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Rol Sakil le aplicó grasa de ganso, Oyre estaba a su lado. Aoz Roon acudió y lo miró sin decir<br />
una palabra. Con él vino Dol, ahora en avanzado estado de gravidez. Aoz Roon no permitió que<br />
se quedase. Luego se marchó acariciándose la barba, como si recordara algo.<br />
El séptimo día, Laintal Ay volvió a ponerse sus mielas y regresó a la llanura, con nuevos<br />
planes.<br />
La cerca que habían construido parecía más natural, salpicada de brotes verdes. Más allá, los<br />
mielas pastaban en el campo colorido.<br />
—No me dejaré vencer —dijo Laintal Ay a Dathka—. Si no podemos montar en kaidaws,<br />
montaremos en mielas. No son adversarios como los kaidaws; tienen la sangre tan roja como la<br />
nuestra. Veamos si podemos capturar uno entre los dos.<br />
Ambos usaban pieles de miela. Eligieron un animal a rayas blancas y castañas y se acercaron<br />
andando sobre manos y rodillas. Estaba descansando. En el último momento, se levantó y se<br />
alejó disgustado.<br />
Luego intentaron acercarse desde diferentes direcciones, mientras los demás miraban el<br />
juego. En una ocasión, Dathka alcanzó a rozar el pelaje del animal. El miela mostró los dientes<br />
y huyó. Trajeron la cuerda de la gillota e intentaron enlazar un miela. Corrieron durante varias<br />
horas.<br />
Luego treparon a los árboles nuevos, esperando en las ramas con el lazo preparado. Los<br />
mielas se acercaban deportivamente, relinchando y empujándose unos a otros, pero ninguno se<br />
aventuró a pasar justamente por debajo.<br />
Al ocaso, ambos hombres estaban exhaustos y malhumorados. Varios buitres con aspecto de<br />
estudiosos, cuyo hábito clerical contrastaba con la carne dorada que devoraban, limpiaban el<br />
cuerpo del kaidaw. Llegaron entonces los lenguas de sable, que expulsaron a las aves y lucharon<br />
entre ellos por el festín. Pronto oscurecería.<br />
Los dos se retiraron a la relativa seguridad de la cerca, comieron unos bollos de pan y huevos<br />
de ganso con sal y durmieron.<br />
Dathka fue el primero en despertar por la mañana. Boquiabierto, se apoyó sobre un codo, sin<br />
casi poder creer en lo que veía.<br />
Con la fría luz del alba, los colores apenas habían regresado al mundo. Capas de niebla gris<br />
ocultaban completamente la aldea. El mundo estaba sumido en la espesa neblina de color gris<br />
verdoso que caracterizaba la salida de Batalix. Incluso los cuatro mielas que pastaban<br />
alegremente en el cercado parecían esculturas de peltre.<br />
Despertó a Laintal Ay con la punta de una bota. Juntos, se arrastraron sobre la hierba verde y<br />
atravesaron la barrera de espinos. Una vez del otro lado, se pusieron de pie en silencio,<br />
sonriendo, apretándose mutuamente los hombros para evitar la risa.<br />
Sin duda los mielas habían escapado de los lenguas de sable. Ahora tenían un problema<br />
todavía más serio.<br />
Armados de cuchillos, los hombres cortaron brazadas de espino, sin prestar atención a las<br />
púas que les desgarraban la piel. Aquellos fuertes arbustos habían crecido aun entre las nieves,<br />
con los renuevos protegidos dentro de conos puntiagudos. Ahora desplegaban hojas de color<br />
verde cobrizo que revelaban la curva plateada de unas temibles espinas. Los mielas habían<br />
abierto una brecha en la enramada para entrar. No fue difícil entrelazar las ramas y reparar el<br />
hueco. Pronto tuvieron encerrados a los cuatro animales.<br />
Casi enseguida se pusieron a discutir. Dathka decía que lo mejor era dejar a los animales sin<br />
agua hasta que se debilitaran y sometieran. Laintal Ay pensaba que convenía darles cubos de<br />
agua y mucha comida. Este método, más positivo, terminó por imponerse.<br />
Pero faltaba todavía mucho para que las bestias pudieran ser montadas. Durante diez días<br />
ambos trabajaron concertadamente, durmiendo en el cercado todas las noches, cada vez más<br />
cortas. La captura causó sensación: todos los habitantes de Oldorando atravesaron el puente<br />
sobre el Voral para no perderse el espectáculo. Aoz Roon y sus lugartenientes iban todos los<br />
días. También Oyre, que perdió interés al ver que los mielas rechazaban briosamente a los<br />
aspirantes a jinetes. Vry acudía con frecuencia, a veces en compañía de Amin Lim, que traía a<br />
su niño recién nacido en brazos.<br />
Los jóvenes cazadores sólo vencieron la batalla de la domesticación cuando tuvieron la idea<br />
de dividir el recinto en cuatro partes, con nuevas cercas. Separados entre sí, los animales se