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aldiss, brian w - heliconia primavera.pdf

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Pero el kaidaw continuaba resistiendo todos los avances humanos. Esperó mientras él se<br />

aproximaba, con los músculos en tensión. En el último instante se alejó de la mano extendida y<br />

se irguió sobre las patas traseras, mostrándole los cuernos por encima del hombro.<br />

Laintal Ay había dormido dentro del cercado la noche anterior, o mejor dicho dormitado,<br />

temiendo que lo pisotearan los cascos del kaidaw. Pero ni siquiera así la bestia aceptaba que le<br />

diera comida o bebida, y esquivaba todos los intentos de acercamiento. Esto se había repetido<br />

cien veces.<br />

Finalmente, Laintal Ay cedió. Dejó allí durmiendo a Dathka y regresó a Oldorando para<br />

intentar un nuevo método.<br />

Tres horas más tarde, cuando sonaba el Silbador de Horas, un phagor extrañamente deforme<br />

se aproximó al cercado. Atravesó la estacada con movimientos torpes, de modo que algunos<br />

jirones de la húmeda piel amarilla quedaron aprisionados entre los espinos, como pájaros<br />

muertos.<br />

Arrastrando los pies, la criatura se acercó al kaidaw.<br />

Hacía calor dentro de la piel, que era fétida. Laintal Ay llevaba un trapo atado alrededor de la<br />

cara y una ramita de raige delante de la nariz. Había hecho que dos esclavos de Borlíen<br />

desenterraran el cadáver de tres días y lo desollaran. Raynil Layan había remojado la piel en<br />

agua salada para quitarle el olor, al menos en parte. Oyre lo acompañó hasta el cercado y se<br />

quedó con Dathka, aguardando a ver qué ocurría.<br />

El kaidaw bajó la cabeza y resopló interrogativamente. Llevaba aún sujeta al tronco la silla<br />

de la dueña, completa, con los ornados estribos. Apenas Laintal Ay llegó al confudido kaidaw,<br />

puso el pie en el estribo próximo y trepó a la silla. Finalmente logró montar, delante de la giba<br />

única de la bestia.<br />

Los phagors montaban sin bridas, agazapados sobre el cuello de los kaidaws aferrados a las<br />

duras crines rizadas que tenían a lo largo de la protuberancia del pescuezo. Laintal Ay se tomó<br />

firmemente de la crin, esperando el próximo movimiento. Con el rabillo del ojo podía ver a<br />

otros aldeanos que cruzaban el puente sobre el Voral para reunirse con Oyre y Dathka y ver qué<br />

ocurría.<br />

El kaidaw permaneció quieto, cabizbajo, como si estuviera pesando aquella nueva carga.<br />

Luego, lentamente, inició un movimiento absurdo: arqueó el cuello hasta invertir la posición de<br />

la cabeza y los ojos alzados pudieron contemplar al jinete. La mirada del kaidaw se encontró<br />

con la de Laintal Ay.<br />

El animal no abandonó su extraordinaria posición, pero empezó a temblar.<br />

Ese temblor era una intensa vibración, que parecía nacer en el corazón y extenderse hacia la<br />

periferia, como un terremoto en un planeta pequeño. Los ojos del kaidaw miraban fijamente al<br />

jinete que llevaba sobre el lomo, como clavados en él. También Laintal Ay permaneció inmóvil,<br />

vibrando con el kaidaw. Miraba la cara contraída del animal, donde —como recordó más<br />

tarde— se leía una expresión de intenso dolor.<br />

Cuando por fin se movió, el kaidaw saltó hacia arriba como si hubiesen soltado un resorte.<br />

En un movimiento continuo, se enderezó y saltó a gran altura, arqueando el espinazo como un<br />

gato y recogiendo las patas torpes debajo del vientre. Era el legendario salto del kaidaw, en una<br />

experiencia de primera mano. Pasó limpiamente por encima de la cerca. Ni siquiera rozó las<br />

ramitas de espino de la parte superior.<br />

Mientras caía, metió el cráneo entre las patas delanteras y echó los cuernos hacia arriba, de<br />

modo que golpeó el suelo con el cuello. Uno de los cuernos se le clavó inmediatamente en el<br />

corazón. Cayó pesadamente de lado, y lanzó dos coces. Laintal Ay se desprendió a tiempo y<br />

rodó sobre los tréboles. Se arrancó del cuerpo la maloliente piel del phagor. La volteó por<br />

encima de la cabeza y la arrojó a lo lejos. La piel cayó en la rama de un arbusto y allí quedó<br />

columpiándose. Laintal Ay, frustrado, lanzó una maldición, sintiendo un terrible calor dentro de<br />

la cabeza. Nunca se había demostrado más claramente la enemistad entre hombre y phagor que<br />

en la autodestrucción del kaidaw.<br />

Dio un paso hacia Oyre, que corría hacia él. Vio más atrás a la gente de Oldorando, y franjas<br />

de color. Los colores ascendieron, se echaron a volar, se convirtieron en el cielo. Él flotaba<br />

hacia ellos.<br />

La fiebre duró seis días. El cuerpo de Laintal Ay estaba cubierto de una erupción. La anciana

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