aldiss, brian w - heliconia primavera.pdf

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La bestia se irguió en los estribos y lanzó un grito áspero, penetrante. Alzó los brazos, y la espada curva voló hacia las ramas próximas. Aterrorizado, el kaidaw se levantó sobre las patas traseras. La hembra phagor cayó, junto con Aoz Roon, quien se hizo a un lado durante la caída. El hombro izquierdo de la gillota golpeó fuertemente el suelo, y ella llevó la peor parte. El ave vaquera descendió graznando, en círculo, para defender a la guillota. Se lanzó contra el rostro de Aoz Roon. Cuajo saltó y le mordió una pata. Ella lo golpeó con el pico curvo mientras le asestaba unos furiosos aletazos a la cabeza, pero Cuajo apretó más, la arrastró al suelo, y cambiando rápidamente de posición, le mordió la garganta. En un instante, el gran pájaro blanco estaba muerto con las plumas rectoras desplegadas e inmóviles en el fangoso sendero. También la gillota estaba muerta. Aoz Roon se puso de pie, jadeando. —Por la roca, estoy demasiado grueso para este tipo de actividad —susurró. Shay Tal, apartada, lloraba. Vry y Oyre inspeccionaban el animal muerto, mirando la boca abierta de donde rezumaba un icor amarillo. Oyeron a Tanth Ein, que gritaba a lo lejos, y otros gritos de respuesta más cercanos. Aoz Roon pateó el cuerpo de la gillota de modo que quedó de espaldas, mientras una lecha densa le brotaba de la boca. El rostro estaba muy arrugado, y la piel gris, estirada sobre los huesos. Estaba mudando de piel, y en el pelaje se le veían zonas desnudas. —Quizá tenía alguna enfermedad —dijo Oyre—. Por eso estaba tan débil. Vámonos, Laintal Ay. Los esclavos enterrarán el cuerpo. Pero Laintal Ay, de rodillas, desenrollaba una cuerda que rodeaba la cintura del cadáver. Alzó la vista y dijo, ceñudo: —Querías que llevara a cabo una verdadera hazaña. Tal vez pueda. La cuerda era fina y sedosa, más fina que ninguna cuerda de fibras de pinzasaco de las que se hacían en Oldorando. Laintal Ay se la enrolló alrededor del brazo. Cuajo mantenía a raya al kaidaw. El animal, cuyos hombros superaban la altura de un hombre medio, temblaba con la cabeza en alto, moviendo los ojos en todas direcciones, sin intentar huir. Laintal Ay hizo un nudo corredizo y enlazó el cuello del kaidaw. Apretó y se acercó paso a paso, hasta que pudo acariciarle el flanco. Aoz Roon había recobrado la compostura. Limpió la espada y la envainó. Tanth Ein se acercaba. —Mantendremos la guardia, pero era un animal solitario, un renegado moribundo. Tenemos motivos para continuar la fiesta, Tanth Ein. Mientras los dos hombres se palmeaban las espaldas, Aoz Roon miró alrededor. Ignorando a Laintal Ay, clavó los ojos en Shay Tal y Vry. —No hay enemistad entre nosotros, aunque imaginéis lo contrario —les dijo—. Habéis obrado bien al dar la alarma. Venid con Oyre y conmigo a nuestra fiesta; mis lugartenientes os darán la bienvenida. Shay Tal meneó la cabeza. —Vry y yo tenemos otras cosas que hacer. Pero Vry recordaba los gansos asados. Todavía podía evocar el aroma. Incluso valdría la pena soportar esa habitación y saborear aquella odiada carne soberbia. Miró atormentada a Shay Tal, pero el estómago la venció. —Yo iré —dijo a Aoz Roon, enrojeciendo. Laintal Ay tenía la mano apoyada en el flanco tembloroso del kaidaw. Oyre estaba junto a él. Se volvió hacia su padre y dijo fríamente: —Yo no. Prefiero quedarme con Laintal Ay. —Haz lo que quieras... como siempre—respondió él, y echó a andar bajo las ramas que goteaban junto con Tanth Ein, dejando que la humillada Vry los siguiera como pudiese. El kaidaw movía de arriba abajo la gran cabeza sujeta, mirando de lado a Laintal Ay. —Te amansaré —dijo él—. Oyre y yo montaremos en ti, y cabalgaremos por llanuras y montañas. Se abrieron paso a través de la multitud que aumentaba y se apretujaba para ver el cuerpo del enemigo vencido. Juntos retornaron a Embruddock; las torres se erguían como muelas rotas contra los últimos rayos de Freyr. Iban tomados de la mano, todas las diferencias olvidadas en ese momento decisivo, tirando del animal tembloroso.

