y de noche. Los hombres habéis enloquecido con los mielas.<br />
En general, las mujeres compartían los sentimientos de Oyre. Comprobaban diariamente los<br />
malos efectos de la manía del miela, y no sacaban de ella ningún provecho. Obligadas a trabajar<br />
en los campos, no podían disfrutar de la academia en las tardes soñolientas.<br />
Sólo Shay Tal se interesaba por los animales. Los rebaños salvajes ya no eran tan abundantes<br />
como habían sido. Al fin, alarmados, se desplazaban a nuevas tierras de pastoreo hacia el sur y<br />
el oeste para evitar la cautividad y la matanza. Fue a Shay Tal a quien se le ocurrió aparear un<br />
potro y una yegua. Hizo construir un establo cerca de la pirámide del Rey Denniss, y pronto<br />
nacieron potrillos. Y el resultado fue una progenie de mielas domesticados, fáciles de adiestrar<br />
para cualquier tarea necesaria.<br />
Shay Tal bautizó Lealtad a una de las mejores yeguas. Trataba con gran cuidado a todos<br />
los potrillos y potrancas, pero dedicaba especial atención a Lealtad. Sabía que ahora sostenía por<br />
la brida el modo de abandonar Oldorando y de llegar a la lejana Sibornal.