aldiss, brian w - heliconia primavera.pdf
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tienes que ir a avisarle que el enemigo está a las puertas mientras él se divierte. Ya ha de saber que no puede confiar en que yo contenga a las bestias, como hice una vez. Ve inmediatamente. Mientras Vry caminaba de prisa por el sendero, empezó a llover otra vez. Oyó el canto desde la calle. Aoz Roon y sus amigos estaban en la habitación inferior, en la torre de la corporación de herreros. Tenían los rostros rubicundos a causa de la comida y el bitel. El plato principal era ganso aderezado con raige y escantion, dispuesto en una gran fuente de madera: el aroma hizo agua la boca de la mal alimentada Vry. Entre los presentes se encontraban los tres nuevos lugartenientes y sus mujeres, el nuevo maestro del consejo, Raynil Layan, Dol y Oyre. Sólo ellas dos parecieron alegrarse de verla. Como Vry sabía —Rol Sakil lo había anunciado con orgullo— Dol llevaba en sus entrañas un hijo de Aoz Roon. Ya había velas en la mesa; los perros pululaban en la sombra. El olor del ganso asado se mezclaba con el de los orines de perro. Aunque los hombres estaban rojos y brillantes, y a pesar de los conductos del agua caliente, hacía frío en la habitación. La lluvia entraba en ráfagas y corría en arroyuelos entre los adoquines. Era una habitación pequeña y oscura, y las telarañas festoneaban los rincones. Vry lo miró todo mientras daba nerviosamente la noticia a Aoz Roon. En una época había conocido cada marca de hacha de las vigas. Su madre había sido esclava de los herreros, y ella había vivido en ese cuarto, en un rincón, contemplando la degradación de su madre noche tras noche. Aunque parecía completamente ebrio un momento antes, Aoz Roon reaccionó en seguida. Cuajo empezó a ladrar furiosamente, y Dol le impuso silencio con una patada. Los demás asistentes se miraron unos a otros con aire bastante estúpido, nada dispuestos a digerir las noticias de Vry. Aoz Roon caminó alrededor de la mesa, golpeando los hombros mientras daba una orden a cada uno. —Tanth Ein, da la alerta y prepara a los cazadores. Por el eddre de Dios, ¿por qué no tenemos la guardia que corresponde? Pon centinelas en todas las torres y vuelve a informar cuando esté hecho. Faralin Ferd, busca a todas las mujeres y los niños. Enciérralos en la casa de las mujeres. Dol y Oyre, os quedáis aquí, y las otras mujeres también. Eline Tal, tú que tienes la voz más poderosa, sube al terrado de la torre para transmitir los mensajes... Raynil Layan, quedas a cargo de todos los hombres de las corporaciones. Hazlos formar en seguida. Vamos. Después de esta rápida descarga de órdenes, gritó que se movieran, sin dejar de caminar con furia. Luego se volvió a Vry: —Está bien, mujer. Quiero apreciar por mí mismo la situación. Tu torre es la que está más al norte. Miraré desde allí. A moverse, todo el mundo, y esperemos que sea una falsa alarma. Fue rápidamente hacia la puerta; el gran mastín saltó adelante. Con una última mirada a los gansos asados, Vry lo siguió. Los gritos resonaban entre los viejos y roídos edificios. La lluvia disminuía. Las flores amarillas de las calles alzaban las cabezas, derechas otra vez. Oyre corrió tras Aoz Roon y lo alcanzó, sonriendo a pesar de que él la rechazó con un gruñido. Saltó junto a él, con algo parecido a la diversión, en su abrigo de mielas a franjas de color azul oscuro y celeste. —Pocas veces te veo desprevenido, padre. El le echó una mirada negra. «En estos últimos tiempos ha envejecido», pensó Vry. En la torre de Vry, Aoz Roon le indicó que se quedara donde estaba y subió a la carrera. Mientras ascendía los destartalados escalones, Shay Tal emergió en el rellano. Aoz Roon la saludó apenas con un movimiento de cabeza y siguió adelante. Ella lo siguió hasta el terrado, notando el olor de él. Aoz Roon se detuvo en el parapeto y examinó el paisaje que se oscurecía. Puso las manos a los lados de los ojos, con los codos separados y las piernas abiertas. Freyr estaba muy bajo; la luz se derramaba a través de las hendeduras de las nubes, al oeste. El ave vaquera continuaba girando, no muy lejos. Debajo de las alas, entre los arbustos, no se veía ningún movimiento. Detrás de las espaldas de Aoz Roon, Shay Tal dijo: —Sólo hay un ave. Él no respondió. —Quizá no haya phagors. Sin volverse, en la misma postura, él dijo: —Cómo ha cambiado todo desde que éramos