X LA PROEZA DE LAINTAL AY La pradera estaba cubierta de flores advenedizas hasta donde se alcanzaba a ver y más lejos, más allá de donde podía llegar un hombre caminando. Blancas, amarillas, anaranjadas, azules, verdes, rosadas; un vendaval de pétalos soplaba a lo largo de millas no registradas en ningún mapa, rompía contra los muros de Oldorando e incorporaba la aldea a sus ráfagas de color. La lluvia había traído las flores, marchándose luego. Las flores se habían quedado, extendiéndose hasta el horizonte, estremecidas en cálidas franjas, como si la distancia misma estuviese manchada de primavera. Una parte de este panorama había sido cercada. Laintal Ay y Dathka habían terminado de trabajar. Inspeccionaban, con sus amigos, lo que habían hecho. Con árboles jóvenes y arbustos espinosos habían construido una cerca. Habían cortado troncos hasta que la savia les corrió por las espaldas y los brazos. Los árboles habían sido despojados de ramas y asegurados vertical-mente. Completaban la cerca haces de ramas y espinos completos. El resultado era casi impenetrable, y alto como un hombre. Encerraba un espacio de casi una hectárea. En el centro de ese flamante recinto estaba el kaidaw, desafiando todo intento de montar en él. La dueña del kaidaw, la gillota, había quedado donde había caído, pudriéndose abandonada como era la costumbre. Sólo tres días después se ordenó a Myk y otros dos esclavos que enterraran el cuerpo, que había empezado a apestar. Unas flores colgaban como baba de los labios del kaidaw. Había arrancado un bocado de flores rosadas. En cautividad, no parecían gustarle, porque estaba con la cabeza erguida, mirando por encima de la estacada, olvidado de masticar. De vez en cuando se desplazaba unos metros sobre las largas patas, y retornaba al punto de partida, con los ojos blancos y brillantes. Cuando uno de los cuernos se le enredaba entre los espinos, se liberaba con una impaciente sacudida de la cabeza. Era bastante fuerte como para atravesar la cerca y galopar hacia la libertad, pero le faltaban las ganas. Se limitaba a mirar hacia la libertad, suspirando con los ollares distendidos. —Si los phagors pueden montar, también podemos nosotros —dijo Laintal Ay—. Yo he montado en un pinzasaco. —Trajo un cubo de bitel y lo puso junto al animal. El kaidaw lo olió y retrocedió, alzando vivamente la cabeza. —Me voy a dormir —dijo Dathka. Fueron sus únicas palabras en muchas horas. Atravesó reptando la cerca, se estiró en el suelo, alzó las rodillas, unió las manos debajo de la cabeza y cerró los ojos. Los insectos zumbaban alrededor. Lejos de amansar al kaidaw, Laintal Ay y él sólo habían conseguido rasguños y magulladuras. Laintal Ay se secó la frente y se acercó otra vez a la bestia cautiva. El kaidaw bajó la larga cabeza para mirarlo. Resoplaba suavemente. Observando los cuernos que le apuntaban, Laintal Ay emitió unos ruidos amistosos, listo para saltar. La gran bestia sacudió las orejas contra la base de los cuernos y se apartó. Laintal Ay contuvo el aliento y volvió a adelantarse. Desde que había hecho el amor con Oyre junto a la laguna, la belleza de la muchacha le cantaba en el eddre. La promesa de nuevos momentos de amor colgaba como una rama fuera de alcance. Tenía que probarse a sí mismo con esa imaginaria proeza que ella reclamaba. Despertaba todas las mañanas envuelto en sueños carnales, como entre flores de dogotordo. Si podía montar y domar el kaidaw ella sería suya.

