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Dol empezó a chillar. Aoz Roon la empujó, ocupó con los hombros el espacio de la ventana<br />
y gritó a los de abajo: —No lo traigáis aquí.<br />
Los hombres prefirieron no escucharlo. Buscaban el abrigo más próximo. De los parapetos<br />
que tenían encima caían chorros de agua de lluvia. Resbalaban en el estiércol con la carga<br />
enlodada.<br />
Aoz Roon lanzó un juramento y corrió hacia abajo, seguido por Cuajo. Sobrecogido por el<br />
drama, Laintal Ay lo siguió, y luego Oyre, Dol y las demás mujeres, apretujándose en los<br />
escalones. Raynil Layan descendió al final, con mayor parsimonia.<br />
Los cazadores y las mujeres arrastraron o escoltaron el cuerpo muerto hasta el establo y lo<br />
depositaron sobre la paja. Los hombres se apartaron, secándose los rostros con las manos,<br />
mientras debajo del cuerpo aparecía una charca sobre la que goteaba la sangre, y en la que<br />
flotaban espiras y trocitos de paja girando como botes que buscan un estuario. Las mujeres,<br />
como bultos grotescos, lloraban echadas sobre los hombros de las otras en una pila monumental.<br />
Aunque el pelo y la sangre cubrían el rostro del muerto, la identidad era obvia. El maestro<br />
Datnil Skar yacía muerto ante ellos, y Cuajo lo olisqueaba.<br />
La mujer de Tanth Ein era bonita y se llamaba Farayl Musk. Estalló en una serie de largos<br />
gritos quejumbrosos e irreprimibles. Nadie pensaba que la herida mortal del cuello no fuera la<br />
mordedura de un phagor. El modo de ejecución corriente en Pannoval había sido transmitido<br />
por Yuli el Sacerdote, y utilizado en las escasas ocasiones en que había sido necesario. En<br />
alguna parte, afuera, bajo la lluvia, Wutra aguardaba. Wutra, siempre en guerra. Laintal Ay<br />
pensó en la alarmante idea de Shay Tal, para quien Wutra era un phagor. La mente le volvió a<br />
un momento anterior de ese mismo día, antes de que viera desnuda a Oyre. Había encontrado a<br />
Goija Hin, que llevaba a Myk más allá de la puerta norte. No había dudas sobre quién era<br />
responsable de esa muerte; pensó que Shay Tal tendría una nueva pena.<br />
Miró los rostros acongojados que lo rodeaban —y el satisfecho de Raynil Layan— y cobró<br />
valor. En voz alta dijo: —Aoz Roon, tú has matado a este buen anciano.<br />
Lo señaló, como si alguno de los presentes pudiese no saber a quién se refería.<br />
Todos los ojos se volvieron al señor de Embruddock, erguido, con la cabeza apoyada en las<br />
vigas y el rostro pálido.<br />
—No te atrevas a hablar contra mí —respondió ásperamente—. Una palabra más, Laintal<br />
Ay, y te derribaré.<br />
Pero no era posible detener a Laintal Ay. Colérico, dijo: —¿Es éste otro de tus crueles golpes<br />
contra el conocimiento, contra Shay Tal?<br />
Los demás murmuraron, inquietos, en el espacio confinado. Aoz Roon dijo: —Esto es<br />
justicia. He sabido que Datnil Skar permitía a los extraños leer el libro secreto de la corporación.<br />
Está prohibido. Y el justo castigo es hoy, como siempre, la muerte.<br />
—¡Justicia! ¿Esto parece justicia? Un golpe a escondidas, un crimen sigiloso. Todos lo<br />
habéis visto. Ha sido como el crimen de...<br />
El ataque de Aoz Roon no fue precisamente inesperado, pero su ferocidad abatió la guardia<br />
de Laintal Ay. Devolvió el golpe bailando ante Aoz Roon, negro de furia. Oyó gritar a Oyre.<br />
Luego un puño lo alcanzó de lleno en el costado de la mandíbula. Como desde lejos, se vio<br />
trastabillar, tropezar contra el cadáver de ropas empapadas y caer impotente sobre el suelo del<br />
establo.<br />
Tuvo conciencia de gritos, chillidos, botas que pisoteaban el suelo muy cerca. Sintió<br />
puntapiés en las costillas. Hubo una confusión mientras lo alzaban como al otro cuerpo que<br />
habían traído, y él trataba de protegerse el cráneo para que no chocase contra la pared, y lo<br />
sacaban a la lluvia. Oyó un trueno como un latido gigantesco.<br />
Desde los escalones lo arrojaron al barro. La lluvia cayó sobre su rostro. Mientras estaba allí,<br />
extendido, pensó que ya no era el lugarteniente de Aoz Roon. A partir de ese momento, la<br />
enemistad que los separaba era manifiesta y visible para todos.<br />
La lluvia seguía cayendo. Cadenas de densas nubes rodaban por el centro del continente. En<br />
los asuntos de Oldorando prevalecía una atmósfera de estancamiento.<br />
El distante ejército del joven kzahhn Hrr-Brahl Yprt se vio obligado a detenerse entre las<br />
sierras quebradas del este. La tropa prefería una especie de estado de brida antes que afrontar las<br />
lluvias.