niños. —Sí. A veces echo de menos la blancura. Cuando se dio vuelta, Aoz Roon tenía una expresión de amargura, y pareció que se la quitaba con esfuerzo. —Pues bien, es evidente que no hay mucho peligro. Ven a ver, si quieres. Bajó sin vacilar, como arrepentido de haberla invitado. Cuajo estaba junto a él como siempre. Ella lo siguió hasta donde esperaban los demás. Apareció Laintal Ay, lanza en mano, atraído por los gritos. Laintal Ay y Aoz Roon se miraron fijamente, sin hablar. Luego Aoz Roon alzó la espada y todos avanzaron por el sendero hacia el ave vaquera. Torcieron en un recodo donde crecían jóvenes ciruelos, de troncos no más gruesos que el brazo de un hombre. Había allí una torre en ruinas, reducida a dos plantas y sumergida entre la vegetación. Al lado, junto a las piedras roídas, en un túnel de oscuridad verde, había un phagor montado en un kaidaw. El ave vaquera, sobre las ramas, graznó una llamada de advertencia. Los seres humanos se detuvieron, las mujeres se agruparon en un movimiento instintivo. Cuajo se agachó, mostrando los dientes. Con las manos córneas apoyadas y juntas en el pomo de la silla, el phagor estaba sentado en el alto kaidaw. Unas lanzas le colgaban a la espalda. Sacudió una oreja y abrió más los ojos rojizos. Aparte de esto, no hizo ningún movimiento. La lluvia le había empapado la piel, que colgaba como una informe masa gris. Una gota de agua titilaba en el extremo de un cuerno curvado hacia adelante. También el kaidaw estaba inmóvil, estirando la cabeza de cuernos enroscados, primero hacia abajo, luego hacia arriba. Se le veían las costillas, y estaba cubierto de fango y de heridas con coágulos de sangre amarillenta. Inesperadamente, Shay Tal quebró ese cuadro irreal. Se adelantó a Aoz Roon y a Laintal Ay, sola por el sendero. Alzó la mano derecha con un ademán imperioso. El phagor no dio ninguna respuesta; ciertamente no se convirtió en hielo. —Vuelve, señora —le dijo Vry, sabiendo que la magia no operaría. Como hechizada, Shay Tal avanzó, los ojos clavados en la hostil figura del jinete y su montura. El crepúsculo se hacía más profundo, y la luz se desvanecía, lo que daba ventaja al adversario, capaz de ver en la oscuridad. Paso tras paso, Shay Tal miraba al phagor buscando algún movimiento. La quietud de la criatura era sobrenatural. Al acercarse vio que era una hembra. Bajo el pelaje mojado se le veían las grandes ubres pardas. —¡Vuelve, Shay Tal! —Aoz Roon corrió al mismo tiempo que hablaba, pasando junto a ella. Finalmente, la millota se movió. Alzó un arma de hoja curva y espoleó al kaidaw. El kaidaw se animó con extraordinaria rapidez. En un momento estaba inmóvil; en e! siguiente cargaba con los cuernos bajos contra los humanos, en el estrecho sendero. Chillando, las mujeres se zambulleron en la húmeda espesura. Cuajo, sin necesidad de una orden, se metió debajo de la prognata mandíbula del kaidaw y le clavó los dientes en el jarrete. Desnudando encías e incisivos, la gillota se inclinó y atacó a Aoz Roon. Éste se echó atrás y sintió que la media luna le pasaba por delante de la nariz. Algo más lejos, Laintal Ay afirmó el asta de la lanza en el suelo, se arrodilló, y apuntó el arma contra el pecho del kaidaw. Se agachó esperando la carga. Pero Aoz Roon tendió la mano hacia la cincha de cuero y la alcanzó cuando el animal pasaba como un trueno. Antes de que el phagor pudiera descargarle un segundo golpe, aprovechó el impulso del kaidaw y montó sobre el lomo detrás del jinete. Por un momento parecía que caería del otro lado. Pero enganchó el brazo en el cuello de la gillota y se mantuvo firme, con la cabeza apartada de los agudos cuernos. La gillota volvió la cabeza. Tenía un cráneo duro como una piedra. Un golpe habría dejado al hombre sin sentido, pero él lo esquivó y le apretó más el cuello. El kaidaw se detuvo tan bruscamente como se había puesto en marcha, evitando por centímetros la lanza de Laintal Ay. Hostigado por Cuajo, dio media vuelta tratando furiosamente de atravesar al gran perro con los cuernos. Mientras se inclinaba, Aoz Roon alzó la espada con toda sus fuerzas y la hundió entre las costillas de la gillota, en los intestinos.