La bestia se irguió en los estribos y lanzó un grito áspero, penetrante. Alzó los brazos, y la<br />

espada curva voló hacia las ramas próximas. Aterrorizado, el kaidaw se levantó sobre las patas<br />

traseras. La hembra phagor cayó, junto con Aoz Roon, quien se hizo a un lado durante la caída.<br />

El hombro izquierdo de la gillota golpeó fuertemente el suelo, y ella llevó la peor parte.<br />

El ave vaquera descendió graznando, en círculo, para defender a la guillota. Se lanzó contra<br />

el rostro de Aoz Roon. Cuajo saltó y le mordió una pata. Ella lo golpeó con el pico curvo<br />

mientras le asestaba unos furiosos aletazos a la cabeza, pero Cuajo apretó más, la arrastró al<br />

suelo, y cambiando rápidamente de posición, le mordió la garganta. En un instante, el gran<br />

pájaro blanco estaba muerto con las plumas rectoras desplegadas e inmóviles en el fangoso<br />

sendero.<br />

También la gillota estaba muerta. Aoz Roon se puso de pie, jadeando.<br />

—Por la roca, estoy demasiado grueso para este tipo de actividad —susurró. Shay Tal,<br />

apartada, lloraba. Vry y Oyre inspeccionaban el animal muerto, mirando la boca abierta de<br />

donde rezumaba un icor amarillo.<br />

Oyeron a Tanth Ein, que gritaba a lo lejos, y otros gritos de respuesta más cercanos. Aoz<br />

Roon pateó el cuerpo de la gillota de modo que quedó de espaldas, mientras una lecha densa le<br />

brotaba de la boca. El rostro estaba muy arrugado, y la piel gris, estirada sobre los huesos.<br />

Estaba mudando de piel, y en el pelaje se le veían zonas desnudas.<br />

—Quizá tenía alguna enfermedad —dijo Oyre—. Por eso estaba tan débil. Vámonos, Laintal<br />

Ay. Los esclavos enterrarán el cuerpo.<br />

Pero Laintal Ay, de rodillas, desenrollaba una cuerda que rodeaba la cintura del cadáver.<br />

Alzó la vista y dijo, ceñudo: —Querías que llevara a cabo una verdadera hazaña. Tal vez pueda.<br />

La cuerda era fina y sedosa, más fina que ninguna cuerda de fibras de pinzasaco de las que se<br />

hacían en Oldorando. Laintal Ay se la enrolló alrededor del brazo.<br />

Cuajo mantenía a raya al kaidaw. El animal, cuyos hombros superaban la altura de un<br />

hombre medio, temblaba con la cabeza en alto, moviendo los ojos en todas direcciones, sin<br />

intentar huir. Laintal Ay hizo un nudo corredizo y enlazó el cuello del kaidaw. Apretó y se<br />

acercó paso a paso, hasta que pudo acariciarle el flanco. Aoz Roon había recobrado la<br />

compostura. Limpió la espada y la envainó. Tanth Ein se acercaba.<br />

—Mantendremos la guardia, pero era un animal solitario, un renegado moribundo. Tenemos<br />

motivos para continuar la fiesta, Tanth Ein. Mientras los dos hombres se palmeaban las<br />

espaldas, Aoz Roon miró alrededor. Ignorando a Laintal Ay, clavó los ojos en Shay Tal y Vry.<br />

—No hay enemistad entre nosotros, aunque imaginéis lo contrario —les dijo—. Habéis<br />

obrado bien al dar la alarma. Venid con Oyre y conmigo a nuestra fiesta; mis lugartenientes os<br />

darán la bienvenida.<br />

Shay Tal meneó la cabeza.<br />

—Vry y yo tenemos otras cosas que hacer.<br />

Pero Vry recordaba los gansos asados. Todavía podía evocar el aroma. Incluso valdría la<br />

pena soportar esa habitación y saborear aquella odiada carne soberbia. Miró atormentada a Shay<br />

Tal, pero el estómago la venció.<br />

—Yo iré —dijo a Aoz Roon, enrojeciendo.<br />

Laintal Ay tenía la mano apoyada en el flanco tembloroso del kaidaw. Oyre estaba junto a él.<br />

Se volvió hacia su padre y dijo fríamente: —Yo no. Prefiero quedarme con Laintal Ay.<br />

—Haz lo que quieras... como siempre—respondió él, y echó a andar bajo las ramas que<br />

goteaban junto con Tanth Ein, dejando que la humillada Vry los siguiera como pudiese.<br />

El kaidaw movía de arriba abajo la gran cabeza sujeta, mirando de lado a Laintal Ay.<br />

—Te amansaré —dijo él—. Oyre y yo montaremos en ti, y cabalgaremos por llanuras y<br />

montañas.<br />

Se abrieron paso a través de la multitud que aumentaba y se apretujaba para ver el cuerpo del<br />

enemigo vencido. Juntos retornaron a Embruddock; las torres se erguían como muelas rotas<br />

contra los últimos rayos de Freyr. Iban tomados de la mano, todas las diferencias olvidadas en<br />

ese momento decisivo, tirando del animal tembloroso.

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