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parka con adornos, y que por tanto —sólo era una posibilidad— quizás fuera una persona de<br />
importancia, o por lo menos el hijo de alguien importante.<br />
Hasele se sorprendió cuando le respondieron que de buena gana llevarían al joven.<br />
Necesitarían una piel de yelk más, para cubrirlo y compensar los mayores gastos. Hasele<br />
murmuró un rato, y luego accedió satisfecho. No podría alimentarlo, si el joven vivía; y si<br />
moría... No le gustaba alimentar a los perros con restos humanos, ni la costumbre nativa de la<br />
momificación de los muertos en la intemperie helada.<br />
—Trato hecho —dijo, y fue en busca de la peor piel que pudiera encontrar.<br />
Ahora el joven estaba despierto. Había aceptado un poco más de sopa y una pata de<br />
conejo de las nieves. Cuando oyó entrar a los hombres, se echó atrás con los ojos cerrados y una<br />
mano oculta en la parka.<br />
Ellos lo miraron distraídamente, y se volvieron. Se proponían cargar el trineo con sus<br />
nuevas propiedades, hacerse atender unas horas por Hasele y la mujer, emborracharse, dormir la<br />
borrachera, y emprender el difícil viaje a Pannoval, en el sur.<br />
Así se hizo. El licor de Hasele se consumió ruidosamente. E incluso los ronquidos fueron<br />
ruidosos cuando los hombres se durmieron sobre un montón de pieles. Y Lorel atendió<br />
secretamente a Yuli, lo alimentó, le lavó la cara, le alisó los espesos cabellos, lo abrazó.<br />
Al comienzo de la media luz, cuando Batalix estaba en el horizonte, se llevaron a Yuli y<br />
él fingió que todavía estaba inconsciente mientras los hombres lo subían al trineo y hacían<br />
restallar los látigos, frunciendo el ceño para sacar fuerzas del frío atenazador, y partían de prisa.<br />
Esos dos hombres, que llevaban una vida dura, robaban a Hasele y a cualquier otro<br />
trampero que visitaran, tanto como los tramperos consentían en dejarse robar, sabiendo que a su<br />
vez serían robados y estafados cuando revendiesen las pieles. El engaño era sólo una técnica de<br />
supervivencia, como la de abrigarse con cuidado. El sencillo plan de estos hombres consistía en<br />
degollar al recién adquirido inválido apenas estuvieran fuera de la vista de la destartalada casa<br />
de Hasele, tirar el cuerpo al ventisquero más próximo, y ocuparse de que sólo la parka, tan bien<br />
adornada, y quizá la túnica y los pantalones, llegaran al mercado de Pannoval.<br />
Detuvieron los perros y frenaron el trineo. Uno de ellos preparó una brillante daga de<br />
metal y se volvió hacia la figura postrada.<br />
En ese momento, la figura postrada se levantó con un grito, arrojó sobre la cabeza del<br />
hombre la piel que lo cubría, le dio una feroz patada en el estómago y corrió furiosamente en<br />
zigzag para evitar una posible lanza.<br />
Cuando consideró que estaba suficientemente lejos, se volvió, al amparo de una roca gris,<br />
para ver si lo seguían. El trineo ya había desaparecido a la escasa luz. No había rastros de los<br />
hombres. No se oía ningún sonido, excepto el silbido del viento del oeste. Estaba solo en ese<br />
yermo glacial, unas horas antes de la salida de Freyr.<br />
El horror se apoderó de Yuli. Después de que los phagors llevaran a su padre a los cubiles<br />
subterráneos, había errado en el desierto durante días incontables, enceguecido por la falta de<br />
sueño y el frío, y hostigado por los insectos. Se había extraviado por completo, y sentía la<br />
muerte cerca cuando cayó entre los espinos.<br />
Un poco de comida y descanso le habían devuelto rápidamente la salud. Había permitido<br />
que los dos hombres lo cargaran en el trineo no tanto porque confiara en ellos —de ningún<br />
modo era así— sino porque ya no podía soportar a esa vieja que insistía en tocarlo de un modo<br />
que le disgustaba.<br />
Y ahora, después de ese breve interludio, estaba nuevamente en el desierto, con un viento<br />
bajo cero que le pellizcaba las orejas. Pensó una vez más en su madre, Onesa, y en lo enferma<br />
que estaba. Cuando la vio por última vez ella tosía, y tenía en los labios una espuma<br />
sanguinolenta. Le había echado una mirada espectral mientras él partía con Alehaw. Yuli sólo<br />
ahora comprendía qué significaba espectral: ella no esperaba volver a verlo. Y si era ya un<br />
cadáver, de nada valía que él intentase volver.<br />
Entonces, ¿qué?<br />
Sólo había una posibilidad de sobrevivir.<br />
Se puso de pie, y con un trote sostenido siguió las huellas del trineo.<br />
Siete grandes perros con cuernos de los llamados asokins tiraban del trineo. La perra que<br />
mandaba en el grupo se llamaba Garrona. Colectivamente se los conocía como «el tiro de