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niños.<br />
—Sí. A veces echo de menos la blancura.<br />
Cuando se dio vuelta, Aoz Roon tenía una expresión de amargura, y pareció que se la quitaba<br />
con esfuerzo.<br />
—Pues bien, es evidente que no hay mucho peligro. Ven a ver, si quieres.<br />
Bajó sin vacilar, como arrepentido de haberla invitado. Cuajo estaba junto a él como<br />
siempre. Ella lo siguió hasta donde esperaban los demás.<br />
Apareció Laintal Ay, lanza en mano, atraído por los gritos.<br />
Laintal Ay y Aoz Roon se miraron fijamente, sin hablar. Luego Aoz Roon alzó la espada y<br />
todos avanzaron por el sendero hacia el ave vaquera.<br />
Torcieron en un recodo donde crecían jóvenes ciruelos, de troncos no más gruesos que el<br />
brazo de un hombre. Había allí una torre en ruinas, reducida a dos plantas y sumergida entre la<br />
vegetación. Al lado, junto a las piedras roídas, en un túnel de oscuridad verde, había un phagor<br />
montado en un kaidaw.<br />
El ave vaquera, sobre las ramas, graznó una llamada de advertencia. Los seres humanos se<br />
detuvieron, las mujeres se agruparon en un movimiento instintivo. Cuajo se agachó, mostrando<br />
los dientes.<br />
Con las manos córneas apoyadas y juntas en el pomo de la silla, el phagor estaba sentado en<br />
el alto kaidaw. Unas lanzas le colgaban a la espalda. Sacudió una oreja y abrió más los ojos<br />
rojizos. Aparte de esto, no hizo ningún movimiento.<br />
La lluvia le había empapado la piel, que colgaba como una informe masa gris. Una gota de<br />
agua titilaba en el extremo de un cuerno curvado hacia adelante. También el kaidaw estaba<br />
inmóvil, estirando la cabeza de cuernos enroscados, primero hacia abajo, luego hacia arriba. Se<br />
le veían las costillas, y estaba cubierto de fango y de heridas con coágulos de sangre amarillenta.<br />
Inesperadamente, Shay Tal quebró ese cuadro irreal. Se adelantó a Aoz Roon y a Laintal Ay,<br />
sola por el sendero. Alzó la mano derecha con un ademán imperioso. El phagor no dio ninguna<br />
respuesta; ciertamente no se convirtió en hielo.<br />
—Vuelve, señora —le dijo Vry, sabiendo que la magia no operaría.<br />
Como hechizada, Shay Tal avanzó, los ojos clavados en la hostil figura del jinete y su<br />
montura. El crepúsculo se hacía más profundo, y la luz se desvanecía, lo que daba ventaja al<br />
adversario, capaz de ver en la oscuridad.<br />
Paso tras paso, Shay Tal miraba al phagor buscando algún movimiento. La quietud de la<br />
criatura era sobrenatural. Al acercarse vio que era una hembra. Bajo el pelaje mojado se le veían<br />
las grandes ubres pardas.<br />
—¡Vuelve, Shay Tal! —Aoz Roon corrió al mismo tiempo que hablaba, pasando junto a ella.<br />
Finalmente, la millota se movió. Alzó un arma de hoja curva y espoleó al kaidaw.<br />
El kaidaw se animó con extraordinaria rapidez. En un momento estaba inmóvil; en e!<br />
siguiente cargaba con los cuernos bajos contra los humanos, en el estrecho sendero. Chillando,<br />
las mujeres se zambulleron en la húmeda espesura. Cuajo, sin necesidad de una orden, se metió<br />
debajo de la prognata mandíbula del kaidaw y le clavó los dientes en el jarrete.<br />
Desnudando encías e incisivos, la gillota se inclinó y atacó a Aoz Roon. Éste se echó atrás y<br />
sintió que la media luna le pasaba por delante de la nariz. Algo más lejos, Laintal Ay afirmó el<br />
asta de la lanza en el suelo, se arrodilló, y apuntó el arma contra el pecho del kaidaw. Se agachó<br />
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Pero Aoz Roon tendió la mano hacia la cincha de cuero y la alcanzó cuando el animal pasaba<br />
como un trueno. Antes de que el phagor pudiera descargarle un segundo golpe, aprovechó el<br />
impulso del kaidaw y montó sobre el lomo detrás del jinete.<br />
Por un momento parecía que caería del otro lado. Pero enganchó el brazo en el cuello de la<br />
gillota y se mantuvo firme, con la cabeza apartada de los agudos cuernos.<br />
La gillota volvió la cabeza. Tenía un cráneo duro como una piedra. Un golpe habría dejado al<br />
hombre sin sentido, pero él lo esquivó y le apretó más el cuello.<br />
El kaidaw se detuvo tan bruscamente como se había puesto en marcha, evitando por<br />
centímetros la lanza de Laintal Ay. Hostigado por Cuajo, dio media vuelta tratando<br />
furiosamente de atravesar al gran perro con los cuernos. Mientras se inclinaba, Aoz Roon alzó la<br />
espada con toda sus fuerzas y la hundió entre las costillas de la gillota, en los intestinos.